Las «puertas
giratorias» se han convertido en un epifenómeno de la relación entre política y
dinero que abarca a un cierto número de dirigentes españoles que si bien no es
cuantitativamente importante sí lo es cualitativamente: ex presidentes de
gobierno, ex ministros y otros mandatarios de distintos niveles institucionales
que salen de la política ingresan en consejos de administración de importantes
empresas. Que en la mayoría de los casos el tránsito de un lugar a otro sea
legal, no impide que se piense que hay gato escondido en la operación. Cierto,
la cosa viene de muy atrás, de antes de la democracia. Pero no es de extrañar
que el público esperara otra cosa de los políticos en democracia. Por eso
cuando hay casos en dirección opuesta a las puertas
giratorias nos quitamos el sombrero y rendimos homenaje a
quienes desdeñaron esa técnica. Pongamos que hablo de Ernest Lluch.
El maestro Josep
Fontana escribe hoy en El Periódico sobre El ´caso Pujol´: «Yo tenía un amigo,
Ernest Lluch, que cuando acabó su gestión al frente del Ministerio de Sanidad
recibió propuestas para integrarse en los consejos de administración de
empresas farmacéuticas. Ernest las rechazó, volvió a su trabajo en la Universidad y prefirió
vivir modestamente».
Conclusión:
Lluch dignificó su función como Ministro de Sanidad y la política. Y, a la vez,
honró la vida académica con su vuelta a las aulas. Y algo más: desobedeció a su
colega Carlos Solchaga que, remedando a Guizot, aulló aquello de “enriqueceos,
y rápido”. Sí, hablamos de Lluch, el Enviado de Schumpeter en la Tierra. Lluch , pues, o la
dignidad del compromiso. El compromiso que tiene esa marcha en solidaridad con
los Diez de Hollywood que expresa la foto de arriba: Laureen Bacall de bracete
de su novio Bogart.
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