martes, 10 de noviembre de 2015

¿Por qué Artur Mas no se echará para atrás?




Ya conocen ustedes la declaración que aprobó ayer el Parlament de Catalunya. Así las cosas, la pregunta no irrelevante es: ¿y ahora qué?  Las respuestas serían de tres tipos: a) seguir avanzando en aplicación del texto, dirían los independentistas; b) la puesta en marcha de la Brigada Aranzadi, con Mariano Rajoy a la cabeza; y c) negociar hasta la última gota de sudor, según afirmarían los que no se encuentran en uno u otro secano.

Ahora bien, comoquiera que los primeros intentarán seguir avanzando en el llamado procés, ¿qué salida tiene este descomunal embrollo?  No lo sabemos y quien diga que tiene la varita mágica debería apresurarse porque  –ya lo dijo el clásico--  tempus fugit como caballo desbocado. Este no es mi caso, ciertamente. Pero desde mi retiro en Sant Andrea in Percussina me atrevo a establecer una hipótesis que, como cualquier otra sobre este asunto, tiene sus dificultades. Hela aquí, no sin antes hacer una pequeña digresión.

Artur Mas y sus hologramas no van a echarse atrás. Van a seguir avanzando. La espiral será la siguiente: cada paso adelante será impugnado. De esta manera la situación política entrará en un bucle, cuya duración no estamos en condiciones de prever. O, si se prefiere en términos cinematográficos, se reproducirá cacofónicamente el día de la marmota. Esto lo saben hasta los gauchos de las Pampas de ultramar.

Mi suposición es esta: Artur Mas y sus parciales son conscientes de dos cosas: a) que han llegado a sabiendas y queriendas muy lejos; b) y que ahora no pueden tirarse para atrás. No lo pueden hacer porque sería el descrédito de quien lo plantee y la voladura de su organización. No tanto por el fracaso sino por el ridículo histórico que ello comportaría. Se teme más al ridículo que al fracaso. Y de aquí enlazo con lo siguiente: las cabezas pensantes de la operación de la llamada «desconexión» seguirán forzando la máquina para que, desde fuera –vale decir, desde el Estado--  les saquen las castañas del fuego con una u otra salida. Sería, salvando las distancias, algo así como un nuevo Compromiso de Caspe.  

De ese modo, el fracaso puede vestirse de lagarterana, se ha salvado el ridículo, nadie es acusado de traidor y la culpa es de la puta España. Y en adelante cada cual escribirá la historia, sea esto lo que fuere, como le salga de la cruz de los pantalones. Me juego lo que sea que ya hay gente, en ambas orillas del Ebro famoso, buscando esa salida.


Con todo harían mal quienes dijeran que aquí no ha pasado nada. Seguiría teniendo mucho sentido la necesidad de una reforma de la Constitución Española. Sus razones me parecen más que evidentes. Y se justificarán en otra ocasión, porque no deseamos fatigar al avezado lector más de lo aconsejable.  

2 comentarios:

El país de Tócame Roque dijo...

El otro día lo comentaba no sé por donde, y tu entrada explica justamente lo que yo quería decir. Estoy de acuerdo contigo, Mas no se echará atrás ya por una cuestión de orgullo, y probablemente aunque todo quede en agua de borrajas, el gobierno de España le va a ayudar, le facilitará una salida digna aunque sólo sea para desatascar el asunto - y digo digna por decir algo, porque la dignidad en este caso es una palabra que le viene grande - Me jode, creo que ocurrirá algo así, pero mi yo cansado, asqueado y harto, mi yo maligno exige humillación.

Karl Mill dijo...

El ridículo ya ha comenzado señores : no hay más que olfatear sobre el editorial de "La Vanguardia" de hoy.

Y otra cosa, sobre el Compromiso de Caspe o Casp ; para el nacionalismo catalán siempre ha sido un ejemplo mayúsculo de "iniquitat". Cómo me dijo en agosto del 2010 una señorita de Igualada : "La culpa de que no se hable catalán hasta la Ribera Navarra la tuvo Vicente Ferrer". Parece un personaje de Wodehouse pero no, fue real.