lunes, 8 de diciembre de 2014

LA SOLIDARIDAD ES «UNA UTOPÍA NECESARIA»




Nota editorial.--  Esta es una entrevista (1) que il manifesto ha hecho a Stefano Rodotà con ocasión de su reciente libro La solidarietà un´ utopia necessaria, tras la historia de Sandra, la obrera del film  Dos días y una noche.   La traducción se la debemos a Zoílo Dentahelgado (Parapanda).   



Pregunta.--  Profesor Rodotà, ¿por qué se vuelve a hablar de solidaridad?

Respuesta.--  La crisis ha hecho crecer las desigualdades y ha ampliado la pobreza. Confiar en las fuerzas del mercado es una opción débil que está por debajo de la necesidad de encontrar nuevos principios de referencia. La solidaridad vuelve a emerger en los modos más diversos y supera las distancias existentes.  Por ejemplo, en el discurso sobre las pensiones cuando se pone el problema de la solidaridad entre las generaciones. En la salud donde no es posible limitarse al momento actual para garantizar las condiciones mínimas de vida. No es un proceso fácil. En las situaciones de dificultad las distancias pueden crecer junto a la imposibilidad de ser solidarios.

¿Se puede ser solidario en las periferias de Roma o Milán entre crisis, sentimientos xenófobos y desalojo de las casas ocupadas?

Me parece que estos conflictos están inducidos también por quien quiere explotar las tensiones existentes. Pero hay otra razón: mientras la gente estaba en condiciones de pagar el alquiler de la casa no creían intolerable el hecho de que alguien estuviera en dificultad o no pudiera pagarlo. Con la crisis nos hemos encontrado en una situación conflictiva. Pagar un alquiler es intolerable mientras otros no lo pagan. Las condiciones materiales de la solidaridad parecen destruidas mientras registramos una destrucción del principio: se construyen solidaridades de proximidad o vecindad y nos hacemos solidarios de quien rechaza la solidaridad con los demás, con los más lejanos: los extranjeros y los gitanos.

¿Cuál es su definición de solidaridad? 

Creo que el comentario de Luigi Zoja sobre la parábola del buen samaritano es apropiado. Aquí Cristo muestra el contenido revolucionario: hay que amar al extraño, no al prójimo. Amar al extraño es la clave de la solidaridad. La solidaridad por vecindad y pertenencia es fácil. Hay que practicar la solidaridad en tiempos difíciles que incluso nos llevan a rupturas. Si se abandona la solidaridad caen bajo mínimos las condiciones de la democracia, esto es, el reconocimiento recíproco y la paz social.   Afirmo con Jürgen Habermas que la solidaridad es un principio que puede eliminar el odio entre los estados ricos y los pobres. La solidaridad sirve, en efecto, para señalar los fundamentos de un orden jurídico; si fallan tales fundamentos nuestras dificultades se exasperan en el terreno social personal.  En fin, la solidaridad es una práctica que pone en el centro los derechos sociales. Este es otro punto del libro: los derechos sociales no pueden separarse de los otros.  

¿Qué contribución ha dado el movimiento obrero a la historia de la solidaridad?

La Internacional  demostró que la solidaridad no es un sentimiento genérico de compasión en relación con el otro. Ni un elemento históricamente indeterminado. La solidaridad de los modernos es una construcción que siempre tuvo la necesidad de un sujeto histórico que por excelencia ha sido el movimiento obrero. Es aquel canto revolucionario que dice: «Seb­ben che siamo donne, paura non abbiamo, per amor dei nostri figli, in lega ci met­tiamo» (2). Es la responsabilidad orgullosa de la dignidad de las mujeres que se convierte en un principio de acción colectiva. Sobre estos principios se auto organizaron los excluidos, sus ligas permitieron a los socialistas y a los cristianos encontrar puntos de convergencia firmes. En la Internacional se quería construir una humanidad que no fuera la suma de personas sino la conjunción de una serie de sujetos que actúan colectivamente de cara a un interés común. Esto llevó al reconocimiento de la existencia libre y digna de la que habla nuestra Constitución.  

El Estado social ha modificado este idea del movimiento obrero. ¿Su crisis permitirá que sobreviva la solidaridad? 

Razonar sobre la solidaridad como principio significa reconocer la historicidad. La solidaridad estaba antes del Estado social y permanecerá también después. Por ello se puede decir, hoy,  que es el principio de referencia para la reconstrucción del tejido político institucional y social. Es necesario repensar la solidaridad más allá del Estado social. Por esto es esencial fundar un nuevo espacio constitucional europeo que se inspire en ese principio.

¿De qué modo se puede construir un espacio similar?

La referencia está en la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, la Carta de Niza en cuya redacción yo mismo participé.  Aquella carte nació en 1999 en un contexto político y cultural diferente al actual. Entonces se quería ir más allá del Estado social nacional y se hizo una diagnosis más radical de la que generalmente se hace hoy día sobre Europa.

La Unión Europea no solo tiene un déficit de democracia, sino también de legitimidad. Este déficit puede ser superado mediante los derechos fundamentales, inspirados en la dignidad y la solidaridad, no en el mercado. Recuerdo que los laboristas de Tony Blair se resistieron y opusieron incluso al derecho de huelga.  A tanto llegó su ruptura con la tradición obrera. Así es que conozco que sobre la Carta de Niza hubo mucha polémica. No obstante, deberíamos pensar que se ha dejado de lado al imponerse otra constitución basada en las políticas de austeridad. 

¿Existe un sujeto capaz de poner la solidaridad en el centro de la atención? 

Estamos ligados a una modernidad que reconoció al creador de los derechos en un sujeto social: la burguesía hizo nacer los derechos civiles, los obreros los derechos sociales. Después hubo una descomposición de los sujetos. Se ha hablado de una clase precaria, de la de los hacker… Hay otras definiciones que demuestran la existencia de condiciones humanas que superan el hecho personal y son hechos políticos. Pero ello, por sí mismo, no basta. Por eso la solidaridad es importante. Esta es la dimensión utópica: es la condición que nos permite no resignarnos a la fragmentación social y a los mecanismos de exclusión.

¿La renta universal puede considerarse un instrumento para afirmar la solidaridad a nivel europeo?

Estoy convencido de ello. Muchos sostiene que entra en contradicción con el artículo 1 de nuestra constitución. Hay otra objeción: el reconocimiento de esa renta debilita la lucha por el trabajo. En esa perspectiva veo un error. Si se considera que el desempleo es siempre una fase transitoria y el pleno empleo queda como un objetivo de gran alcance. Pero estos discursos quedan hoy muy lejanos. Sobre la renta universal es posible proponer varias graduaciones: del mínimo al básico. Todos ellos pueden utilizarse para liberar a cada uno del chantaje del trabajo precario o no pagado; a conducir a una condición libre y digna; a eliminar la competencia entre pobres. Montesquieu decía que necesitamos instituciones, no promesas ni caridad.  La renta universal demuestra que la solidaridad es una utopía profundamente enraizada en la realidad.





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