He leído
con cierta perplejidad las declaraciones de Pablo Iglesias El Joven con
relación a la espantá de Juan Carlos
Monedero. Me han sonado a dejá vu. A
algo tan antiguo como las relaciones entre la política y los intelectuales.
Primero.-- Veamos,
Monedero deja los órganos de dirección de Podemos; a continuación expone los
motivos que –incluso leídos superficialmente— son un cogotazo en toda la regla
al grupo dirigente. Sobre el carácter de estas declaraciones no puedo
pronunciarme: sencillamente no tengo información al respecto, aunque me intriga que Monedero no haya sido
más elegante, esperando que por lo menos pasara la primera etapa del proceso
electoral, las municipales. En todo caso, esta decisión (y la oportunidad de la
misma) son cosa que no me corresponde valorar. Por otra parte, sí me parece
llamativo que Iglesias haya aceptado la dimisión tan raudo como una centella.
Según parece, ni siquiera ha habido un «Oye, Juan Carlos: vamos a hablar
tranquilamente». Lo que tampoco, a decir verdad, me corresponde valorar.
Lo que sí
me importa –mejor dicho: me inquieta--
es el argumento del joven Pablo Iglesias. Que, salvando las distancias,
me recuerda al famoso «intelectuales con cabeza de chorlito», que en cierta
ocasión una gran dama de la izquierda, Dolores Ibárruri, endiñó a Fernando
Claudín y Jorge Semprún. La explicación que nos ha dado Iglesias es que «Quizás
Juan Carlos no es un hombre de partido». Tal vez no lo sea, pero –con tan
bombástico argumento-- nos quedamos a
dos velas, especialmente porque Iglesias no ha dado respuesta a los dardos
directos de quien tal vez «no es un hombre de partido», explícitamente ligada a
su condición de intelectual. En todo
caso, entiendo yo que estaba obligado a responder a los pescozones que, con
mayor o menor elegancia, Monedero propina en su carta de despedida del Parnaso.
En primer lugar, por obligada cortesía al remitente y, en segundo lugar, como
clarificación a sus parciales. Más todavía, nos hemos quedado a la Luna de Valencia en todo lo
atinente a la vieja relación entre medios y fines que sutilmente dejar caer
Monedero.
Segundo.--
El debate que se libra en el interior de Podemos tiene una gran importancia. Es
lógico que, en toda organización política y social, aparezcan estas discusiones
que lógicamente nunca fueron resueltas. Es un debate que va más allá de la
relación entre los intelectuales y los «hombres de partido». Y más lógico es,
todavía, que aparezcan en una formación nueva que reclama para sí una profunda
discontinuidad con los partidos de toda la vida. Que lo sea o no es ya harina
de otro costal. Sin embargo, la manera de cerrar la crisis por parte de Iglesias
tiene no pocas semejanzas con los viejos estilos de los partidos tradicionales,
especialmente algunos de izquierdas. Con la notable diferencia de que la
respuesta oficial del primer dirigente de Podemos –echa la salvedad de los
hombres de partido-- ha sido no sólo
cordial sino afectuosa al «querido amigo Juan Carlos».
En todo
caso, vaga por la atmósfera qué se quiere decir exactamente con eso de «los
hombres de partido». ¿Se refiere al militante o dirigente de espíritu
berroqueño –de piedra picada, dicho en castizo-- que acomoda su cerebro con la fe del
carbonero a lo que dicta el partido? ¿Es el militante que es pensado por la dirección y, por lo tanto, es una persona
demediada al renunciar a darle vueltas a su propia cabeza?
Pablo
Iglesias el Joven ha recurrido a un viejo constructo: los hombres de partido. Y
comoquiera que reserva la condición de intelectual a Monedero (frente a la de
los hombres de partido) vuelve a traer a colación la antigua tensión entre
intelectuales y partido. Que en los tiempos actuales –profesionalización
superior de los políticos, poderes discrecionales del líder del partido,
subordinación de la militancia «como servidumbre voluntaria», entre otros—
adquiere otra dimensión.
Por lo
demás, no es menos chocante que Pablo Iglesias utilice la expresión
«intelectual» de una manera que repugnaría a Antonio
Gramsci, esto es, referida solamente al «académico». Sabido es que
Gramsci se refiere al partido como un «intelectual orgánico», luego sus
militantes –académicos o no-- son por
extensión intelectuales. Cuestión diferente es si Podemos, dicho
gramscianamente, es un intelectual colectivo o no. Pero esto es algo que me
sobrepasa.
Sea como
fuere, lo que no es de recibo es la majadería de Artur Mas que –refiriéndose a
lo que estamos comentando-- ha declarado
que los de Podemos «se pelean como monas». Por lo que se ve, su pugna con Duran
es un juego de inocentes pizpirigañas.
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