Nota
bene.— Próximamente se conmemorará el veinte aniversario de la muerte
de Cipriano García. CC.OO. de Catalunya prepara para el día 18 de este mes un
acto de homenaje y recordatorio de su figura. A continuación expongo aquí el
primer redactado de mi intervención en dicho acto. Es un borrador para amigos con la idea de perfilar mejor mi participación
en tal acontecimiento.
José
Luis López Bulla
Primer
tranco
De
la «clase probable» a la «clase movilizada»
La
generación fundadora de Comisiones significó una gran transformación en los
movimientos sociales europeos a mediados de los años sesenta. Esta
transformación ha sido, a mi entender, la más importante del sindicalismo antes
de las que se operaron tras el otoño caliente en Italia, en Inglaterra con la
de los shop stewards o en Polonia
con Solidarnösc. Cipriano García fue una de las
personas más representativas de aquella generación.
Los rasgos esenciales
de aquella generación fueron los siguientes: a) puso en marcha un movimiento de
trabajadores abierto en las empresas –esto es, no clandestino— en plena
represión de la dictadura franquista, que aprovechó las posibilidades e
instrumentos de aquella ´legalidad´
combinándola con formas paralegales y extralegales; b) el centro de
decisión del conflicto era la asamblea de todos los trabajadores; c) esta
unidad social de masas se correspondía con la naturaleza unitaria de aquella
generación, que no hacía distingos políticos ni confesiones religiosas; d) en
esa praxis unitaria está el germen de la búsqueda tendencial de la
independencia sindical, no sin altibajos, de ese sujeto social nuevo, al que no
dudamos en calificar de «acontecimiento».
Digamos que estos
rasgos esenciales no eran el resultado de unos planteamientos teóricos sino de
una praxis asumida con naturalidad. Estos rasgos explican la génesis de aquel
movimiento que se traduce en convertir la «clase probable» en «clase
movilizada», una categoría de la que habló en su día Pierre Bordieu. El secreto de aquel acontecimiento fue situar
la acción colectiva en el centro de trabajo y estudio: el bidón, el andamio y
el pupitre, como dije en cierta ocasión. Esa fue la ortopraxis de las nacientes
comisiones obreras, así en minúsculas todavía. El comisionado era el dirigente real
y formal, elegido participativamente en la asamblea.
Los comunistas y el
nuevo movimiento obrero
Que Cipriano García
fuera un destacado dirigente del comunismo español, al igual que su querido
compañero Ángel Rozas, nos vuelve a proponer
la necesidad de revisitar las relaciones entre el PSUC, el PCE y Comisiones
Obreras. En primer lugar, es obligado decir que la insurgencia de Comisiones
fue el resultado de una práctica original, propia de los trabajadores en las principales
empresas fordistas del país. En esos momentos, los dirigentes comunistas de ese
movimiento de trabajadores tenían, por así decirlo, una doble actividad: de un lado, en una organización
clandestina, la Oposición Sindical
Obrera, que –para decirlo coloquialmente--
eran cuatro y el cabo; de otro lado, en esas nacientes comisiones
obreras. Las charlas con el maestro Ángel Rozas son un rico
testimonio de esa militancia bífida.
Cipriano García --y
aquella generación— entendieron, en un momento dado, que aquella «clase
movilizada» ya no cabe en la Oposición
Sindical Obrera que, por lo demás, poco o nada tenía que ver
con aquel movimiento de trabajadores. La primera consideración es: supo romper
con aquel cachivache, la OSO ,
y volcarse en el estímulo de lo nuevo, poniéndose a la cabeza de lo que
tendencialmente era un movimiento unitario, de masas, y para ello debía ser
abierto, no clandestino.
Nadie podrá reprochar
al comunismo español que teorizara e, incluso, interviniera en lo que estaba
sucediendo en esos primeros andares de aquel movimiento de trabajadores. Que le
propusiera una teoría y le prestara lo mejor de su intendencia. Lo supieran o
no estaba haciendo algo similar a lo que pusieron en marcha Giuseppe Di Vittorio en Italia años atrás
en tiempos de la lucha contra Mussolini. Tampoco nadie podrá reprochar al PSUC que
inspirase a Comisiones Obreras lo que en su día llamamos la cuestión nacional
de Cataluña. Sin ningún género de dudas fue nuestro Cipri quien más y mejor se
empeñó en ello, y quien más visiblemente se enfrentó a otras componentes de
Comisiones Obreras que tenían una posición radicalmente contraria.
La historia
antigua de Comisiones Obreras está marcada por diversas fases
en las relaciones entre el partido y el sujeto Comisiones, que coinciden con la
presencia activa de Cipriano García: 1) una fase inicial de tutela por parte
del comunismo español, 2) un periodo de búsqueda de la independencia sindical,
y 3) de la asunción plena de dicha independencia. Digamos, pues, que hay un primer
Cipriano que ve, como cosa natural –y sin ni siquiera planteárselo-- esa relación de tutela y cordón umbilical; y,
a la vez, un segundo Cipriano que va compartiendo la necesidad de, al
principio, una resituación de ese problema y, después, una solución definitiva
basada en la mutua independencia de ambos sujetos, el político y el social.
De hecho, podríamos
decir que fueron los dirigentes sindicales de militancia comunista quienes más
utilizaron su influencia en el partido
para romper aquella prótesis de la correa de transmisión. Digamos que tres
cuartos de lo mismo ocurrió con líderes como Marcelino y Nicolás Sartorius, al igual que lo
hicieran Di Vittorio, Lama y Trentin en Italia.
