«Esto es cosa de unas
matemáticas diabólicas», exclamó un sorprendido Antonio Baños, tras conocerse el famoso empate
de 1515 a 1515 en la asamblea de la CUP. Es una extraña y novedosa idea pues
hasta la presente quienes habían relacionado dicha ciencia con lo sobrenatural (los
pitagóricos y los cantorianos rusos, entre otros) siempre la vincularon con lo
divino, sea esto lo que fuere. De manera que podemos atribuir a Baños una
inflexión entre las Matemáticas y lo diabólico. Si ello es una primera
explicación a los resultados de la asamblea de marras o no, es cosa que se verá
en breve plazo. Y tal vez la decisión final que adopte la CUP –investir a Artur
Mas o no-- no será de las Matemáticas
del más acá, sino de las del más allá.
En todo caso, Baños reabre un
histórico debate, a saber, ¿quién creó los números: Dios, Lucifer o eso que
genéricamente se entiende como el hombre?
Leopold Kronecker hizo un síntesis pastelera,
posiblemente para guardarse las espaldas: «Dios creó los números enteros; la
humanidad hizo lo demás». Ahora bien, si seguimos esta idea podemos convenir en
lo siguiente: Dios creó los números y la CUP organizó el empate. Que Lucifer
estuviera detrás o no, sólo tiene como creativo valedor a Antonio Baños, que es
arte y parte en esa historia.
Por lo demás, en ese debate
historicista --¿quién creó el número?--
yo mismo fui testigo de un sucedido en mis lejanos tiempos de
estudiante: tuve un profesor, don Miguel Cañadas, seglar, que nos decía que el número era obra de
Dios; en cierta ocasión me atreví replicarle que el cura don José Rodríguez afirmaba que los números eran una
construcción social. La respuesta de Cañadas fue la que sigue: «Don José
Rodríguez, el cura de Santa Fe, ¡ese sí que
sabe!». Con lo que nos quedamos a dos velas: no sabíamos si creer a un laico o
a un cura de olla que efectivamente sabía más del particular que Henri Poincaré. Pronto llegué a una conclusión, no
necesariamente cierta: Cañadas no quería problemas con el arzobispo, y el cura
Rodríguez iba por libre: la matemática es una ciencia positiva y racional. O
sea, bastantes problemas tiene Dios en torcer el mundo para preocuparse por
estas minucias (contrariando a Kronecker) y con los males
de cabeza que tiene el Diablo en arreglar el mundo ¿por qué se va a meter en
esos jardines?, anticipándose a las antipáticas formulaciones de Antonio Baños.
Ustedes se preguntarán a qué
viene lo que he dejado escrito. Muy fácil. Hace días el profesor Gregorio Luri publicitó un hermoso libro desde las
páginas del Café de Ocata: http://elcafedeocata.blogspot.com.es/2015/12/hoy.html.
Se trata de El nombre del infinito, escrito por Loren
Graham y Jean-Michel
Kantor, dos reputados matemáticos. Oído cocina: no confundan a Kantor
con el celebérrimo George Cantor, padre de la
teoría de conjuntos que tantos dolores de cabeza nos dio.
Dicho entre nosotros: recomiendo
vivamente la lectura de este libro, que edita El
Acantilado. Se trata de las trifulcas entre el misticismo religioso y la
creatividad matemática, de las discusiones entre las escuelas francesa y rusa,
de las pugnas entre los monjes ortodoxos de los monasterios del monte Athos, en
Grecia, a principios del siglo XX con el Zar de todas las Rusias. Que acabó
aquello en una escabechina descomunal. Total, que te mantiene en vilo. Más o
menos lo mismo que ese vilo que aprieta a Artur Mas en el forro del escroto. Como
hipótesis les diré que, mediante este libro, tal vez puedan establecer una
conexión entre el misticismo de la política catalana con lo que encarte.
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