Conversaciones en Colomers. Reflexiones sobre sindicalismo y política
durante la transición a la democracia en España
José Luis López Bulla*
Posiblemente de todas las polémicas internas que tuvimos en Comisiones Obreras la más omniabarcante fue la iniciada por Isidor Boix en el tardofranquismo, concretamente la que revisitamos en Colomers, en casa del inolvidable amigo y compañero Carles Navales que nos dejó en el verano pasado. Navales fue un destacado dirigente sindical y confieso que todavía no me he acostumbrado a no contar con él, especialmente en nuestras comidas de los jueves junto a Manolo Gómez Acosta. El libro de nuestras conversaciones en Colomers es básicamente un sentido homenaje a la memoria del amigo.
Digo que aquella polémica fue la más omniabarcante porque comprendió prácticamente toda una serie de paredes maestras del movimiento organizado de los trabajadores tanto en su vertiente política como en la sindical. Estas paredes fueron: a) el carácter del sindicalismo; b) la relación entre el partido --vale decir, el PCE y el PSUC-- y el sindicato (fundamentalmente Comisiones Obreras); c) la unidad sindical orgánica, a través de un Congreso sindical constituyente; y d) la huelga general como motor de arranque de la huelga nacional. Cuatro temas que son de tal envergadura que me cuesta situar dónde está la función. Hasta tal punto que tengo la impresión que cada una de ellas se convierten simultáneamente en funciones y variables las unas de las otras. Por lo demás, en aquellos entonces siempre tuve la impresión, que todavía no se me ha disipado, que el partido (a partir de ahora mientras no diga lo contrario será indistintamente el PCE y el PSUC) tenía una posición errática por lo menos hasta la salida de la cárcel de Marcelino Camacho y sus compañeros cuando ya la controversia prácticamente estaba en su final. Como es sabido aquello tuvo un desenlace desgraciado para Isidor Boix aque fue apartado del grupo dirigente del PSUC.
De hecho el peso de aquella polémica tuvo principalmente su epicentro de Cataluña. Aquí estaba Isidor ejerciendo puestos de alta responsabilidad política, también como orientador de la lucha en SEAT; y aquí, además, “residía”, por así decirlo, la dirección de Comisiones Obreras de España tras la detención de Marcelino y el grupo dirigente en Pozuelo de Alarcón en 1973.
La primera consideración que quiero hacer es que tan famosa polémica no debería ser juzgada, aunque sí analizada, con los inevitables ojos de hoy. Por ejemplo, la posibilidad de realizar el congreso sindical constituyente que abriera la puerta a un sindicato unitario o la misma factibilidad de la huelga nacional. Sería, a mi entender, un ejercicio de mera ucronía y, por lo tanto, inútil. La segunda consideración es que, en todo caso, la polémica requeriría una investigación por parte de los historiadores que, se supone, no están contaminados por la pasión de los protagonistas de la controversia. En todo caso, séame permitido traer a colación que en el grupo dirigente de Comisiones Obreras de Cataluña empezamos a tener algunos indicios de cómo deberían ser algunas cosas y de qué manera enfocar la línea de intervención de aquel movimiento invertebrado de Comisiones Obreras.
Primero. De manera gradual se va asentando la idea de que aquel movimiento tenía que estructurar lo que llamábamos un sindicalismo de nuevo tipo. Tal vez una caracterización genérica un tanto pretenciosa pero que tenía voluntad de disponer de unos rasgos distintivos con relación al sindicalismo tradicional español. A saber, la independencia del sujeto sindical con relación al partido lassalleano (comunista, socialista, socialdemócrata o de otra condición) como elemento de forja de la unidad sindical. Por supuesto, la independencia de los empresarios, y –algo novedoso— la independencia del Estado al margen de su caracterización social. Esto es, también independiente del Estado socialista. Se trata de una serie de elementos que ya figuraban en la Declaración de la Asamblea de Orcasitas (Madrid) en la primavera de 1967.
Se trataba de unos rasgos que nada tenían que ver con la relación orgánica de Ugt con relación al PSOE ni con el apoliticismo de la CNT. Nuestra concepción no era, por así decirlo, accidentalista: en el caso de que no consiguiéramos la unidad sindical también valía.
Pero nosotros durante mucho tiempo no consideramos que fuera imposible la unidad sindical. De hecho la unidad en los centros de trabajo y la unidad social de masas parecía consolidar nuestro deseo que fatalmente fue un espejismo. Tal vez nuestra idea se basaba en el protagonismo real que tuvo el movimiento invertebrado de Comisiones Obreras, que hegemonizaba (empleo este concepto de manera consciente) la acción sociopolítica contra la Dictadura. Pero en realidad lo hacíamos subestimando la potente influencia de la socialdemocracia europea, concretamente la alemana. En resumidas cuentas, aquí no era posible un Pacto de Roma sindical como parecía desprenderse indirectamente del documento que íbamos a discutir en el convento de los Oblatos cuando la detención de Marcelino Camacho y sus compañeros.
