viernes, 29 de junio de 2012

«DESDE HOY SOMOS TODOS UN POCO MÁS LIBRES»




Conversación sobre CAPÍTULO 17. GRAMSCI Y MARX



Querido Paco, me ha parecido ver en tu última carta un amable reproche a mis críticas a Gramsci. Es algo que podemos seguir hablando, incluso personalmente. Pero no quiero que quienes nos lean piensen que le tengo ojeriza a nuestro amigo italiano. O que, peor aún, no le tengo la consideración debida. A lo largo de estas conversaciones me he limitado a ordenar, posiblemente con poco acierto, una serie de observaciones que siempre tuve in mente sobre la concepción “dura” de Gramsci sobre el taylorismo y el fordismo, muy especialmente lo referente a la autocoerción y a la exaltación (a veces, acrítica) que hace del modelo taylorista y el sistema fordista, una de las parejas de hecho más famosas del siglo XX. Cosa que, por otra parte, no se puede decir de Rosa Luxemburgo. Hablas de que Gramsci escribió una gran parte de ello en los Cuadernos en las duras condiciones de la prisión y de su enfermedad. Es cierto, pero también todo ello está formulado in nuce  en su época ordinovista.

Cambio de tercio. Me parece muy potente la metáfora de Trentin cuando habla del “cemento” de la participación. Y, en ese sentido, poco tengo que añadir a lo dicho en nuestra anterior conversación, incluida la cachonda anécdota de nuestro Fausto Bertinotti. Ahora me permito explicarte una forma de participación que ensayamos cuando estábamos en el Centro de Estudios del sindicato Ramón Alós y Miquel Falguera.

Aprovechamos un proyecto europeo, basado en los Círculos de Estudios que pusieron en marcha los sindicatos suecos. Se trataba de una serie de investigaciones en diversos centros de trabajo con la participación de los representantes de los trabajadores (comité y sección sindical, al frente) más un grupo externo de sociólogos y demás. Se relataba cómo estaban las cosas en la fábrica (Solvay fue la que mejor lo hizo) y cómo reformar la organización del trabajo. Fueron unos estudios muy puntillosos durante varias sesiones. Todo ello ayudó mucho –según escribieron dos magníficos sindicalistas de Solvay, Javier Morata y Paco Español— en las sucesivas negociaciones con la empresa. Como diría Marx, todo el general intellect de los trabajadores de Solvay se puso en movimiento. 

Me pregunto, retóricamente, ¿por qué no extendimos más aquellas experiencias? Y sobre todo, ¿cuál es la razón de que se haya archivado todo aquello?

Una última consideración: me faltan sólo tres capítulos para acabar la versión castellana de La città del lavoro: sesenta y tres páginas.  

Desde el calor a todo meter que tenemos en Parapanda, te saluda JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Ningún reproche en torno a Gramsci, lo digo desde el principio, José Luis. Lo mío sólo fue una expansión lúdica, un Viva Gramsci manque pierda, un tanto enfático y discordante, posiblemente alterado en mis humores habituales por el calorazo que estamos padeciendo en Parapanda.

De hecho Trentin sigue en este capítulo 17 con la descripción de cómo precisamente a partir de los análisis gramscianos (y otros) empezaron a desgajarse las dos esferas del conflicto social y el conflicto político, que en Marx habían estado razonablemente unidas, y cada una empezó a reclamar su autonomía. El político reclamó para sí la centralidad de las decisiones, y exigió la subordinación del sindicalista al proyecto global; el sindicalista amplió su perspectiva y empezó a hablar de lo sociopolítico como su terreno natural de actuación. En el rifirrafe se olvidaron las aspiraciones a intervenir en el cogollo de la organización del trabajo, y la distribución volvió a ser el terreno predilecto de intervención del sindicato.

Nosotros vivimos un cierto forcejeo en torno a estas cuestiones, en particular en relación con el gobierno del conflicto social, y también aquí se dieron exageraciones, y confusiones diversas acerca de las prioridades. Fue una situación embarullada y molesta que tú definiste con una frase afortunada: de sindicato sociopolítico estábamos degenerando en político socio-sindicato.

Anécdotas como la del convenio de Fausto Bertinotti fueron una maravilla en aquel contexto. Por dos razones, por lo menos: una, que entraran los ‘saberes’ (el hongkong) en el articulado de un convenio. Otra, maravilla aún mayor, que Fausto encontrara un convenio digno de ser firmado. Era, por lo que recuerdo, intransigente hasta la tozudez, y peleaba como un león hasta la última letra de la última cláusula de la última disposición transitoria. Porque tenía una concepción alta de la negociación colectiva articulada, y consideraba que un mal convenio podía afectar negativamente y desmovilizar a toda una rama o todo un territorio. Mejor ninguno que uno malo.

La otra historia que cuentas está en la misma línea de intervención en positivo del sindicato en las fábricas, y de inyección de los saberes que los trabajadores necesitan para ganar en autonomía y en libertad. Ramon y Miquel hicieron un trabajo extraordinario en ese terreno, y no fueron los únicos, y no sólo Solvay se benefició. En los años de los gabinetes jurídico y técnico hubo una larguísima lista de personas sin mando concreto pero que encarnaron al sindicato dentro de las fábricas, como asesores y en muchos casos incluso como dirigentes, armados con los saberes que los trabajadores necesitaban. No cito a ninguno de ellos, por no olvidarme de nadie, pero espero que esa lista se conserve y conste para facilitar el trabajo de los historiadores.

Completo tus anécdotas con otra que evoca aquellos años. Está incluida en el libro sobre Trentin que me regalaste el otro día en Pineda de Marx, y la cuenta Guglielmo Epifani, secretario general de la Cgil. En el 69, el año de las grandes luchas, Trentin entra en la Fatme, la mayor fábrica metalmecánica de Roma. Está vigente la prohibición de que sindicalistas externos participen en las asambleas internas de fábrica. Los trabajadores se declaran en huelga, salen por las puertas de la Fatme, van en busca de Bruno que espera en la plaza, dos de ellos lo toman del brazo, y así arropado vuelven a entrar todos juntos a la sala donde tiene lugar la asamblea. Las primeras palabras de Bruno a los reunidos son características de su persona y de su pensamiento: «Desde hoy, vosotros y nosotros, todos, somos un poco más libres.»

Tuyo en la idea, Paco

JLLB


Querido Paco, si te fijas bien en la foto de arriba, observarás una anomalía un tanto estridente: nuestro Carlitos Vallejo aparece ¡peinado! De lo que se deja constancia para asombro de los tiempos presentes y los siglos venideros. Tuyo, en la Idea, JL   

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