sábado, 16 de agosto de 2014

SINDICATO Y CULTURA




Cultura y trabajo: dialogan Salvo Leonardi y Riccardo Terzi*
“Emilia Romagna Europa” n. 8/Julio 2011
Tema: Sindicato e investigación, una relación complicada




Salvo Leonardi.-- A lo largo de tu larga militancia, primero política y después sindical, siempre te has distinguido por una cierta actitud a leer e interpretar los acontecimientos de la política y de la sociedad más allá de sus manifestaciones más contingentes y, ante todo, esforzándote en captar las turbulencias más profundas y estructurales. De esa tensión constante es testimonio tu reciente libro La pazienza e l´ironia (Ediesse, 2011), donde recopilas una serie de escritos tuyos entre 1982 y 2010. Ahí emerge, junto a tu perfil intelectual y político, el mapa y el trayecto de un ciclo completo  de momentos que han sacudido y cambiado la historia de nuestro país: del 68, el compromiso histórico, la derrota obrera en FIAT de 1992, el fenómeno de la Lega Nord, la crisis de la democracia, de los dilemas de la izquierda y del sindicato. 
El hilo rojo de tus análisis, pienso, está en la centralidad que siempre han conferido a lo social y a su relativa autonomía: el trabajo, la clase, la representación y el sindicato.  Incluso polemizando con quienes, en aquellos mismos años, teorizaban y perseguían la autonomía y la primacía de la política. El movimiento obrero, en particular –y su crisis de finales del siglo XX--  constituyen el sello a partir de la declinación de la izquierda en su forma partidaria y sindical.  
Los sistemas sociales se han hecho mucho más complejos que en el pasado, prejuzgando –tanto en el plano material como en el simbólico— las posibilidades de hacer del trabajo una representación y, antes, una simbolización  tendencialmente unitaria. ¿De qué manera y sobre qué bases crees que es posible la reconstrucción, hoy, de una trama de lo social capaz de refundar una subjetividad autónoma y solidaria como contraposición a la hegemonía liberal de estos años?


Riccardo Terzi.--  Has señalado que el hilo conductor que me ha guiado en toda mi investigación es la autonomía de lo social. Ello excluye la “primacía” de la política, pero no su autonomía. Es decir, excluye meter en un mismo bloque las dos esferas que siguen siendo distintas y que recorren diversas trayectorias autónomas.  La izquierda, hegemonizada por el modelo leninista durante mucho tiempo, subordinó totalmente la acción social a los objetivos estrechamente políticos, confiando al partido político el papel de representante exclusivo de la consciencia de clase. Hemos pagado precios muy altos por toda esta impostación.  Como excepción a esta regla puedo citar sólo el pensamiento de Bruno Trentin, que liquidó la ortodoxia dominante y apuntó a descubrir y valorar las corrientes minoritarias que, en el interior del movimiento obrero, buscaron definir un paradigma diferente. Un paradigma diferente, centrado no en la política y la conquista del poder sino en una libre subjetividad del trabajo.
Si miramos bien las cosas, encontramos situados, en Trentin, todos los problemas que hoy debemos afrontar: los derechos de ciudadanía, la reforma del welfare, las nuevas demandas sociales… Trentin dio al movimiento sindical un cuadro teórico innovador y coherente. 
La creciente complejidad de los sistemas sociales es, indudablemente, un hecho, pero en el fondo no cambia demasiado el cuadro teórico general. Hay un uso experimental de la complejidad que tiende a decir que ya no es posible ninguna interpretación unitaria de lo real porque solo existen fragmentos, parcialidades y en esta sociedad de lo fragmentado todas las identidades están destinadas a deshilacharse. Así pues, no es posible configurar un movimiento de conjunto, sino los infinitos pedazos donde se consume nuestra identidad.  La conclusión de este discurso es «el fin de lo social» y la definitiva individualización de la sociedad. En realidad, mirando toda la historia del movimiento obrero vemos cómo la unidad de clase no fue nunca un dato inmediato, espontáneo sino el resultado de un proceso. Las sociedades son siempre complejas y las identidades son siempre construcciones artificiales, el punto de llegada de un trabajo, de un largo recorrido lleno de pliegues y contradicciones de lo social. 
En cierta fase histórica  fue el mito político quien mantuvo unido el movimiento de clase. Ahora hay que cambiar ese esquema y partir de la persona, de su libertad, de sus derechos de ciudadanía. Es una trayectoria diferente, un modo distinto de pensar y actuar, y sobre esa base se puede encontrar un fundamento unitario, un horizonte común que contiene un archipiélago de movimientos y experiencias de lucha. Pienso que la CGIL está buscando ser ese punto de referencia de esas diferentes experiencias. Quizá no sea una plena responsabilidad teórica, pero es ya una acción práctica que va en esa dirección.


