jueves, 28 de junio de 2012

GRAMSCI CONTRA MARX. Y la participación de los trabajadores




Conversación sobre CAPÍTULO 16.2 FORDISMO Y TAYLORISMO EN LOS "CUADERNOS DE LA CÁRCEL"



Querido Paco, nuestro amigo Gramsci nos dice en uno de los ensayos de los Cuadernos –concretamente en Passato e presente—que “no cabe esperar la reconstrucción por parte de los grupos sociales condenados por el nuevo orden, sino de quienes están creando por imposición y con su propio sufrimiento, las bases materiales del nuevo orden: ellos deben encontrar el sistema de vida ´original´, que no puede tener un estilo americano, para alcanzar la libertad que hoy es una necesidad”.  Mi cadena de preguntas serían: ¿de qué participación habla, entonces, Gramsci, si la reconstrucción de la sociedad se hace “por imposición y sufrimiento” o son solamente las élites las que participan? ¿todo el estilo americano debe ser repudiado, incluso el charleston y el piano de Count Basie? ¿se refiere también a las novelas de Dashiell Hammett? 

Parece lógico pensar que la participación real no se compadece con la expropiación de los saberes, que obligatoriamente comporta el taylorismo. En esa tesitura creo que es obligado referirse a la famosa propuesta de Marx sobre la  “participación activa e inteligente”.  ¿Cómo va a operarse una participación inteligente a través del saqueo de los saberes que comportan los sedicentes teoremas de Taylor, solamente interesados en que el trabajador se parezca todo lo más posible al gorila amaestrado. No entiendo, la verdad, a los apologetas del Gramsci que se expresa de esta manera: o bien estaban distraídos o se les pasó el detalle. Alguien me ha dicho malévolamente que, a veces, son peores ciertos discípulos que los enemigos. Una cosa que debo meditar para no sacar conclusiones apresuradas. Porque como siga rajando sólo nos quedará Manolo Caracol.

Pero, querido Paco, estábamos hablando de la participación. En ese sentido, pienso que el sindicato tiene algo pendiente en ese sentido. Yo no  creo que haya perdido su voluntad de hacer participar a sus afiliados. (De momento hago una diferenciación entre ´afiliados´y  ´no afiliados´, y pronto se sabrá por qué.) El problema que tenemos es que las formas de los hechos participativos se corresponden a un tipo  de empresa –con horarios uniformes y una acumulación de personas por metro cuadrado--  que ya no se corresponde con lo que es, hoy, el centro de trabajo. Digamos, esquemáticamente, que se sigue practicando una participación de estilo fordista, cuando ese sistema está cambiando a marchas forzadas.  De ahí que la participación se resienta. Por ello, me parece obligado que –en puertas del Décimo congreso confederal— se abra una discusión acerca de la praxis que debería tener la participación en el sindicato. Y concluir con, algo así como con estatuto de la participación en el sindicato. Ese estatuto debería partir de lo siguiente: la soberanía del sindicato reside en sus afiliados y afiliadas. Y a continuación deberían fijarse unas normas obligatorias y obligantes para dar un efectivo derecho a participar.  Es decir, se trataría de pasar de la invocación abstracta que autoriza la tradición a unos hechos participativos normados

Hablemos de la participación de los no afiliados. Vamos a ver, si el sindicato detenta por ley el monopolio de la negociación que afecta erga omnes. ¿Quiere decir eso que puede hablar ´soberanamente´ en nombre de quienes no le han dado mandato alguno? Por ley, sí. Pero eso me parece un argumento ´liberal´. Los metalúrgicos de la CGIL, por ejemplo, lo han resuelto la mar de bien. Los convenios colectivos se firman tras la celebración de un referéndum erga omnes.

Entiendo que no salir de la voluntad de fomentar la participación, en clave fordista, es un error. De ahí que valga la pena recordar la irónica propuesta de Bertrand Rusell: “¿Para qué repetir los errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?”

Postscriptum. Nuestro común amigo Fausto Bertinotti me explicó una divertida anécdota. Tras la negociación de un convenio de empresa, cuyos resultados fueron magníficos, Fausto dijo a los amigos del consiglio di fabbrica: “Bien, vamos a la asamblea para darlo a conocer a los trabajadores”. Fueron recibidos, me dijo, con una gran ovación. Todo el mundo estaba la mar de contento hasta que un compañero de cierta edad dijo: “Muy bien, magnífico. Pero hay una cosa que no entiendo: ¿por qué hay que tener en cuenta a Oncong [Hong Kong]”. Fausto y los demás se quedaron estupefactos, porque ni esa ciudad ni China tenía nada que ver con el asunto. Hasta que el interpelante mostró el texto: se refería al know how. Conclusión, le dije: “Eso os pasa porque vuestra literatura está llena de términos que no conoce el personal”.  O sea, los hechos participativos con la letra clara: lo espeso sólo para el chocolate.      

