miércoles, 20 de junio de 2012

MANUEL SACRISTÁN Y LOS CUADERNOS DE LA CÁRCEL




Conversando sobre 14. L´ORDDINE NUOVO  de Bruno Trentin.


Querido Paco, antes de meterme en harina quiero darte una información. Hace años deposité en el Archivo Histórico de la CONC todos los ejemplares del Ordine Nuevo. Este fue un precioso regalo que me hicieron los compañeros de la CGIL lombarda con motivo de no sé qué. Te lo digo por si te interesa echarles un vistazo, leerlos o lo que sea. Desde luego, como bien puedes intuir, algo más que el placer está cantado.  Como sabes, tratan de una gran cantidad de cosas: desde los problemas de las fábricas turinesas hasta el urbanismo y no sé cuántas cosas más.


Me da la impresión, que no sé si compartes, de que Trentin nos está diciendo algo así como: la lucha teórica y práctica que el movimiento obrero de matriz marxista ha puesto en marcha se caracteriza por la denuncia contra la explotación y, en menor medida, contra la opresión. De ahí que el planteamiento reivindicativo haya puesto el énfasis casi en solitario en los (necesarios, habrá que decir) incrementos salariales, dejando para las calendas griegas la intervención en el núcleo duro de la fábrica --y hoy en el centro de trabajo innovado o no— los grandes temas de la organización del trabajo y la producción, como hemos señalado en otras ocasiones.

Por otra parte, me parece excesiva la concepción de Gramsci (especialmente en su etapa de ordinovista) de los niveles de racionalización de la gran empresa. Que tenía (y tiene todavía) fuertes elementos de racionalización, no me cabe duda. Pero, tal como lo describe nuestro amigo sardo en este capítulo, me parece excesivo y, si me permites, con una fuerte dosis “idealista”. Se puede decir, en su descargo, que estamos hablando del joven Gramsci. También al viejo Gramsci se le va la mano cuando, en Taylorismo y mecanización del trabajador [Cuadernos de la cárcel, traducidos de manera formidable por Manuel Sacristán en Siblo XXI] nos dice que “una vez consumado el proceso de adaptación del trabajador [en la gran fábrica] ocurre en realidad que el cerebro del obrero, en vez de modificarse, alcanza un estado de completa libertad”. De ahí que te pregunte, porque a mi se me escapa, ¿en qué queda el proceso de alienación y extrañamiento que dejó escrito el Barbudo de Tréveris?

Por otra parte, si los niveles de racionalización son de tal magnitud, como aquellos que idealiza Gramsci, las luchas sindicales sólo deberían tener como objeto intervenir en el abuso (cuando lo hay) de dicha racionalización y no en su uso. Que es lo que Trentin pone en entredicho.

Y queda algo más que resolver por parte de Gramsci: si la gran empresa tiene tan superlativa racionalidad, ¿a través de qué mecanismos, que Gramsci no explica, se llega a la irracionalidad del sistema capitalista? Me callo si me respondes que tal vez sea demasiado pedirle eso a Gramsci. Porque ciertamente todos hemos tenido la tendencia de echar bajo las espaldas débiles de nuestro amigo sardo tantas toneladas de responsabilidad.

Acabo con una buena noticia: nuestro común amigo Gabriel Jaraba, afiliado pata negra del sindicato, me ha prometido tirarse al albero de nuestras conversaciones reflexionando sobre una serie de temas que ya iremos viendo.  

Que la crisis hace estragos también lo puede notar un sociólogo chusquero: la caída espectacular del lanzamiento de petardos. Desde Parapanda, JL            


Habla Paco Rodríguez de Lecea


Querido José Luis, bienvenido sea Gabriel Jaraba a este cotarro. Y todos los demás amigos que se animen a intervenir, sepan que los firmantes habituales no tenemos ninguna pretensión de exclusividad. Más bien nos dedicamos a ir lanzando, con mayor o menor fortuna, cables al vacío para ver si alguien los aferra al vuelo y nos conduce a todos a un paisaje o una perspectiva nueva.

Voy ya al ‘turrón’, que diría Quijada. Tenemos pocas ventajas sobre Gramsci, la verdad, pero sí una muy clara: sabemos ya lo que pasó después. Estamos hablando desde la quiebra del paradigma fordista-taylorista. La cadena de montaje como núcleo del proceso de producción pasó a mejor vida, y del método taylorista lo que queda son resabios irracionales: el dogma estrambótico de la división entre ‘los que piensan’ y ‘los que hacen’ en la empresa, como dos castas inconfundibles e impermeables que sólo pueden convivir juntas pero no revueltas.

Precisamente esa situación da más fuerza de convicción a la propuesta de Trentin: el espectáculo del despilfarro, la irracionalidad, el absurdo de una organización del trabajo donde se ha enquistado una casta ‘parasitaria’ que, de forma parecida a la nobleza de los tiempos medievales, se aferra a sus privilegios caducos y pone un tapón a las posibilidades reales de aprovechamiento de las tecnologías en su estado actual. (Leo la frase que dejo escrita y se me ponen los pelos de punta: por favor, que nadie la tome al pie de la letra, es una simplificación hasta grotesca, una historia de buenos y malos que sólo sirve para entendernos mejor entre nosotros.)

A los trabajadores nos gustan de forma natural el orden, la simetría, la economía de esfuerzos, la eficiencia. En tanto que productores, amamos el trabajo en equipo, la coordinación de esfuerzos entre técnicas y saberes distintos, y ese producto final que emerge de la nada como un valor generado por un largo proceso colectivo de creación. Marx consideraba que el caos, la explotación, la irracionalidad y la injusticia presentes en la fábrica habían acabado por trasladarse a todas las relaciones sociales. Cambiar la fábrica, recuperar en su interior los valores del hombre completo y no demediado, era el camino obvio y justo para cambiar la sociedad, según la idea central en su pensamiento de que la infraestructura determina la superestructura. Difícilmente podemos reprochar al joven Gramsci que, encandilado por la nueva racionalidad de una fábrica fordista entonces pimpante y novedosa en el panorama italiano, propusiera llevar esa misma racionalidad a la política. La fábrica, con el simple cambio de las personas situadas en el puente de mando, pudo ser para él, en aquel momento ‘ordinovista’ de la evolución de su pensamiento, el modelo a escala del mundo nuevo que avizoraba.

Algo parecido estuvimos debatiendo nosotros a principios de los años ochenta. ¿Eran buenas o malas las NT, como abreviábamos entonces las nuevas tecnologías? Ni una cosa ni otra, concluimos: eran objetivamente neutrales y, como cualquier otro instrumento podían ser utilizadas en beneficio o en perjuicio de quienes las empleaban. En la medida en que acortaban el tiempo de trabajo necesario para generar una unidad de producto y exigían mayor capacidad de reflexión e iniciativa a quienes las manejaban, podían ser instrumentos útiles para ampliar la participación de los trabajadores en las decisiones de la empresa, reducir los horarios y crear empleo nuevo.

Eso decíamos. Treinta años después seguimos en las mismas, pero mientras tanto hemos podido constatar hasta qué punto era posible pervertir el uso de las NT y revertir los efectos beneficiosos para los trabajadores en suculentas plusvalías para una casta dirigente interesada en multiplicar su tasa de beneficios ya no a través de la producción sino de la especulación financiera.

Un saludo, Paco

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