martes, 29 de octubre de 2013

LOS SERVICIOS SECRETOS COMO CLOACAS DEL ESTADO

En plena efervescencia de las actividades de espionaje institucional de los Estados Unidos a diversos mandatarios europeos, he leído la última novela de John Le Carré,  Una verdad delicada, que ha editado Plaza y Janés. Lo hice porque la fuerte sugerencia de ese sabio lector que es Francisco Prado Alberdi era ya una garantía suficiente.

Es claro el paralelismo entre el espionaje norteamericano y la trama de Le Carré: los servicios secretos y sus tejemanejes en el (des)orden internacional o, más bien, global. De lo primero, poco sabemos hasta la presente, hecha la excepción de que  los americanos no han desmentido nada. De lo segundo, de la verdad delicada, podemos sacar algunas conclusiones provisionales. Tal vez la más llamativa es el tránsito que el espionaje institucional ha hecho desde la sedicente «razón de Estado» al mundo de los negocios puros y duros: el contrabando de armas y otros inocentes asuntillos.  Hablando en plata, el tránsito hacia la privatización del carácter de sus intervenciones. Que, como siempre, son clandestinas, esto es, al margen y –por lo general-- en contra de la ley.  Este es, en mi opinión, el carácter central del relato, del que por supuesto no desvelaremos la trama.   

Todo lo cual viene a cuento por el culebrón del masivo espionaje de los servicios secretos norteamericanos (tal vez con la anuencia de sus colegas europeos) a millones de ciudadanos europeos, empezando por sus mandatarios más relevantes, lo que tal vez excluiría a Mariano Rajoy de todo ello, dada su poquedad política. En todo caso, sorprende la insulsa respuesta de los países de la Unión europea y de esta institución en particular. Por ello me aventuro a establecer la siguiente hipótesis: todo el mundo lo sabía y callaba mientras permanecía la cosa oculta en las covachuelas de unos y otros, incluidos los servicios secretos europeos. Y hasta es risible que, desde aquí, las autoridades hayan dicho: ¿pero, cómo se puede tratar así a los amigos? Olvidan lo que manifestó sir Winston Churchill -–si estaba sobrio, habló lúcidamente; si en poder de las uvas, sólo hay que añadir in vino veritas--  aquello de «Inglaterra no tiene amigos, sólo tiene intereses».

Apostilla. Siempre leí el “primer” Le Carré, el de Smiley, con placer; tras la desaparición de este agente secreto en su literatura me pareció que el autor entraba en una parábola descendente, tal vez porque el cambio fue muy brusco. Ya no era exactamente mi Le Carré. Con Una verdad delicada la parábola vuelve a remontar.  Es como si nuestro hombre hubiera tomado el elixir de la juventud. Seguiremos, pues, atentos a las sugerencias de Prado Alberdi, el Enviado de Graham Green en la Tierra.


3 comentarios:

Gonzalo Elices dijo...

Hola, Pepe Luis, en primer lugar, felicitarte por hacer un blog tan interesante.

Y ahora, un apunte, la frase que atribuyes a Churchill fue pronunciada por Palmerston
http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Temple,_3rd_Viscount_Palmerston

Saludos

Gon

Gonzalo Elices dijo...

Hola, Pepe Luis, en primer lugar, felicitarte por hacer un blog tan interesante.

Y ahora, un apunte, la frase que atribuyes a Churchill fue pronunciada por Palmerston
http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Temple,_3rd_Viscount_Palmerston

Saludos

Gon

Pepe Luis López Bulla dijo...

Gracias, Gonzalo, por la corrección. Posiblemente el perillán de sir Winston la pronunció alguna vez y no citó a su verdadero autor. Te saluda, PLLB