El rasgo distintivo de la izquierda ha sido históricamente la relación entre política y trabajo. Vale la pena decir que, por lo general, dicho vínculo estuvo presidido, a lo largo del siglo XX, por una especie de subalternidad al tipo de trabajo que concibieron los estrategas del fordismo-taylorismo. En ese estadio teórico y organizativo se movieron, aunque de manera desigual, las izquierdas europeas. Que nunca contestaron el uso sino el abuso de dicho sistema (fordista-taylorista) y ahí radicó su debilidad de proyecto emancipatorio. Ello no quita, por supuesto, el plantel de conquistas sociales del compromiso firme de las izquierdas durante los últimos cien años con la cuestión social. Ahora bien, repito: el talón de Aquiles fue la subalternidad a un paradigma que, radicado en la granempresa, recorrió casi todo el espacio de la vida social.
La profunda transformación del trabajo, que no ha hecho más que empezar, ha puesto en crisis el patrimonio histórico de las izquierdas; simultáneamente a tan gigantescos cambios, el neoliberalismo ha traducido en políticas concretas su potente mensaje que ha calado en todos los intersticios de la sociedad. Todo ello en el cuadro de la globalización, “el trabajo es local, el capital es global”: una asimetría que juega a favor de la empresa transnacional que puede moverse libremente en la dimensión global combinando los factores de la producción, mientras que el trabajo no tiene la misma elasticidad, hecha la excepción de la altas profesiones. ¿Este es el punto de llegada que fatalmente deben anotar las izquierdas en sus agendas? Ustedes perdonen, ¡de ninguna de las maneras! Es sólo y solamente el punto de partida. Y así como …
… y así como las izquierdas, en mayor o menor grado, fueron sulbalternas al fordismo-taylorismo, ahora deben escoger entre construir la alternativa a lo nuevo o seguir (unas contagiadas y otras distraídas) en el viejo error de la supeditación a lo dado. Porque esto último es lo que espera el neoliberalismo: hacer creer a las izquierdas que estas novedades son definitivamente dadas y que, por tanto, no hay alternativa. Tan sólo, en esa tesitura, cabría la corrección de algunos flecos secundarios.
Quede claro: cuando estamos hablando de la centralidad del trabajo nos estamos refiriendo al realmente existente en todo momento, al trabajo in progress. No veo otra salida que las izquierdas vuelvan a definir sus proyectos en base a la centralidad del trabajo. O hace eso o se transforma en un placebo político con independencia de los éxitos electorales que pueda alcanzar en cada coyuntura. Pero, si la izquierda se convierte, unos, en un placebo –y otros en una vistosa anomalía de “los últimos mohicanos”-- la derecha ampliará todavía más la estructuración de su bloque social.
Naturalmente todo ello es más complicado que ponerse a discutir si Tulio Anneo debe dirigir el PSOE o, en cambio, debería ser Anneo Tulio. E igualmente es más difícil que estar a la espera de los errores de los dos Tulios para intentar atrapar, a través de un optimismo inconsciente, las plumas que pierden ambos gallos.
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