Salvo Leonardi.--  Hablando del sindicato siempre has expresado la necesidad de cumplir un proyecto de autonomía capaz de preservarlo de dos riesgos: de un lado, de una institucionalización y una politización subalterna y, de otro lado, de una deriva corporativa y disgregadora.  En un momento dado describes la transformación del trabajo sindical señalando críticamente algunos procesos materiales impropios de burocratización y politización: las reuniones en los ministerios, los encuentros políticos, las mesas de partido. A finales de los ochenta te preguntabas: «¿Cuántos son los cuadros sindicales que tienen una relación viva con la realidad, que saben estudiar y comprender los procesos que son la expresión de fuerzas reales?; ¿cuántos son los sindicalistas  que están en una relación diaria, en una verificación sobre el terreno, con lo más vivo del conflicto social?».  Te pregunto: ¿qué hay de actual todavía en ese juicio tuyo y en qué medida el proyecto de autonomía sindical pasa por la adopción y consolidación de centros sindicales que investiguen y elaboren autónomamente, empírica y teóricamente?


Riccardo Terzi.--  Continúo pensando que el proyecto de autonomía es sobre todo un proyecto incompleto. La situación de estos años se ha agravado porque se ha instaurado un sistema político que ha hecho del bipolarismo su dogma fundacional: todo debe estar bipolarizado y todos los espacios de autonomía deben ser eliminados.  Se corre el peligro de la colonización del sindicato, constreñido en una alternativa forzada entre sindicato de gobierno y sindicato de oposición. Si esto ocurriese, quiere decir que no habríamos sabido construir las condiciones culturales de una autonomía efectiva, que no habríamos tomado todas las medidas necesarias para evitar un “deslizamiento” hacia lo político y, de ahí, a una condición subalterna.  Esta autonomía sólo puede conquistarse con un trabajo permanente, mediante una viva relación con la realidad social y sus cambios, construyendo un cuadro dirigente capaz de encarnar en sí esta idea de autonomía donde el trabajo nunca está condicionado desde fuera, nunca a través de un trabajo provisional en función de situaciones políticas como ha venido sucediendo hasta hace muy poco tiempo. 
Tal vez esto sea  demasiado abstracto. Pero ese continuo intercambio entre lo social y lo político no es un signo de vitalidad sino de debilidad.  Cierto, no hay autonomía si no existe la elaboración de un pensamiento, de un proyecto, si no hay una investigación que nutra al sindicato de las necesarias bases culturales  que impidan las instrumentalizaciones políticas y las invasiones del terreno. Ser autónomos quiere decir que se debe tener un soporte teórico para poder leer la realidad.   


Salvo Leonardi.— En la Italia del siglo pasado, al igual que en otros países industrializados, el sindicato ha dado una gran contribución al crecimiento cultural, civil y social del país. Ha sucedido gracias a la enorme aportación didáctica y pedagógica en el interior del mundo del trabajo, pero también mediante las energías y entusiasmos que supo suscitar en aquellos sectores de la “alta cultura” que se inspiraron en el mundo del trabajo y las luchas sociales. En la literatura, en el arte, en el cine, en el capo de la investigación son innumerables y memorables los ejemplos.  Al mismo tiempo, tanto la CGIL como la CSIL, captaron la exigencia de dotarse de sus propios centros de estudio sobre los problemas del trabajo.  De una forma análoga a lo que hacían las empresas: ya fuese el mítico movimiento Comunità, de Adriano Olivetti,  como el CEPES, de Vittorio Valleta (FIAT). Di Vittorio, Foa y Trentin siempre tuvieron claro la visión de un sindicato como sujeto político, capaz de dotarse de sus propios centros autónomos de investigación y elaboración. En la posguerra los centros de estudios se constituyeron en las principales Camere del lavoro. A finales de los setenta, por iniciativa de Trentin y con la colaboración de Giuliano Amato, nació el IRES nacional; otras estructuras similares se constituyeron en diversas regiones italianas.
¿Cuál es tu recuerdo y tu juicio de la relación que la CGIL supo instaurar con el mundo de los saberes y, particularmente, con la investigación socioeconómica? En tu opinión, ¿cuáles fueron los aspectos positivos y los débiles?