Otro aspecto de no menor interés fue el atinente a la huelga general política como elemento central de la huelga nacional. Tampoco se hizo, aunque es necesario recordar que, salvo Italia, en el tardo-franquismo se desarrolló el movimiento huelguístico más potente de toda Europa. Me aventuro a proponer una explicación de por qué no pudo ser.
El comunismo español, que había roto definitivamente con el movimiento guerrillero, propuso como eje de ruptura con el franquismo dos grandes ejes: la reconciliación nacional y la huelga general política, también como elementos para crear un amplio abanico unitario de fuerzas políticas. Vale la pena recordar que una de las variables de la lucha pacífica para derrocar el franquismo era la acertada posición del aprovechamiento de los medios legales (y su combinación con los extralegales), uno de los cuales fue el entrismo en el sindicalismo vertical. Siempre se ha dicho que fue Stalin quien convenció al PCE de la necesidad de esa línea de comportamiento, pero siempre se ha querido ignorar que Joan Peiró –en plena dictadura primorriverista-- había predicado esa estrategia.
De hecho la presión popular fue crucial para la complicada gestación y posterior desarrollo de estructuras unitarias en el terreno político. Ahora bien, es inobjetable que no se produjo la huelga general política ni su acompañante la huelga nacional. Mi explicación es la siguiente: el PCE necesitaba el mayor movimiento de masas para agregar nuevos sujetos políticos hacia la ruptura con el franquismo. Cuando esa unidad parecía –digo parecía— que se iba a concretar el elemento central dejó de ser (en esa estrategia) la movilización de los trabajadores. Lo preeminente era ahora, como elemento central, la unidad política. En esa tesitura estaba cantado que la huelga general política no estaba en la centralidad del PCE, de ahí su difícil posibilidad de ejecución.
Segundo. Hace tiempo que se dice que la transición política fue o una martingala o una traición. Lo chocante del asunto es que se enjuicia la cuestión a partir de las dificultades de hoy. Es como si la transición lo hubiera condicionado todo. Los problemas que posteriormente hemos tenido en España no son la consecuencia de la transición sino de la gestión política que se ha ido haciendo posteriormente en ese ya largo itinerario. Y esencialmente del cambio de paradigma, presidido por la innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios (de la economía toda) en el nuevo contexto de la globalización.
Es cierto que no hubo ruptura en los términos que concibió el Partido Comunista de España. Pero si nos atenemos al fondo de la cuestión –precisamente la solución al dilema central que planteó el PCE, esto es, o democracia o dictadura— es claro que la balanza la inclinamos hacia la primera. Por lo demás conviene no olvidar que sí hubo ruptura neta en el terreno sindical, aunque no se diera el famoso congreso sindical constituyente que creara un sindicato unitario.
Tercero. Me interesa constatar que algunas de las prácticas sindicales que propusimos en aquellos tiempos de Cronos se han ido abriendo paso.
Por ejemplo, la más llamativa es la infatigable búsqueda y consolidación de la independencia sindical y la definitiva ruptura de lo que se dio en llamar la correa de transmisión.
Ahora, en todo caso, lo que convendría resolver es de qué manera el sindicalismo y la política de izquierdas son capaces de compartir diversamente, desde la independencia de cada sujeto, el mismo paradigma de defensa y promoción del Estado de bienestar y promoción de los bienes democráticos que han conseguido la pareja de hecho más famosa del siglo XX: el sindicalismo y el Derecho del Trabajo. La cita del día 29 debería ser un paso en esa dirección.
La segunda cuestión que sigue pendiente es la construcción de un sindicato unitario.
Si la correa de transmisión es, como creo, inexistente; si el partido lassalleano ha pasado a la historia; si CC.OO. y UGT comparten la misma afiliación en el sindicalismo global; si los retos que los trabajadores tienen pendientes siguen estando ahí… ¿tiene sentido el mantenimiento de dos organizaciones sindicales en España? Sé que esto provoca algunos sarpullidos en los grupos dirigentes de ambas familias que rutinariamente se acogen a la rancia excusa de que todavía no hay condiciones subjetivas para ello. De seguir así es de cajón que nunca habrá tales condiciones.
Y nada más. Tan sólo me queda añadir un emocionado recuerdo hacia el amigo y compañero Carles Navales; todavía no me ha acostumbrado a no poder departir con él cosas tan diferentes como los problemas sindicales, las cosas de la política y nuestra mutua admiración a la Niña de la Puebla, aquella que cantó aquello de los Campanilleros por la madrugá.
* Primer borrador del texto de mi intervención en el coloquio que tendrá lugar en Ca l’ Ardiaca el próximo día 26 de marzo en compañía de Isidor Boix. En dicho acto se presentará el libro Conversaciones en Colomers. Reflexiones en torno al sindicalismo y política durante la transición política española (Germanía, 2012), coordinado por Javier Tébar.
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