domingo, 7 de diciembre de 2014

Lo que la memoria olvida y la privatización del pasado




Javier Tébar Hurtado, Historiador*  



La privatización del pasado es un fenómeno del que echamos cuenta en pocas ocasiones. A menudo ni reparamos en él. Rodolfo Walsh, ese periodista argentino, del que de ser neoyorquino tal vez tendríamos otras referencias e incluso otras valoraciones -y cabría preguntarse ¿por qué? Como en otros casos-, ese ciudadano comprometido, digo, ese militante político convertido en héroe y en mártir por voluntad propia o en contra de ella -otra cuestión que daría mucho para discutir- lo pensó y supo traducirlo al lenguaje escrito como pocos: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.

Junto a esta privatización del pasado, o al lado de ella, mejor dicho, conectada a ella, aparece la individualización de la memoria. La historia como propiedad privada y la memoria como memoria individual, arrinconada en el ámbito familiar, son dos fenómenos que coagulan bien con la etapa del capitalismo tardío en el que vivimos. Ambas nutren la historia como souvenir y la memoria como anécdota personal, familiar, sin conexión con la experiencia y la conciencia histórica. Así, resta lo que la memoria olvida.

Esta individualización no es lo mismo que la “memoria individual” que con fuerza reivindica Tzvetan Todorov en su sintética obra “Los abusos de la memoria” y otros trabajos; a veces este autor lo hace con tanta fuerza que lo que presenta es una memoria suspendida fuera de cualquier contexto colectivo, histórico, como si los individuos fueran plenamente víctimas o verdugos de su propia historia, sin mediaciones de ningún tipo. Algo bien curioso, cuando no contradictorio, si pensamos en la propia biografía de Todorov. También a veces, en su estela o cerca de ella, otros se empeñan en nuestro país, como es el caso del profesor Santos Juliá de manera destacada durante los últimos años, en presentar Historia y Memoria como dos figuras opuestas, cuando en realidad podrían ser en muchos sentidos simétricas, dos formas de aproximarse al pasado a través de vías diferentes pero no mutuamente excluyentes. Desde mi punto esta no sólo es una manera equivocada sino también estéril de plantear la cuestión. La guerra contra la memoria, sin duda una opción tan legítima como cualquier otra, entendida como medio para defender la Historia conduce posiblemente a caminos donde la ciencia se presenta como neutral, en sí necesariamente racional, pero no ayudan a desbrozar la racionalidad o irracionalidad de la práctica científica, que es otro terreno bien distinto. La falta de autoreflexividad puede llevar a excluir aquellos fenómenos sobre el pasado que fermentan en la propiedad sociedad hoy, es decir, en el objeto fundamental de la ciencia histórica. De esta manera, retornaría de nuevo el símbolo del “ouroboros”, la serpiente como imagen de la tentación se situaría en el límite del mundo y solamente en el cielo historiográfico no habría pecado. Hoy tal vez sea más conveniente retomar la tradición de fondo materialista que identificaba el ouroboros con el ser humano. Tal vez sea más necesario no obcecarse en la idea de que el pasado es monopolio de la ciencia histórica, de que la posible continuidad del flujo histórico está sometida a más de una palabra. Algo que no cuestiona la naturaleza del propio oficio de historiador, sino que, por el contrario, la reta.
Hoy, cuando se exige no tener historia para poder presentarse como novedoso, no sé si nuevo, se exige no tener memoria del pasado. Hoy, cuando la gerontocracia parece, por lo menos aparentemente, superada por la juventocracia con el argumento de que “lo joven es renovación”, a uno no le que queda más que la inquietante sensación de pensar que “lo joven” como marca vende más y que, por tanto, estamos ante la nueva línea de moda que promete evitarnos el frío. El mercado ya tiene camiseta con valor de cambio. Defender la juventud sin pasado es tan estúpido como vender el pasado sin juventud futura. A la guerra de sexos se suma la guerra de generaciones, todo se apuesta a un número: las rupturas propiciadas por la confrontación.

Y a pesar de todo ello, hoy debe darse la bienvenida al compromiso ciudadano a todas aquellas personas que en los años ochenta no podían perder ni su tiempo ni su dinero. A los que seguían oyendo a Radio Futura mientras se mofaban de los que les hablaban de política. A aquellos que reprochaban la pérdida de tiempo y de dinero a aquellos otros que les pegaban la paliza con la cuestión social. También a los que programaban por entonces sus carreras profesionales y vitales con pericia. En buena medida, juntos hemos construido las memorias futuras de entonces, las que precisamente estamos viviendo hoy junto a parte de los miembros de las generaciones más jóvenes. Por eso puede ser útil recordarnos que cada lucha debe empezar de nuevo, sabiendo que existe el riesgo de que la experiencia colectiva se pierda. Como es necesario ser conscientes de que la historia es fácil presentarla como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.


* Javier Tébar Hurtado en Dialnet



Radio Parapanda.--  Paco Rodríguez de Lecea en IR MÁS LEJOS AÚN



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