Riccardo Terzi.— Esta capacidad de relación con la cultura es uno de los rasgos distintivos del sindicalismo italiano. Quizá no nos damos cuenta que la CGIL ha tenido a lo largo de la historia un grupo dirigente de altísimo nivel cultural, capaz de hablar no con el lenguaje de una “corporación”, de un segmento, sino de representar los intereses generales del país. Hoy, en un clima político que ha cambiado,  el riesgo es que cada uno se reconduzca a una tarea sectorial, más especializada. Por ello es fatigosa la construcción de un espacio público que conecte los diversos saberes y las distintas competencias.   Hay una fórmula que hoy vuelve: «cada cual a su tarea», que no es otra cosa que la representación de un antiguo y conservador ideal que designa a cada uno su parte, su papel, excluyendo toda mezcla de las cartas.  Nuestro “oficio”, si le llamamos así, es el de ocuparnos de todo lo que se refiere a la vida de las personas.  Y, en el caso de los pensionistas, eso es todavía más evidente, porque queremos representar una condición de existencia, una fase concreta de la vida que va más allá de las pasadas experiencias laborales. En esto, el Sindicato de Pensionistas Italiano tiene una función de tracción y anticipación, empujando a todo el movimiento sindical hacia una función “general”, confederal. 
He dicho algunas veces que el SPI es un sindicato “filosófico” porque debe ocuparse de los problemas fundamentales de la vida. Hoy es esencial reanudar todas las relaciones con la cultura externa, con los centros de investigación, con los especialistas de todos los campos del saber. Para hacer útilmente este trabajo sería útil una estructura menos fragmentada de nuestro trabajo cultural, reconduciendo todas las diversas iniciativas –territoriales y de ramo— hacia un único centro de dirección. La misma exigencia vale para las actividades de formación y los instrumentos de comunicación. Hoy tenemos todo eso demasiado disperso y descoordinado, por lo que no consigue expresar toda nuestra fuerza potencial.  Sin embargo, yo veo que hay una gran disponibilidad de los estudiosos y expertos para colaborar con la CGIL que continúa siendo –incluso a pesar de sus limitaciones--  un punto esencial de referencia, tanto de ideas como organizativo para quien desee esforzarse en la construcción de un nuevo modelo social.


Salvo Leonardi.--  En la patria de Antonio Gramsci, teórico de la hegemonía y del intelectual orgánico, la relación entre saber y praxis, en la izquierda, ha sido entendido durante largo tiempo como una perspectiva teórica que fuese, simultáneamente, crítica, global y general para determinar una «visión del mundo» con el objetivo de transformarlo. «El intelectual es un técnico de lo universal», escribía Sastre. Desde años se asiste, sin embargo, a la «decadencia» (Bauman) a la «traición» de los intelectuales (Eagleton) y a una transformación del estatuto epistemológico del estudioso que, particularmente, se presta al empeño sindical y político. 
Lo que ahora se exige es un tipo de saber práctico, empírico y técnico  tendencialmente neutral, orientado no tanto a una interpretación críitica y holística de los “máximos sistemas”  sino a un problem solving [resolver problemas] más o menos contingente y muy circunscrito al punto de vista de los saberes disciplinares.  Todo el resto queda referido a mera “ideología”, en el peor sentido que se le da a esta categoría. La crisis contemporánea que se le da al humanismo que caracterizó, tan plúmbeamente, la enseñanza escolar y universitaria, me parece el síntoma  más llamativo de este cambio de paradigma. ¿Cómo valoras  este cambio, y en qué medida piensas –si es que lo piensas--  que pueda representar un indicador de la hegemonía ideológica del neoliberalismo  que ha sido capaz, en la época de la técnica y de la globalización, de desactivar desde el principio –en el plano epistemológico antes que en el político--  un saber y una praxis crítica en todo lo referente a su dominio? ¿Hay necesidad, todavía, de un tipo de conocimiento que pueda desvelar las contradicciones fundamentales de la sociedad? 


Riccardo Terzi.--  Ya he hablado de la tendencia a la especialización, al “oficio” y a la absoluta necesidad de romper esa lógica. Pero no creo que se trate de una trayectoria inevitable, porque de diversas formas vuelve la necesidad de una visión general y de un diálogo público, abierto a las perspectivas de nuestro mundo.  Se podría decir que vuelve una exigencia de “sabiduría”, entendiéndola como el estar  abiertos a todas las verdades posibles, sin fijarse nunca un solo punto ni una sola verdad parcial.
La tesis del fin de las ideologías no resiste la prueba de la historia, tanto es así que nuestro mundo globalizado está cada vez más poblado de nuevos mitos  y nuevas identidades. Incluso con las formas inquietantes del integrismo y la intolerancia.  Los teóricos de lo post ideológico han dejado un vacío, que se llena con diversas formas y contenidos. 
Si la izquierda continúa pensando que su problema  es el de liberarse de su pasado como si fuera un fardo y convertirse en “neutral”, incolora y moderada, simplemente será barrida, como es justo. Porque son los cambios extraordinarios de nuestro tiempo los que reclaman una teoría, una visión y una interpretación del mundo.  Yo tengo la impresión que la borrachera post ideológica ha llegado a su inevitable final. Existe, pienso, el espacio para un nuevo trabajo sobre fundamentos para volver a dar sentido a la acción colectiva.  Es la bella y convincente definición de Sartre. Nuevamente debemos practicarla.


