Nota editorial.— Se nos ha muerto Manuel Ramón Alarcón. Sus
colegas, los juristas Antonio Baylos y Edfuardo Rojo, han dejado escrito dos
cariñosos recuerdos. Lo suscribimos. Léase atentamente en los dos blogs: http://baylos.blogspot.com.es/2015/05/manuel-ramon-alarcon.html
y http://www.eduardorojotorrecilla.es/2015/05/el-betis-en-el-cielo-manuel-ramon.html.
Al jurista y al amigo le dedicamos esta modesta entrada. Va por ti, Manuel Ramón, que como dijo el poeta
de Fuente Vaqueros, fuiste también «un andaluz tan claro, tan lleno de
inteligencia».
Si un
amplio sector de las izquierdas entiende la necesidad de entenderse –digámoslo
con claridad, de pactar-- como una
necesidad política, y no como una patología, podría abrirse un nuevo itinerario
(no sé si un ciclo) nuevo en nuestro país. Ello implicaría aceptar que los
intereses de cada fuerza política deberían estar orientados a la gradual
solución de los problemas, viejos y nuevos, de la ciudadanía. Si, no obstante,
las izquierdas se orientaran a desvincular sus intereses de lo que conviene a
la gente, volverá a reproducirse la geometría de las líneas paralelas. Las
izquierdas deben pactar con un primer objetivo: limpiar la pocilga en los cerca
de quinientos ayuntamientos y en las autonomías que ha perdido
el Partido Popular. Para ello está el zotal y otros productos a convenir,
también de manera pactada. La valenciana Mónica Oltra,
otra gran protagonista del reciente proceso electoral, ha dado en la tecla: las
líneas rojas no están en las personas sino en el qué. Y en ese «qué» hacer está
la madre del cordero; a partir de ello está el «quién». O lo que es lo mismo:
qué proyecto factible se pacta y quiénes lo llevan a la práctica en un trayecto
razonable.
Entiendo
que limpiar la pocilga y poner en marcha un proyecto con su debido trayecto no
deberían ser vistos como algo de corto recorrido y vía estrecha. Porque los
problemas –los pendientes y los que van apareciendo-- que deben irse
solucionando son de una enorme envergadura; porque ninguna fuerza, por
separado, puede abordarlos; porque esas
soluciones no pueden ser un zurcido de retales inconexos; porque las
resistencias siguen siendo muy poderosas.
No entiendo
que ese proyecto sea el resultado de un sincretismo para salir del paso, sino
un instrumento para –por decirlo con Gramsci--
generar hegemonía in progress.
También como justa correspondencia a un amplio sector de la ciudadanía que,
como hemos dicho en otro lugar, le ha cogido gustillo al cambio. Para abordar
algo de tanta relevancia como que «la democracia, que fue antaño fuerza de
cambio, se ha convertido últimamente en fuerza de conservación e, incluso, de
retroceso como signo evidente de su decadencia y vaciamiento», según afirma
responsablemente mi amigo Riccardo Terzi (1).
En
resumidas cuentas, un proyecto que reconstruya a lo largo de ese trayecto un
gran trabajo de mediación, capaz de rehacer los canales de comunicación entre
el espacio social y la esfera institucional. Lo que obviamente tampoco puede
hacerlo nadie por separado y menos todavía yendo a una greña que desmotiva y
aleja a la ciudadanía. Por supuesto, no estamos refiriéndonos a una Arcadia
feliz de la izquierda, porque todo ello generará conflictos entre las fuerzas
de izquierda, entre ellas y la ciudadanía y en el interior de la misma sociedad
civil. Pero tales problemas, incluso lo más ásperos, no deben ser el punto de
llegada, sino el de partida. Es más, tales litigios deben ser observados como
acicate estimulante, nunca como una patología definitiva.
Seamos
claros: la unidad no es un fetiche, sino un instrumento. O, con más realismo:
es una hipótesis de avance de las izquierdas frente a la certeza de que la
dispersión confrontada siempre ha perjudicado a la sociedad y, muy en especial,
al mundo del trabajo heterodirigido. ¿Es necesario poner ejemplos para ablandar
la mollera de las enemistades de la unidad? De la unidad de acción de las
izquierdas, porque hablamos de ello y no de la unidad orgánica de ellas.
Estamos
hablando de una unidad no idílica sino probablemente conflictiva, ya se ha
dicho. Pero esos conflictos no pueden partir de la exigencia de A para que B
sea como A plantea, sino de qué manera, siendo cada cual como es, convengan qué
proyecto con su trayecto pueda hacer avanzar a la sociedad y a todas las fuerzas de izquierda. Lo
que no excluye, naturalmente --¡faltaría más!--
que cada formación luche por su espacio y tesoneramente lo defienda y amplíe.
En
resumidas cuentas, existe una oportunidad de proponerse en los hechos concretos
una regeneración institucional a través de esa unidad en la diversidad de las
izquierdas en la vida local y autonómica. Y una irrupción vital de las energías
vitales de la sociedad que, repetimos, le ha tomado gusto al cambio, no
entendido como una mano de pintura, sino como una garlopa reformadora de las
grandes patologías sociales e institucionales. Las izquierdas, mediante una
emulación de cada cual frente a las otras, no puede desperdiciar esta
oportunidad: los vuelos gallináceos no sólo no solucionarán anda sino que
provocarán un enorme desperdicio. Una ocasión que fatalmente se ha perdido nuestro querido Manuel Ramón Alarcón.
(1) Intervención en el seminario del 30 de Enero
de 2015 en Lecco promovido por la la Fondazione
Pio Galli.
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