Nota editorial. Sigue la conversación con Paco Rodríguez de Lecea en torno al libro de nuestro amigo Fausto Bertinotti Las ocasiones perdidas. En esta ocasión comentamos lo expuesto en HUNDIMIENTOS Y GIROS (2) Ruego atención a la addenda que emite, al final, Radio Parapanda.
Querido Paco, me he quedado un poco sorprendido del
planteamiento que hace Fausto Bertinotti. Me permito transcribirlo porque, tras
su lectura, sigo como antes:
“En otras palabras, ¿por qué, con el hundimiento del socialismo
real, se disuelve también el Pci? Y, más en profundidad, ¿cuándo se dilapida la
historia del Partido comunista italiano? ¿Hay un momento en que esa
historia cambia? Para ayudarnos a buscar la respuesta se podría hacer la
comparación con el Partido comunista francés. El Pcf, más implicado en la
historia de la Unión soviética, no se disuelve. Hoy, este
partido –desde el punto de vista de la organización y de la comunidad política
(basta ver la fiesta de su periódico, L´Humanité)--
es todavía consistente. Sin embargo, electoralmente, es ya poca cosa con
relación a los apoyos que registró en el pasado. Digo esto para significar que
el destino de un sujeto político –el nombre que lo identifica-- no está
ligado mecánicamente a la continuidad de la organización que
históricamente se consolidó en el tiempo” (Fin de la cita).
Creo que
Fausto tiene una interpretación muy bondadosa de la fuerza del Partido
comunista francés, cuyo declive es, además, anterior al de los comunistas italianos. Por otra parte, observo un cierto
desorden expositivo: de un lado, se nos dice su fuerza “es todavía
consistente”; de otro lado, se afirma que,
“electoralmente, es ya poca cosa con relación a los apoyos que registró
en el pasado”. ¿Dónde está, pues, la consistencia
de esta argumentación?
A la pregunta de Dario Dante, “¿cuándo podemos
localizar esta separación que conduce a la mutación
genética del Pci?, nuestro amigo da tres avances: a) la Cesco Chinello con
la impreparación del partido ante los cambios que provoca en neocapitalismo; b)
la de Pietro Ingrao con los avatares del XI Congreso; y c) la de nuestro amigo
Riccardo Terzi con lo referente al compromiso histórico. Francamente, yo veo
las cosas de otra manera. Estos tres elementos, aunque muy importantes (a lo
dicho por Chinello hemos de añadir las reflexiones de Bruno Trentin que también
señaló a mediados de los cincuenta el retraso del partido ante el fenómeno del
neocapitalismo) no producen la “mutación genética” del comunismo italiano. La
mutación genética no es achacable a Toglitatti, Longo y Berlinguer, los tres
máximos pontífices del partido-curia. La clave de los tres es comunismo puro.
Que lo que analizan Chinello, Ingrao y Terzi sea cierto, no niega que el
partido siguiera siendo comunista. Y te diré todavía más: todavía en el primer
Ochetto no atisbo, ni siquiera, indicios de mutación genética. No obstante,
comparto con Bertinotti que la svolta se hace totalmente en el terreno de la politique politicienne. Es, sin ningún género de dudas, una
operación que se hace desde arriba. La operación adaptativa que iría
acompañando la mutación genética se produce más adelante.
Siempre pensé que hubo mucha
precipitación en la creación de Rifondazione. De hecho –y creo que Fausto
Bertinotti no me lo negará— estimo que el nuevo partido era exactamente igual
que el que abandonaron. Lo prueba su grupo dirigente: Armando Cossutta y el
amigo Sergio Garavini, dos leones comunistas de
toda la vida, aunque muy diferentes entre sí. El primero en la curia; el
segundo en el sindicalismo con puestos de alta responsabilidad; Cossutta,
manifiestamente pro soviético; Garavini, en otra onda. Dos personalidades que
tenían pocas cosas en común. Así lo demostraron, por ejemplo, en sus
intervenciones en el Comité central del partido comunista cuando la discusión,
11 y 13 de enero de 1982, del informe de Berlinguer sobre los acontecimientos
polacos. Cossuta acusa a Berlinguer de haber roto con la URSS (strappo),
Garavini comparte el informe del secretario general. Si te interesa el debate
completo el libro te está esperando cuando vengas a casa el sábado.
Que el uno y el otro no se
entendían lo pureba el hecho de que, consumada la separación que da vida a
Rifondazione, más tarde aparecen entre ellos unas tensiones muy fuertes que
acabaron (por parte de Cossutta, no de Garavini) en la creación de otro
partido, y Bertinotti pasa a dirigir Rifondazione.
Me parece de interés la
reflexión de Bertinotti sobre la revolución pasiva en el partido. Y entiendo
que sugiere importantes lecciones para la izquierda, política y social, de
nuestros días. Es más, tengo para mí que no podremos salir de la actual
situación si la parte más importante (cuantitativamente hablando) de la
izquierda no sale de ese proceso adaptativo en el que está instalado desde hace
décadas. Entiendo que la salida de ese escenario es un prerrequisito para que
la izquierda abra un diálogo sostenido con los movimientos sociales viejos y
nuevos. Por lo demás, no estaría mal que alguien se soltara el pelo y empezara
a decirnos lo que parece ser tan querido por Dario Dante, es decir, en qué
momento (¿cuál es el proceso que lleva a ese momento?) se entra y por qué en el
proceso adaptativo.
