sábado, 21 de noviembre de 2015

Libertad y seguridad: ojo al truco



Los dramáticos atentados en París pueden trastocar muchas cosas. Por ejemplo, hay quien piensa que al famoso lema de «libertad, igualdad y fraternidad» conviene añadirle la palabra –es decir, el concepto--  de «seguridad».  Lo diré por lo derecho: no lo comparto. Más todavía, soy beligerante en su contra.

Han sido las derechas políticas, económicas y culturales las que, desde tiempos lejanos, han teorizado lo que llaman el difícil equilibrio entre libertad y seguridad. Habrá que convenir que las izquierdas no han sabido desvelar dónde estaba el truco de la propuesta del mentado equilibrio. Hasta tal punto ha sido así que gradualmente fue deslizándose por un terreno tan resbaladizo que la aproximó a la derecha. Véase, por ejemplo, la famosa declaración de Blair – Schöeder sobre la llamada tercera vía, donde la seguridad adquiere una autonomía casi total y, en su redactado, hay tiene más énfasis que la libertad. Desde entonces la izquierda mayoritaria no ha cesado de repetir la vulgaridad de que la relación entre ambas «es algo muy complejo».  

El truco estaba –y sigue vivo y coleando— en elevar a la misma categoría la libertad y la seguridad. Ahora bien, para no darle cuartelillo a los que tienen el colmillo retorcido, diré que no soy un insensato: la seguridad es un instrumento fundamental para la vida de las personas en el trabajo, en la ciudad, en todos los ámbitos de la vida civil. Y si hemos de añadir algo más substancioso, diremos que en esta sociedad del riesgo, que diría Beck, todo lo que se invierta en investigación sobre el particular será poco. Aclarado el tema, vamos a lo que vamos.

Hemos dicho que el debate se nos presenta trucado. ¿Por qué no se puede equiparar libertad y seguridad? Por esta sencilla razón: la seguridad es una variable dependiente de la libertad. O, si se prefiera de esta manera, diremos que la seguridad no es una variable independiente de la libertad. Lo que quiere decir lo siguiente: la libertad es una función y la seguridad es una variable de aquella. Digamos, además, que hasta los párvulos conocen perfectamente la diferencia entre una función y sus variables. Más claro todavía: la seguridad es la prótesis de la libertad.

¿Quieren ustedes un ejemplo que, dicho por un reformista como un servidor no despierta sospechas de bakuninismo? Este: la confusión entre libertad y seguridad ha llevado a las izquierdas políticas y sociales desde hace más de un siglo a una cierta impotencia emancipatoria poroque su radicalidad democrática aparecía un tanto mellada, mientras se iba desarrollando el diapasón de los colmillos retorcidos de las derechas. Entiéndase bien: cada vez que se ha suscitado ese debate las izquierdas se han ido empequeñeciendo. ¿Quieren un ejemplo?

La praxis del fordismo-taylorismo, que es algo más que un sistema de organización del trabajo, ha querido imponer este dilema: a cambio de la seguridad se debe renunciar a una importante parcela de libertad en el centro y puesto de trabajo, una formulación  que fue convertida por el ingeniero Taylor en “científica”. Por lo general, el movimiento sindical no cayó en ese cepo –como lo prueba su constante itinerario de conquistas sociales en el centro y puesto de trabajo--, pero efectivamente estuvo condicionado. Por otra parte, nos enseña Bruno Trentin, que «cada revolución industrial Trentin considera que cada revolución industrial cuestiona los equilibrios de poder y las formas de subordinación en el trabajo». Lo que le lleva a nuestro amigo italiano a afirmar rotundamente que «lo primero es la libertad». Que es precisamente el título de su último libro La libertà viene prima (Riuniti, 2004).

El discurso que sitúa la seguridad en el mismo eslabón de la libertad no sólo es truculento sino que, sobre todo, es una expresión más de la democracia autoritaria. Porque interesadamente quiere confundirnos al equipararnos la función con una de sus variables.  Más todavía, porque las derechas –mediante dicha truculencia--  quieren recuperar el terreno que fueron perdiendo a lo largo de los últimos doscientos años. Por lo menos, desde que la libertad, igualdad y fraternidad, con todas sus imperfecciones y límites, fueron ganando terreno. Ahora, entrados en el nuevo paradigma de la nueva revolución industrial, la derecha –volvemos a Trentin-- cuestiona los equilibrios de poder y las formas de subordinación en el trabajo en todos los ámbitos. Así pues, no hay más remedio que acudir al famoso dicho de los niños chicos: «Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita».


En resumidas cuentas, el Estado (que tiene el monopolio de la violencia, también contra el terrorismo en general y el yihadismo en particular) dispone –o debería disponer--  de medios suficientes (incluidos los militares) para que, desde la Libertad y el Derecho, se gane esa batalla. Y diré más: recortando las libertades se debilita la contribución a esa batalla democrática de una gran parte de la ciudadanía activa.  

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