Homenaje a Joan Peiró.
Primero.-- «Se ha producido un golpe de estado
silencioso». Estas palabras tan alarmantes no las ha pronunciado un extremista.
Ha sido Simon Johnson, el economista jefe del Fondo Monetario Internacional
durante los años 2007 y 2008 al inicio de los truenos de la gran tormenta
económica (1). Es decir, una persona que está en las mismas entretelas del
sistema y, como suele decirse, conoce el paño.
Nuestro hombre se está refiriendo a todo el proceso destituyente (diría Antonio Baylos) que
ha provocado, y sigue erre que erre, la crisis económica y la gestión que se
está haciendo de ella con sus estrechos vínculos con la crisis social, política
e institucional que, en el caso español se está haciendo crónica. Es evidente la
repercusión que tiene todo ello en la cuestión sindical.
Segundo.-- Un
desparpajado Schumpeter se preguntó en cierta ocasión si podría sobrevivir el
capitalismo (2). La respuesta es
conocida. Años más tarde alguien le corrigió la cartilla afirmando que «el
capitalismo tenía los siglos contados».
Pues bien, si el premio Nobel (1973) se soltó el
pelo en dicha ocasión, no veo la razón para que el común de los mortales no
recurra --con menos autoridad, desde
luego-- a un controlado desmelene. Digámoslo por lo derecho:
¿podrán sobrevivir los sindicatos? Quiero dejar claro que no estoy provocando
sino, simplemente, llamando la atención. Que no es lo mismo, aunque ambos
conceptos puedan estar emparentados.
Tercero.-- La
supervivencia de los sindicatos (o, mejor dicho, su continuidad como fuerza
decisiva e imprescindible, en mejores condiciones, para la defensa de los
trabajadores y de la misma democracia) depende de la capacidad que, de manera
autónoma, tengan para auto reformarse. Si ello no se produce el sindicalismo
correría el peligro de convertirse en un sujeto periférico, en un suburbio de
la city. Sobre ello hemos hablado de
manera insistente en otras ocasiones relacionándolo con el cambio de paradigma
que ha desplazado la hegemonía fordista hacia otra «placa tectónica» (3).
Cuarto.— En esta ocasión, junto a lo ya manifestado
en otros momentos, queremos relacionar la supervivencia del sindicato con el
«proceso destituyente» que hemos referido más arriba.
El sindicalismo se ha ido conformando –al menos
desde la segunda postguerra mundial--
sobre la base de una acumulación de bienes democráticos (derechos,
instrumentos y poderes) que, por lo general, han conformado una línea
ascendente de conquistas, especialmente en lo que se ha dado en llamar Estado
de bienestar. Este es el sindicalismo que hemos conocido, o –por mejor decir—
hemos ido conformando.
Hoy el proceso destituyente está poniendo todo ello
patas arriba. Cierto, a pesar de una importante movilización sostenida. Que
lógicamente es de carácter defensivo, como no podía ser –de momento-- de otra manera. O, si se prefiere, ese
movimiento tiene un carácter instintivo
como respuesta de la gran mayoría damnificada. Pero, si hemos de decirlo todo,
ese defensismo no garantiza de por sí la paralización del proceso de marras.
Siendo verdad, también, lo contrario: si no hubiera tal presión de masas la cosa
estaría definitivamente cantada.
Quinto.--
Entiendo, tal vez erróneamente, que con la actual forma-sindicato no se
garantiza su supervivencia y, menos todavía, una ampliación de su fuerza:
primero, para interferir el proceso destituyente y, segundo, para recuperar las
conquistas perdidas y, al tiempo, proceder al diseño de un Estado de bienestar
con un encaje favorable en el nuevo paradigma postfordista.
Sexto.-- De
la necesidad de proceder, gradualmente, a la autorreforma sindical hablaron
Toxo y Fernando Lezcano en un famoso artículo, concretamente en “Reivindicarnos y repensarnos: sindicalismo,
trabajo y democracia” (4). Pues bien, así hablaron en julio de 2011. Parece un
tiempo prudencial para preguntar educadamente qué se ha hecho desde entonces.
Porque, si se hubiera empezado por algo –aunque fueran cosas aparentemente
modestas— ahora estaríamos en mejores condiciones para verificar lo realizado
y, desde ahí, seguir avanzando.
Me parece a mí que urge recuperar el discurso de la
auto reforma del sindicato. Quiero decir, de todo el sindicalismo.
Séptimo.--
Ahora bien, las cosas tienen su intríngulis. Porque las grandes auto reformas
del movimiento de los trabajadores –las que de verdad hicieron época— no
salieron de proyectos abstractos sino de experiencias que ya estaban
parcialmente en marcha. Pongamos tres ejemplos de época: 1) los movimientos
protosindicales ingleses tenían ya un cierto germen de cosa nueva que, gradualmente, fueron solidificándose hasta su conversión en
sindicatos (Unions); 2) la
discontinuidad que provocó en su día el movimiento de comisiones obreras (así,
en minúsculas) acabó conformando una nueva representación de los trabajadores;
y 3) antes de que el sindicalismo italiano de principios de los setenta
conformara en los centros de trabajo los famosos «consejos de fábrica», estos
ya existían en las empresas más importantes del país.
Tenemos, según parece, una limitación a la
elaboración de un proyecto de auto reforma sindical. Hasta donde yo sé, no hay
experiencias que vengan de los centros de trabajo a la búsqueda de nuevas
formas de representación.
Octavo.-- Sin embargo, hay una excepción no menos
importante en la historia del sindicalismo español de una auto reforma que vino
desde arriba. Me refiero a nuestros abuelos confederales de
la CNT.
Joan Peiró a
la cabeza propuso la reconversión de los sindicatos “de oficio” en
Federaciones de Industria. No pocos dolores de cabeza le dieron a Peiró sus
compañeros que, durante mucho tiempo, le pusieron la proa. Hasta que nuestro
hombre se salió con la suya. Tuvo coraje nuestro abuelo Peiró: nunca dio
cuartelillo a quienes tenían la nostalgia como método de análisis.
(1)
Joaquín
Estefanía en http://elpais.com/diario/2010/01/25/economia/1264374005_850215.html
(2)
Joseph
A. Schumpeter en Capitalisme, socialisme
i democràcia. Edicions 62 (Barcelona, 1989) en la traducción catalana a
cargo de Antoni Montserrat y Jaume Casajuana, con prólogo de Fabian
Estapé.
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