Salvo Leonardi.— Con ocasión del último congreso y de los eventos organizativos que lo precedieron y acompañaron, la CGIL  ha puesto mucho énfasis en el tema de la identidad. Sin desconocer el papel crucial de la oferta de servicios y tutelas, tanto colectivas como individuales, la Confederación señala la revitalización identitaria –cultural, histórica y de valores-- como un principio fundamental de la resituación social.  A este respecto, las potencialidades parecen amplias, como testimonian las grandes manifestaciones de interés y simpatía recogidas en estos años en amplias capas de la sociedad  y de la opinión pública.
¿Qué valoración le das a esta cuestión? ¿Y qué papel piensas que, en esa dirección, pueda tener el sistema de los institutos de investigación?


Riccardo Terzi.--  Lo de la identidad es un gran tema, y como todas las cosas grandes contiene en sí una carga muy fuerte de ambigüedad. La identidad bien entendida es la mirada hacia el futuro, es el proyecto y la función histórica que pensamos pueda desarrollar.  Al mismo tiempo, la identidad se arriesga a recluirse en sí misma; a ser el repliegue narcisista de una posición autocomplaciente en una línea de conflicto con todo lo que es diferente. Se produce, así, una identidad muerta,  incapaz de interactuar en la complejidad de lo real, con sus cambios, con el pluralismo de las ideas y de las culturas.
Lo que se usa para llamar populismo es, justamente, esta mitificación de una identidad originaria que está inmunizada de todas las influencias externas que la pueden desnaturalizar. De ahí viene la identificación de lo diferente con el enemigo. Este tema de la identidad es, pues, una fuente necesaria para todas las grandes organizaciones, pero también una posible trampa. Por esta razón, pienso que debemos manejar este problema con mucha atención y prudencia para no arriesgarnos nunca a caer en una lógica identitaria mala, que se traduce en los hechos en una práctica estéril de pretendida autosuficiencia.
Una organización muere cuando el espíritu crítico, la capacidad de indagar de manera abierta, incluso con sus propios límites y errores, para hacer posible una respuesta creativa a los nuevos problemas que se presentan. Así me gustaría que fuese la identidad de la CGIL: una continua tensión mirando más allá de sus propios confines. 

Salvo Leonardi.--  Hace años que trabajas y colaboras con el Sindicato de Pensionistas Italianos. Eres uno de sus más dinámicos animadores de proyectos y eventos orientados a incrementar la sensibilidad y conocimiento interno de los grandes problemas de nuestro tiempo. Hace pocas semanas habéis invitado a Amartya Sen, uno de los más agudos intérpretes de la globalización y de sus consecuencias para la libertad y la democracia.  En tus escritos describes la crisis de la democracia como la caída de una competición real entre ideas diversas de justicia, que se definen en base a un sistema de valores y principios para modelar el ordenamiento social.
¿Cómo pueden los valores y los principios que el sindicato y la izquierda han encarnado hasta ahora –la igualdad y la solidaridad— sobrevivir a los desafíos dramáticos de la globalización y del individualismo? ¿Se puede imaginar –como sugieren Eagleton, Cantaro, Hyman y otros--  un relato general alternativo al neoliberalista del «fin de las ideologías», según unos, y al de «no hay alternativas», según otros?


Riccardo Terzi.--  El trabajo en el Sindicato de Pensionistas tiene una extraordinaria potencialidad, porque es un observatorio que mira al mundo, una red organizada que tiene los hilos de una gran experiencia colectiva. Por eso, el tema de la democracia es crucial para nosotros, porque nuestro objetivo es el de configurar lo que pueden ser las trampas del envejecimiento: la pasividad, la marginalidad, el repliegue a lo privado, la soledad… Por esto, hay necesidad de una red democrática que funcione, de una ciudadanía activa, de una democracia que no se consuma en la observancia formal del nombre. Que ofrezca una participación popular efectiva.
El encuentro con Sen  nace de ahí: de la idea de que la justicia no es un modelo abstracto sino el resultado de una práctica.



·          Salvo Leonardi es el responsable del área de relaciones industriales del IRES nacional; Riccardo Terzi es secretario nacional del Sindicato Pensionistas Italianos-CGIL.  Traducción, José Luis López Bulla


Radio Parapanda.-- ANATOMÍA DEL POPULISMO (y II)

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