Pekín (Mayo de 1982) con Serafín Aliaga, Juan Pérez y un oculto por la cámara: Juan Ignacio Marín.
Parece obvio que estamos en puertas de la huelga
general más importante que se haya dado en nuestro país. Intentaré explicar por
qué, en mi opinión, esto es así, y nada tiene que ver con la recurrencia de que
cada convocatoria (me refiero a las anteriores) era la más alta ocasión que
vimos los sindicalistas.
Es de cajón que las anteriores convocatorias se
encaminaban a la defensa de aspectos muy importantes, aunque parciales. Que
fueran de esta índole (parciales) no le quita grosor a la cosa. En estos momentos lo que
está en juego son dos cosas de gran calado: 1) la condición asalariada tal como
la hemos conocido hasta ahora, y 2) los instrumentos --reconocidos como bienes
democráticos-- de la arquitectura del sujeto social que ve cómo se agreden sus
paredes maestras. Esta es, tengo para mí, la discontinuidad de la situación actual y,
por ende, lo radicalmente nuevo de esta huelga general del 29 de marzo.
La patronal lo ha dicho con claridad: esta reforma
no será la última. Así pues, es de cajón que estamos frente a una ofensiva en
toda la regla. Que de manera indisimulada se expresa por parte del presidente
del Banco Central Europeo: hay que acabar con el modelo social europeo. Esto es,
hay que hacer astillas derechos y la condición de vida del mundo del trabajo.
La intención es la ruptura definitiva de los antiguos equilibrios (siempre
asimétricos, todo hay que decirlo) que relacionaban el sistema capitalista con
la democracia liberal mandando al limbo a los sujetos organizados consecuentemente
democráticos: a los sindicatos, a la socialdemocracia y a las formaciones
políticas que están a su izquierda. Por
su puesto, también al conjunto de movimientos sociales de signo progresista.
Es en ese cuadro donde se explica lo que ha dicho el
presidente de Mercadona: “Tenemos que trabajar como los chinos” y no
precisamente lo que, en otros tiempos, era más común, esto es, “trabajar como
los alemanes”. Trabajar como los chinos no es una metáfora: es hacerlo sin
derechos ni instrumentos; trabajar como los alemanes es hacerlo con garantías
democráticas. Así pues, todo indica que
el sistema-empresa no está dispuesto a que el sindicalismo juegue su papel,
quiere reducirlo –si es que no tiene más remedio-- a un sujeto técnico, a algo parecido a una
gestoría para solventar los problemas del papeleo.
En todo caso –¡oído, cocina!— esta operación contra
el sindicalismo es el resultado de un fracaso. Digámoslo lentamente: es el
resultado del fracaso de no haber podido convertirle en una comparsa que
acompañara la gestión empresarial de manera acrítica; el resultado del fracaso
de no haberle podido destruir con la creación de los sindicatos de
empresa.
Apostilla. Cada día, de cara al 29, recordemos
aquello de “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.
Delenda est Carthago.
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