En todo caso, parece
oportuno plantear lo siguiente: a medida que Comisiones Obreras avanza en su
planteamiento de ser sindicato --algo relativamente tardío y nunca
suficientemente claro hasta poco antes de la legalidad— va apareciendo con más
claridad la necesidad de ser un sujeto independiente. Esa tendencial búsqueda
de la independencia es, en buena medida, la consecuencia de observar que las
ventajas aparentes de la dependencia del comunismo español son menores que la
independencia. Lo que no representa desdoro alguno para el PSUC ni para el PCE.
Lo que explicaría que la opción de UGT por escaparse del PSOE es mucho más
tardía, también porque no es igual ser independiente de un partido menor que de
una organización, en aquellos tiempos tan poderosa, como el PSOE.
Cambiando de tercio, me
interesa traer a colación algo referente a Cipriano del que se ha hablado poco.
Un año antes de la famosa asamblea de Barcelona de Comisiones Obreras de toda
España, en el verano de 1976, Cipriano fue insistiendo en la necesidad de
proceder ordenada, pero rápidamente a la transformación de aquel movimiento de
trabajadores en sindicato. UGT estaba apareciendo de manera abierta y la
patronal se estaba estructurando: nosotros seguíamos deshojando la margarita.
Tampoco lo hicimos en la asamblea de Barcelona que concluyó con gran ambigüedad.
Lo tuvimos que hacer en el otoño de una manera casi vergonzante y un tanto
administrativamente. Cipriano estaba que se le subían los demonios. Con toda la
razón del mundo.
Por otra parte, poco se ha hablado del impulso que dio
personalmente al cambio generacional en la dirección del grupo dirigente. Con
cincuenta años de edad nos empujó –más bien nos obligó-- a un grupo de
veinteañeros a asumir la dirección de Comisiones Obreras de Cataluña. Nunca nos
sentimos vigilados; es más, cuando le reclamábamos el consejo nos repetía:
«volad, volad con vuestras alas».
Segundo tranco
La situación ha
cambiado radicalmente desde, podríamos decir, los tiempos de Cipriano García. Hoy, lo sabemos bien, nos encontramos en un
paradigma radicalmente distinto: el de la reestructuración—innovación de los
aparatos productivos y de servicios en el cuadro de esta globalización
asimétrica, presidida por el capitalismo financiero. Nos parecen claros los
objetivos: generar una nueva acumulación capitalista. Para lo cual le sobran
los poderes, controles y derechos, los
sujetos críticos y todas las interferencias que suponen para lo anterior los
sistemas públicos de protección. En suma, los elementos básicos de la
democracia. De ahí que se esté consolidando el proceso de subordinación de la
política a la economía y a los intereses de los grandes capitales
especulativos, desapareciendo –al menos en nuestro país— los espacios de la
autonomía de la política.
Si todo ha cambiado (y
ese cambio no ha hecho más que empezar) en el centro de trabajo, en la relación
entre centro de trabajo y territorio vale la pena prestar algo más que atención
a las palabras de Ignacio Fernández Toxo: «Si el sindicato no
se reinventa se lo llevará el viento de la historia por delante». A decir verdad,
un servidor nunca ha oído unas palabras tan valientes y certeras en el
sindicato. Salvando las distancias ese llamamiento me recuerda lo que Cipriano
hubiera dicho con relación a la Oposición
Sindical Obrera: «Esto no pita». Dicho y hecho: se pusieron
manos a la obra y arrimaron el hombro a la novedad de aquellas comisiones
obreras que ellos mismos iban creando.
Ahora bien, hay una
enemistad a esta gran operación que propone Toxo. Él mismo ha señalado: «No podemos seguir haciendo lo mismo para conseguir los mismos
resultados». Unas palabras que podrían haber sido suscritas por la
generación fundadora de Comisiones Obreras en aquellos tiempos lejanos.
Entiendo, por otra parte, que lo que plantea Toxo no está bien acompañado. Diré sin protocolo que apenas
si se producen voces de apoyo concreto y con hechos concretos al planteamiento
del secretario general de la
Confederación. Por otra parte, me ha
producido una cierta perplejidad lo manifestado por un dirigente confederal que
ha afirmado que «el sindicato necesita un cambio de imagen». No es que sea,
como lo es, una banalidad; es que un cambio de imagen no garantiza
absolutamente nada. Como tampoco darle a la casa una mano de pintura. Así pues,
es la hora de hincarle el diente a la propuesta de Toxo.
Para una
pormenorización –tanto de los argumentos como de las propuestas
concretas-- yo sugeriría lo que he
expuesto en La parábola del sindicato (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/09/la-parabola-del-sindicato.html)
que, resumido al máximo, se concretaría en lo siguiente:
n
La conversión del sindicato
en un sujeto «de clase y global»;
n
La asunción de que estamos en
un nuevo paradigma del capitalismo al que hay que seguir combatiendo;
n
La adecuación de la
representación en el centro de trabajo sobre la base de que el sindicato sea el
sujeto principal;
n
El establecimiento de normas
para ejercer la participación y, entre ellas, que cada convenio o acto
contractual sea el resultado de prácticas referendarias;
n
El Código de autorregulación
de la huelga en los sectores esenciales de la comunidad;
n
… y las que se verá en el mencionado estudio de
La parábola.
Sea como fuere, el caso
es que cada tiempo que pase sin entrar de lleno en el planteamiento de Toxo es
una considerable pérdida de tiempo. Y de poder sindical.
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