viernes, 25 de enero de 2013

MEMORIA HISTÓRICA Y RECUERDOS PERSONALES



Nota editorial. El historiador Javier Tébar entra en la conversación sobre EL PROCESO “ADAPTATIVO” DE LA IZQUIERDA





La historia en acto o el recuerdo verdadero

Javier Tébar Hurtado
Historiador

Preguntarse por el “momento” (¿tal vez por el “momento justo”?) de la “separación que conduce a la mutación genética del Partido Comunista Italiano”, tal como lo plantea Dario Danti, sin duda es una cuestión que suscita interés en su conversión con Fausto Bertinotti publicada recientemente. No obstante, ese mismo interrogante sobre el “cuándo” puede despistarnos sobre un tema que, en mi opinión, es posiblemente más central, me refiero al “cómo” (1). Bertinotti articula tesis variadas que han ido proponiéndose, todas ellas conducentes a la explicación de ese “cómo”, es decir, del “proceso” y no del “momento” por el cual se habría producido lo que denomina “mutación genética” del proyecto del comunismo italiano. De esta manera se centra la posible discusión sobre el asunto y se ofrece una respuesta: ese proceso del PCI tiene una naturaleza “adaptativa”, viene de lejos, no es una reacción al derrumbamiento del referente de la URSS. Y es una operación adaptativa, realizada desde el partido-organización-dirección, distante del partido-comunidad de militantes, que, más adelante, “iría acompañado”, dice, de la “mutación genética”, que no es difícil entenderla como la culminación del mencionado “proceso”. Sólo a la luz de este planteamiento, uno trata de explicarse la respuesta de Bertinotti a la pregunta de Dante respecto al hundimiento de la URSS. Y, es necesario subrayarlo, es una respuesta que sorprende, en la medida que fija una “memoria vaga”, como ha señalado López Bulla:
            
D. Danti.- En el año 1991 el final de la Unión Soviética señala el fin del mundo dividido en dos bloques contrapuestos. ¿Cómo recuerdas aquel hundimiento?
            
F. Bertinotti.- Siempre he intentado comprender por qué mis recuerdos de aquel año son tan confusos. No se trata de un banal proceso de abandono. Son confusos porque me es difícil rastrearlo. En realidad podría parecer una paradoja porque es un año en el que sucede casi todo; y, sin embargo, no es así.

            Indudablemente, el epicentro es el hundimiento de la Unión Soviética. ¿Qué sucede, entonces, cuando no se tiene memoria concreta de un acontecimiento que, según las tesis de Hobsbawm, clausura el siglo breve?  ¿Por qué este verdadero final de un mundo no es perceptible por naturaleza? Probablemente, para los de mi generación, aquella experiencia la habíamos considerado antes como concluida. El hundimiento de la URSS no produce emoción. Naturalmente, produce una percepción del fenómeno, pero no una emoción. Por el contrario, tengo un recuerdo nítido de la invasión de Checoslovaquia: el 20 de agosto de 1968 mientras repartía octavillas en una fábrica textil, en Verbano. Se me acercó un sindicalista quien me dijo que había tanques soviéticos en Praga. Inmediatamente me quedé consternado, tuve la percepción de una tragedia. Como la secuencia de una película: aquello podría ralentizar esa historia. Del hundimiento soviético no recuerdo nada; tendría que repasar la crónica de aquellos acontecimientos. Es porque aquello ya se había consumado antes en nuestras cabezas.
            
Si la memoria, en este caso individual, siempre es el resultado de la tensión entre recuerdo y olvido, la asimetría en el recuerdo de Fausto Bertinotti entre los acontecimientos de Praga en 1968 y el hundimiento de la URSS en 1991 constituye, por así decirlo, un arco temporal que enmarca y, al mismo tiempo, ofrece la lógica de un relato personal sobre la progresiva crisis y el proceso “adaptativo” del PCI, como, con variantes, del resto de los partidos comunistas occidentales. Contiene todo un ello una determinada “economía memorial” –que el historiador Ricard Vinyes para otros menesteres ha definido como “el sistema de administración de bienes morales y simbólicos, de datos, fechas y actos”- en la que la “memoria buena”, la de 1968, contrasta, y de qué manera”, con la “mala memoria”, en este caso la falta de recuerdo, respecto a 1991.