Como decía Anselmo Lorenzo: Tuyo, en la Idea, JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea

En ese terreno no te sigo, José Luis, aviso. Tienes delante de ti al último pecador gramsciano de la pradera. No voy a intentar defender hasta el final la frase que citas, pero casi. Veamos:

En primer lugar, nos dice el ‘grande’ Antonio que no cabe esperar la reconstrucción de la sociedad por parte de aquellas clases, o élites, que van a perder sus privilegios en el cambio. Estamos hablando de la fábrica fordista, para él el microcosmos, la maqueta a escala de la nueva sociedad; y se está refiriendo a ese staff que propone nada menos que apartar del puente de mando para sustituirlo por los consejos u otro órgano de dirección emanado de los mismos trabajadores. A éstos, por consiguiente, les llama a tomar su destino en sus propias manos. Y a hacerlo ya, sin esperar el futuro descenso de los cielos del partido-estado que empiece a poner las cosas en su sitio. La ‘racionalidad’ y la ‘cientificidad’ de la fábrica fordista no lleva a Gramsci, a diferencia de otros epígonos, a la ilusión de pensar que patronos y adláteres se comportarán de forma neutral y jugarán limpio durante la presumiblemente larga etapa de transición, y por consiguiente que no hace falta desplazarlos aún de sus puestos de dirección.

En segundo lugar, en ese ‘nuevo orden’ que los trabajadores están empezando a construir ‘desde la imposición y el sufrimiento’, señala que han de encontrar un ‘sistema de vida original’ para alcanzar ‘la libertad que es hoy una necesidad’. Ese sistema de vida, precisa y rubrica, no puede ser el ‘americano’.

El razonamiento es plausible, agudo, incluso seductor, pero tiene dos defectos capitales que señala con justeza Trentin: en primer lugar, parte del presupuesto idealista de que existe implantada en el trabajador taylorizado una conciencia de clase que le permite una libertad mental inaudita: puede abarcar desde su atalaya no sólo todo el proceso de producción en el que él participa de forma fragmentada y parcelada, sino incluso todo el arco temporal del proceso en el que a través de su propio protagonismo va a producirse la construcción de una sociedad nueva sin explotadores ni explotados.

Dejo para luego el segundo defecto del razonamiento de Gramsci, y me detengo un momento en lo que tenemos hasta aquí. Estamos analizando un texto: lo volvemos del revés y del derecho, le buscamos las vueltas, le negamos finalmente el visto bueno. Esto no sirve. Bien, hasta aquí. Pero malo es que no tengamos en cuenta el contexto, que nos olvidemos –nosotros, los exegetas– de dónde fueron escritos los Quaderni del carcere, y en qué condiciones. Y cuando el Gramsci de los Cuadernos pide a los trabajadores visión, pasión y coraje para construir un mundo nuevo en libertad incluso ‘desde la imposición y el sufrimiento’, él mismo está dando el ejemplo, en su propia carne. Y lo cierto es que la lucidez y el valor moral que impregna precisamente la frase citada está iluminando buena parte del camino que recorremos hoy con Trentin.

Paso ya al segundo defecto, muy relacionado con el primero y mucho más extendido: el presupuesto, o prejuicio sería mejor decir, de que el sentido de la historia llevará de forma ineluctable al poder a la clase obrera y sus aliados. Es entonces cuando aparecen las etapas, las prioridades, lo que debe hacerse antes y lo que puede dejarse para después. Trentin objeta de una forma implacable. Copio su extensa frase porque no se puede decir mejor, ni con más claridad:

«Ningún imperativo categórico que afirme el destino de la clase obrera a convertirse en clase dirigente podrá nunca sustituir, en la conciencia de los trabajadores concretos, el esfuerzo de buscar, en cada momento de su prestación de trabajo vivido en condiciones de opresión y subalternidad, la necesidad y legitimidad de actuar para cambiar la situación existente.»

Eso me recuerda tu frase de hace unos días, de que Marx postula la liberación en el trabajo, y no del trabajo. Un lector apresurado que no hace al caso nombrar me preguntó qué diferencia había. Muy sencillo, le expliqué: te liberas ‘en el’ trabajo cuando consigues trabajar de una forma gratificante; y ‘del’ trabajo, cuando accedes a un desempleo pagado.

Todo este entresijo de cuestiones, y ya acabo, tiene mucha relación con la participación, como tú señalas. La participación no puede darse por descontada, ni siquiera la de los afiliados al sindicato. A mí me parece incluso que existe en este momento entre los trabajadores que trabajan (mal) y los que no trabajan (ni cobran) una tendencia a la desmovilización y el desánimo peligrosa por las urgencias que nos/les acosan. Deseo el mayor acierto a los compañeros que preparan los materiales congresuales. Para fomentar la participación, habrá que conectar con los afiliados en primer lugar, y también con los no afiliados también en alguna medida. Y para conectar con ellos, habrá que empezar por escucharles, y tomar nota.
Un saludo, Paco



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