Hasta la próxima, ¡choca esos
cinco! Como decía Anselmo Lorenzo: Tuyo en la Idea , JL
Querido José
Luis,
Fausto es un
parlamentario con mucho oficio y un polemista aguerrido. En tiempos tú y yo le
oímos refutar con un discurso lleno de agudeza, erudición y mala leche, una
argumentación débil de un compagno de la “tendencia socialista” de la Cgil que la dirección colocó
a su lado en las tareas, no recuerdo cuáles, que le habían traído a Barcelona.
Lo digo
porque en en este capítulo utiliza una y otra vez un ‘truco’ dialéctico, un
mecanismo de analogía o de trasposición, que me incomoda. Por ejemplo, en el
tema de la guerra. Danti le da la apertura con una referencia a la guerra del
Golfo, un acontecimiento próximo en el tiempo, pero sin ninguna relación lógica
con la ruptura del Pci. Fausto reflexiona sobre el tema de la siguiente manera:
«Los oprimidos han heredado de los opresores una parte de la cultura
prevalente. En gran medida han aceptado la tesis de que la victoria, conseguida
de cualquier modo, tiene un valor en sí y la derrota es un disvalor.» Alude de
pasada a la vulgata del maquiavelismo más que al propio Maquiavelo, y concluye
su razonamiento con una cita de Walter Benjamin, en la que se llama a recuperar
las razones de los “vencidos justos” a lo largo de la historia como una
propuesta renovada para la liberación. Todo lo cual es irreprochable, y valioso
desde un punto de vista ético. Pero sin solución de continuidad aparece en la
conversación la crisis del Pci y entonces me entra la sospecha de que Fausto,
en lugar de referirse al problema de la guerra justa, estaba tirando antes por
elevación contra lo que ahora va a calificar con otro término de tradición
ilustre, tomado también en préstamo: la ‘revolución pasiva’.
Vamos pues a
la crisis del Pci. Ninguna objeción a tu análisis, José Luis. Como bien dices,
tendremos ocasión de volver sobre el tema en general, y más en concreto sobre
la gramsciana revolución pasiva, que puede dar alguna pista sobre lo que nos ha
ocurrido y sobre cómo salir del atolladero. Pero me importa insistir, de
entrada, en la incomodidad que me produce la forma como Fausto presenta los
acontecimientos. Después de afirmar que el comunismo se despeña “después de
haber alcanzado el cielo”, describe (en realidad es Danti quien avanza la
expresión, pero Fausto la acepta sin protestar) la crisis del Pci como una
“mutación genética”, y contrapone su historia (“dilapidada”) a la del PCF, que
habría encajado de una manera más normal el derrumbe del PCUS y la desaparición
de la Unión Soviética
como modelo y guía. Hay en todo ello un análisis sesgado y trufado además de
metáforas desaforadas. La ruptura del Pci (porque hubo una ruptura) fue, yo así
lo creo firmemente, una oportunidad perdida para las izquierdas plurales de
reutilizar un patrimonio rico en experiencias prácticas, en construcciones
teóricas y en sugerencias de todo tipo, para abrir una nueva reflexión y
replantearse a fondo los presupuestos para salir de aquel impasse tanto
geopolítico como económico y social. Porque la izquierda, la izquierda vincente, estaba en esos momentos, y desde
mucho antes, “distraída” en la expresión de Trentin. (Cosa bastante distinta,
dicho sea entre nosotros, a una ‘mutación genética’.)
El caso es
que Occhetto se propuso honestamente llevar a cabo el esfuerzo que la situación
requería: abrió el proceso de reflexión, redefinió objetivos, estrategias y alianzas.
Con una objeción importante, y ahí Fausto pone el dedo en la llaga: «Hubiera
sido necesario un gran baño de humildad: poner en el centro los anhelos y
deseos del pueblo del Pci para fundar una nueva subjetividad.» Occhetto propuso
su svolta a la clase política politicienne, a la ‘curia’ y no a la feligresía. Si
me permites un comentario arriesgado y posiblemente injusto, querido José Luis,
veo en su actitud el reflejo deformado del taylorismo del que hablamos no hace
mucho: la soberbia de los managers que reclaman para sí la exclusiva de pensar
y decidir por el pueblo llano.
Pero esa
objeción no excusa a Rifondazione. ¿Qué aportó al panorama de las izquierdas
italianas, que no fuera politique
politicienne, reafirmación en
los principios, más de lo mismo? Y la escisión provocó, como provoca siempre,
como ya habíamos vivido hasta la saciedad en nuestras coordenadas y sobre
nuestras espaldas, una devaluación de todo el conjunto de la opción política
implicada, de modo que la suma de las partes resultantes nunca llegó ni de
lejos al valor total de lo que antes existía.
A mi entender
fue luego, con la ascensión de los dalemas y los veltronis, cuando la
revolución pasiva infectó el pensamiento político de los ahora llamados
demócratas de izquierdas. Pero en este punto, querido amigo, te devuelvo la
palabra. Aún queda mucha tela por cortar. Paco.
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