De un tiempo a esta parte podemos ver en las librerías una importante
reaparición de los libros de Marx o escritos sobre Marx. Hace unos días dábamos
información de una más que notable edición, en Gredos, con textos selectos del
Barbudo de Tréveris y una introducción
sobresaliente del filósofo Jacobo Muñoz. Vale la pena hoy llamar la atención de
nuestros amigos, conocidos y saludados de otro estudio sobre Marx, esta vez a
cargo de Franck Fischbach; se trata de Marx: releer El Capital, en la editorial Akal. En
esta obra también escriben Jacques Bidet, Stephan Legrand, Moishe Postone,
Emmanuel Renault y Guillaume Sibertin-Blanc.
Ahora bien, si es importante leer sobre Marx, tiene más sentido leerle directamente. Por supuesto, haciéndolo
con los ojos de nuestros tiempos. Por cierto, siempre me pareció extraño que
nuestro hombre fuera más leído por gentes de la derecha que de la izquierda. Y
diré más, en no pocas ocasiones, al recomendar sus libros, he visto en la cara
de mis interlocutores una mirada de sorpresa como diciendo ¿“a estas alturas,
Marx”? Una actitud tan desenfadada y ridícula
como la de centenares de miles de cristianos españoles que no han leído nunca
los Evangelios y siempre fueron de prestado –unos y otros— de lo que se decían
desde los púlpitos laicos o religiosos.
Sobre Marx y otros grandes escritores existe una leyenda,
organizada y fomentada por las diversas caspas y brillantinas diversas: estos
libros son una plasta, un aburrimiento. La excusa que, por ejemplo, me han dado
para no leer El Quijote es que se trata de un latazo. Debo a don Paco Lara,
eminente profesor granadino de literatura, el amor por el Quijote y al gran José
María Valverde mi devoción por el Fausto de Goethe, otro libro considerado un
ladrillo. Y debo a Vittorio Gassman el reencuentro con La Divina Comedia a través de su
voz potente. ¿A qué se debe esa murmuración sobre estas y otras obras maestras
de la literatura universal? Posiblemente a quienes no les interesa que el
personal sobrepase en sus conocimientos la regla de tres compuesta y las
novelas de don Marcial Lafuente Estefanía.
Marx es un clásico del pensamiento: alguien que sobrevive
al paso del tiempo y contiene claves profundas para entender el nuestro, un
autor que cuya obra no responde únicamente a las necesidades de un país y una época,
ni se limita a ellos sino que procura alimento especial a inquietudes muy
diversas en el espacio y el tiempo.
Marx es, desde luego, una caja de sorpresas, también para
los sindicalistas. Por ejemplo, ¿saben mis amistades que el Barbudo de Tréveris
no sólo no tiene nada que ver con la subordinación del sindicato hacia “el
partido”, ya sea este socialista, socialdemócrata o comunista? ¿Conocen la áspera
controversia entre Marx y Ferdinand Lassalle? Habla Marx: “En ningún caso los
sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su
dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo”. Tal cual. Se
trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos
metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara
respuesta a lo afirmado por Lassalle: “el sindicato, en tanto que hecho
necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der
sozial-democrat”, 1869).
Y digo yo: una persona que dice eso, ¿no vale la pena leerle
para ver qué opina sobre otras cuestiones que hoy tienen, además, una rabiosa
actualidad? Vamos, vamos: no seas como Fray Gerundio de Campazas que predicaba
a Jesucristo de oídas, y lee directamente al Barbudo. Tras ello, es posible que
idees una plataforma de convenio más de nuestros días.
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