jueves, 4 de diciembre de 2014

EL TRABAJO: FILOSOFÍA Y SINDICALISMO, Trentin acompañando a Gómez Pin



Homenaje a Elvira Sánchez Llopis, In memoriam

 

 

 

El profesor Víctor Gómez Pin es un reputado científico que no gusta, dicho lorquianamente, «disfrazarse de septiembre para no infundir sospechas». Va al grano y a contracorriente en materias de tanta enjundia como las que se refieren al trabajo. Lo hace sin concesiones a ninguna galería académica en su reciente libro Reducción y combate del animal humano que ha editado Ariel filosofía. Mal harían los sindicalistas y la importante cofradía que estudia los asuntos del trabajo, sobre todo los implicados en cómo és y cómo debería ser si no se empaparan de su fecundo contenido. 

 

Véase, por ejemplo, cómo se las gasta el profesor Gómez Pin: «La conformidad que presenta como inevitable, y por así decirlo natural, una organización social en la que trabajo embrutecedor prima, constituye una enorme regresión no ya respecto a los proyectos emancipadores de la modernidad, sino también respecto a la concepción del ciudadano que tenían los griegos», página 49. O «Hemos, en suma, de denunciar lo insoportable de la situación laboral actual, porque reducir a los humanos a la esclavitud, impide precisamente la asunción de la condición trágica en la que consiste el ser ciudadano. Pues el tiránico orden social que posibilita tal cosa no es in-humano (sólo los humanos son susceptibles de forjar prisiones físicas o espirituales) sino literalmente des-humanizador, una máquina para impedir que los humanos sean cabalmente tales» en la página 51. Sin pelos en la lengua.     

 

Conforme iba estudiando el libro me iba asaltando una determinada inquietud, a saber, ¿cómo aprovecho su lectura para esbozar unas líneas generales que sirvan de provecho en una especie de dictamen que se me ha pedido? ¿De qué manera engarzar la potente reflexión de Gómez Pin con una propuesta sindical factible para estos tiempos que corren? Estuve inquieto durante unos días porque no era capaz de ensartar la aguja. Así se lo comuniqué al profesor Gregorio Luri, confiando en que, desde el  Café de Ocata –un lugar emblemático del Maresme— me podía venir alguna ayudica. Don Gregorio no se dejó engatusar y, amablemente socrático, me conminó a seguir  dándole vueltas a la sesera.

 

He aquí, pues, mis pobres conclusiones sobre el particular.  Bastante ha hecho Gómez Pin en situar el problema. De manera que no es sensato que a nuestro hombre se le pida, por el momento, que añada más batería a su reflexión sobre el asunto: el trabajo. Digo por el momento. Porque ahora debe tener la palabra el sindicalismo en la mucha parte que le corresponde. Pues bien, como elemento complementario sugiero que las diversas cofradías laboralistas (empezando por el sindicalismo) complementen el libro de Gómez Pin con lo que nos dejó escrito Étienne La Boétie en su afamado ensayo La servidumbre voluntaria, cuya actualidad notará al momento quien se meta en su agradable lectura. Tome nota el lector de esa conexión entre Gómez Pin y el joven La Boétie: «Es simplemente insoportable que la dialéctica entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo haya convertido el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia», página 50. 

 

Dicho lo cual es obligatorio que el estudioso (principalmente el sindicalista) establezca una comparación entre las prácticas reales –la «realidad fáctica», que dijo repetidamente el santo laico Antonio Gramsci--  y las utilidades concretas para la persona concreta que trabaja. Si tal hiciera, caería en la cuenta de que, por lo general, existe una asimetría entre dicha práctica y el estadio en que esta se desarrolla: el marco general de la innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios en los centros de trabajo y en los puestos de trabajo de la nueva fase de la globalización. Dicho de manera lapidaria: la práctica real sigue siendo fordista (aunque todavía apoyada por el sistema taylorista) en el cuadro de la globalización interdependiente y, por lo tanto, es la repetición superficial y manualística de los contenidos de nuestra reivindicación del trabajo en el viejo sistema fordista. Lo que implicaría que, en dicho estadio, así las cosas, se reproduce la servidumbre que describe Gómez Pin en la condición asalariada sin tener las pistas e indicios para la autodeterminación de la persona en el trabajo que podría –podría, así en condicional--  suscitar su intervención en el nuevo cuadro post fordista. Que es, a mi entender, la verdadera asignatura pendiente del sindicalismo confederal y de la hermandad de laboralistas: abogados e ingenieros, sociólogos y filósofos del trabajo.

