No hace falta decir que
nos encontramos ante un Primero de Mayo radicalmente nuevo. Se diría que exento
del tradicional ritualismo conmemorativo que daba la impresión, desde hace
mucho tiempo, de una conmemoración cada vez más abstracta. El contexto de este
Primero de Mayo tiene una característica muy concreta: la oposición frontal a
toda una serie de medidas que lesionan la condición de vida del conjunto
asalariado y la inmensa mayoría de la población. El buque insignia de estas
movilizaciones lo constituirán las manifestaciones de protesta el domingo
anterior en defensa de la
Sanidad y la
Enseñanza y en contra de los recortes. El Primero de Mayo –y todos
sus alrededores-- será igualmente otro día de importante presión.
Estamos ante unos
momentos de barra libre, que no tiene
precedentes en democracia,
así en las medidas económicas como
en el intento de laminar un importante elenco de bienes democráticos como son
los derechos sociales. Pero también este momento se caracteriza por una potente
movilización, que no es invertebrada, del sindicalismo y los coaligados que rechazan
de plano el termidorismo económico y político del Gobierno del Partido Popular
y de quienes le apoyan: por ejemplo, la
CEOE y las derechas catalanas.
Se trata de un conjunto
de coaligados que conforman un humus
radicalmente nuevo. Que podría conformar un bloque social si se conforma y
estructura no sólo en clave de oposición sino de proyecto de largo recorrido.
Porque lo nuevo es el diálogo difuso que el sindicalismo está teniendo –todavía
no suficientemente estable— con un amplio abanico de movimientos de nuevo
estilo. Es algo tan importante sobre el que meditar con temple en puertas de
los congresos sindicales que están, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
Quiero decir, por tanto,
que estando muy atentos a las enormes dificultades que imponen las medidas
gubernamentales, no menos atentos hemos de estar a las potencialidades que se
están abriendo. Necesitamos, pues, una mirada caleidoscópica. Y a partir de ahí establecer la hipótesis de
un proyecto factible que atraviese todo ese universo de coaligados,
salvaguardando la personalidad de todos y cada uno de ellos. Que esta
conversación permanente con esos grupos no sea fácil es cosa corriente. Ahí
está no sólo el desafío sino el encanto de ese necesario diálogo que puede
provocar contagios mutuos.
Lo dicho: este Primero
de Mayo nada tiene de rutinaria convención; es la continuidad por otros
medios de la huelga general de hace unas semanas.
Punto final. El
sindicalismo confederal debe hacer un esfuerzo superior en, por la parte que le
toca, garantizar el orden democrático y civil de las grandes manifestaciones
que se van a celebrar tanto el domingo día 29 de abril como el Primero de Mayo.
Unos querrán aprovecharse del gentío
parra convertirlo en un acto milenarista; otros –desde las sentinas del
Estado-- las querrán transformar en un
zafarrancho con la idea de de transformar el conflicto social en vandalismo, y
de paso ir concretando medidas de represión.
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