            Pero además, en la entrevista se pasa del plano de los recuerdos personales sobre el hundimiento de la URSS a la propuesta de una interpretación sobre el pasado del comunismo italiano. La interpelación a la memoria de Bertinotti se ha transmutado, de manera abrupta,  en otra cosa distinta, su aproximación abandona una de las vías de relacionarse con el pasado, para situarse en la vía de la historia política e intelectual del PCI. Nos ofrece una interpretación: no hubo hundimiento (“Es porque aquello ya se había consumado antes en nuestras cabezas”, afirma Bertinotti) -ni mucho menos implosión-, sino un “arrumbamiento” (dice el diccionario de la RAE: “Poner una cosa como inútil en un lugar retirado o apartado”, “Desechar, abandonar o dejar fuera de uso”). El nervio central de este relato está en lo que llama “mutación genética”. Un fenómeno que, al parecer, sólo afectaría al grupo dirigente al “partido-iglesia”, desde cuyas alturas se diseñaron y tomaron decisiones al margen del “partido-comunidad”.    Sin embargo, se señala muy poco sobre las respuestas del “pueblo comunista”, de esta comunidad, de sus respuestas, de los cambios en su seno, ya sean de actitudes o bien de naturaleza generacional. Si no hubo cambios, es decir, si la militancia comunista mantuvo una naturaleza inmutable a lo largo del tiempo, o si los hubo, estos cambios en ella sólo fueron aquellos inducidos por los dirigentes del partido, podría decirse entonces que las políticas “adaptativas” fueron realmente eficaces y efectivas hasta el último momento, hasta el giro occhettiano. Por lo tanto, es una historia clásica sobre los dirigentes como protagonistas de la historia y los dirigidos como simples figurantes en ella. En esta presentación de la historia política e ideológica, por supuesto, la sociedad es un paisaje de fondo.

            En mi opinión, una interpretación tan rectilínea sobre la evolución del comunismo italiano en la segunda mitad del siglo XX, deja de lado, con excesiva premura, el cambio “molecular”, imperceptible, en el que tanto empeño analítico puso Antonio Gramsci: las formas de un cambio imperceptible, por medio de cual las personas responden a los cambios históricos, antes de que éstos constituyan una nueva realidad. En este terreno hubiera sido interesante que Bertinotti entrara en el terreno de la “autobiografía” al ser preguntado sobre 1991, en la medida que ésta puede potencialmente relacionar la vida personal con la social, acercar los límites de la historia a los de la vida de las personas. Tal como el mismo Gramsci reflexionó de manera contra-intuitiva en sus notas de justificación de la “autobiografía”, solamente a través de las “autobiografías” puede atisbarse en acto, es decir, encarnado en individuos reales, el “mecanismo” de los hechos históricos. El relato autobiográfico constituiría, de esta forma, una fuente histórica de enorme potencial, “en cuanto que muestra la vida en acción y no sólo como debería ser según las leyes escritas o los principios morales dominantes (…)  sólo a través de las autobiografías se ve el mecanismo en acción, en su función real que muy a menudo no corresponde para nada a la ley escrita. Y sin embargo la historia, en sus líneas generales, se hace sobre la ley escrita: cuando luego aparecen hechos nuevos que transforman la situación, se plantean cuestiones vanas, o por lo menos falta el documento de cómo se ha preparado el cambio “molecularmente”, hasta que ha explotado en la transformación”.
           
Podría pensar que de esta manera se está sosteniendo aquí que la memoria es el instrumento para la exploración del pasado, y no es así. Es una forma distinta a la historia, como disciplina, de relacionarse con el pasado, algo sobre lo que no cabría insistir demasiado. Pero ya que Bertinotti hace referencia a otro marxista ilustre, vale la pena traer a colación la concepción de Walter Benjamin sobre este asunto, cuando plantea, en un lenguaje metafórico de gran potencia sugeridora, que la memoria solamente es un medio para la exploración del pasado: “Así como la tierra es el medio en que yacen enterradas las viejas ciudades, la memoria es el medio de lo vivido. Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava. Ante todo no debe temer volver siempre a la misma situación, esparcirla como se esparce la tierra, revolverla como se revuelve la tierra. Porque las “situaciones” son nada más que capas que sólo después de una investigación minuciosa dan a la luz lo que hace que la excavación valga la pena, es decir, las imágenes que, arrancadas de todos sus contextos anteriores, aparecen como objetos de valor en los aposentos sobrios de nuestra comprensión tardía, como torsos en la galería del coleccionista. Sin lugar a dudas es útil usar planos en las excavaciones. Pero también es indispensable la palada cautelosa, a tientas, en la tierra oscura. Quien sólo haga el inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos, se perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato sino señalando con exactitud el lugar en que el investigador se apoderó de ellos. Épico y rapsódico en sentido estricto, el recuerdo verdadero deberá, por lo tanto, proporcionar simultáneamente una imagen de quién recuerda, así como un buen informe arqueológico debe indicar ante todo qué capas hubo de atravesar para llegar a aquella de la que provienen los hallazgos” (Fin de la cita).

De manera que si el ejercicio “arqueológico” que se nos propone está bien realizado, es probable que su resultado no sea una galería de héroes y villanos, y sobre todo no constituya un homenaje a las piedras.

(1) HUNDIMIENTOS Y GIROS (2)


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