miércoles, 6 de enero de 2021

Yo acuso


 

Me avergüenzo de no haber tratado nunca sobre las muy precarias condiciones de los miles y miles y miles de ancianos que están aparcados en lo que impropiamente llamamos residencias. Ni siquiera cuando leí que la mitad de los fallecidos por el coronavirus han sido, hasta ahora, esas personas aparcadas. Mea culpa. Tuvo que ser la repetida experiencia de mis viajes en ambulancia al hospital de can Ruti, que expliqué ayer, cuando tomé conciencia real del problema (1). Real, no retórica.

Hoy el principal problema que tenemos es la malísima situación de las condiciones de vida de nuestros ancianos en esos establecimientos, algunos de ellos auténticos camaranchones. Es, además, un problema moral.

Me niego a creer que el gobierno de la Generalitat no tiene suficiente información sobre el particular; es imposible que nuestros alcaldes no sepan qué está ocurriendo en su municipio. Y, sin embargo, todo ello está sumergido como la parte oculta del iceberg. Sólo salta la cosa a la intemperie cuando  ocurre alguna estridencia que los medios consideran significativa. Pero una cosa se puede dar por sentado: nadie es responsable de la cosa. Se pone en marcha el ventilador burocrático de la des responsabilización para echarle la culpa a otra administración. Los hunos siempre le echan la culpa a los hotros.

No recuerdo que en ningún programa electoral apareciera la cuestión de las residencias de ancianos. Tampoco recuerdo que el Parlament de Catalunya abordara el problema y tomara cartas en el asunto. A pesar de lo mucho que este país debe a nuestros ancianos.

Ellos, en sus días mozos, fueron la pieza angular de la reconstrucción económica y social. Fueron los brazos del Plan de Estabilización de 1959, que levantaron la industria y los servicios. Ellos quitaron el fortísimo olor a zotal que recorría el territorio de punta a punta. No pocos de ellos se organizaron en los movimientos sociales y democráticos construyendo islas de libertad camino del archipiélago democrático de 1977.

Precisamente porque son los invisibles, porque no tienen voz (ni siquiera alquilada), porque carecen de representación –social y política— no son tenidos en cuenta. Lloran, eso sí, pero no maman.

Tenemos una cuestión moral que está pendiente de resolver. De empezar a resolver, quiero decir.

Se precisa un plan global, algo así como una operación de rastreo para que las autoridades competentes tengan los datos reales de cómo está el problema. Un plan minucioso, casi de acupuntura, con objetivos in itínere. Con sus plazos de verificación.

Señores del governet catalán: si todo el tiempo que han tenido en plan OK Corral entre ustedes lo hubieran dedicado a la cosa, no estaríamos hablando de tanta tragedia.

Me digo eso que no sólo ocurre en Cataluña. Peor todavía, pues.

 

Post scriptum.--- «Lo primero es antes», decía alguna que otra vez cuando venía a cuento, don Venancio Sacristán.

 

1)            Meditaciones desde mi ambulancia (38)

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