 

Por lo demás, afirmo que la preñez de nuevos planteamientos sobre el particular puede venir de organizar lecturas colectivas y actos de estudio del famoso libro de Bruno Trentin La ciudad del trabajo, crisis de la izquierda y fordismo bien en formato tradicional (publicado precisamente por la Fundación 1º de Mayo) o en  http://metiendobulla.blogspot.com.es/ Aquí encontrarán el eslabón entre lo que afirma Gómez Pin y el qué hacer sindical. Más en concreto, la denuncia del profesor barcelonés cuya salida está en la «humanización del trabajo» que tanto ocupó al sindicalista italiano.

 

 

Apostilla.  En la casa sindical sería conveniente que se invitara al profesor Gómez Pin a conversar sobre su libro. Pongamos que también me refiero a la Fundación 1º de Mayo que con mano ducha dirige el amigo Javier Doz.

 

 

Radio ParapandaMUCHACHA QUE HUYE por Paco Rodríguez de Lecea


 

5 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Hacerse las preguntas correctas es la parte más difícil de la comprensión de la realidad. Vengo de dar una charla en Lérida en la que he defendido que la honestidad no necesita del filósofo. Allá donde el filósofo se retuerce el magín, el hombre corriente suele tener clara la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Me parece a mí que en estos tiempos lo que necesitamos es sindicalistas que se hagan valiéntemente sus propias preguntas. Y el pensamiento libre es el que no teme hacerse daño. Mis respetos, que son muchos, don José Luis.

Pepe Luis López Bulla dijo...

Querido profesor, no me sea usted excesivamente iconoclasta. Le propongo la siguiente enmienda de adición a su texto, que subrayo en cursiva: « … la honestidad no necesita solamente del filósofo». Por otra parte, ¿está usted seguro que el «hombre corriente» siempre suele tener clara la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal? Yo no lo tengo tan claro. Más todavía, entiendo que su idea, que yo comparto, de que «el pensamiento libre es el que no teme hacerse daño» es filosofía en la pura acepción del término. Va más allá, en mi opinión, del sentido común del hombre corriente. Es más, tal vez al tan repetido hombre corriente lo que le interese más sean las «respuestas» y no tanto las «preguntas», aunque yo esté con usted también en esto.
Por cierto, me viene a la cabeza el famoso Séptimo soneto de nuestro padre Petrarca (La gula, el sueño y las ociosas plumas) donde deja dicho: “Pobre y desnuda vas, filosofía, /
dice la turba, interesada sólo en el vil lucro”. . .

Pepe Luis López Bulla dijo...

La enmienda sólamente no ha salido en cursiva. Cosas de la red.

Gregorio Luri dijo...

Es que. don José Luis, si el filósofo es eso, y no un ideólogo, sólo sabe lo que busca en la medida en que sabe lo que no tiene. Yo tengo serias dudas de que de la filosofía se pueda deducir una moral... a no ser que el filósofo sepa perfectamente lo que es el bien. Y si lo supiera, ya no sería filósofo, sino sofos (un ideólogo). Fíjese usted que nunca han faltado junto a los tiranos una corte de intelectuales susurrando en sus orejas. Más aún, la característica dcd las tiranías modernas ha sido la alianza entre poder, tecnología e ideología.
En la conferencia de Lérida había estado tratando el gravísimo caso de Heidegger y la respuesta que le da Rorty: "democracia antes que filosofía".
Lo que me parece claro es que para ver el sufrimiento de tu vecino no se necesitan profundos pensamientos, sino sentido común. Y para solidarizarse con él, nada hay más necesario que el coraje.
A ese hombre me refiero cuando digo que el hombre corriente "suele" (efectivamente nada garantiza que sea así necesariamente) tener clara la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Cosa distinta es la consideración de si ese saber le garantiza la elección de lo bueno en cada caso. Me parece que, en realidad, todos tenemos bastante claro lo que debemos hacer... lo que corre es que hacemos otra cosa.
El hombre corriente es el que, con su claridad do confusión, nos salva o nos hunde, don José Luis. Por eso merece todo mi respeto.
A mi me preocupa mucho, en este sentido, la pérdida de sentido de dignidad del trabajo y, en consecuencia, del trabajador. Este es, para mí, uno de los temas fundamentales del presente. Pero para tratarlo necesitaría mucho más espacio.
Un abrazo.

Pepe Luis López Bulla dijo...

Dicho queda, profesor.