martes, 14 de diciembre de 2021

Escenas carpetovetónicas


 

En la vida española, hoy, aparecen escenas que recuerdan un tantico a las que se enseñorearon en los tiempos de aquella Isabel, «la de los tristes destinos», tatarabuela del rey emérito. Don Benito Pérez Galdós y su envidioso Valle—Inclán dieron buenas pinceladas de aquello. En estos momentos nos falta, sin embargo, una crónica de las trapisondas que ocurren en nuestros días.

Tenemos un emérito (no recuerdo en qué otro país haya algo similar)  que está desde hace años en los papeles, en las ondas y en las redes. Investigado con excesiva flema  por los aparatos de la justicia de al menos Suiza, Reino Unido y el suyo propio: astuto Merlín de las finanzas, propias y ajenas, campeón de la sexualidad gimnástica y severa amenaza de animales de caza en tierras lejanas. Todo un personaje pintoresco que, yéndose de Sevilla perdió la silla. Contamos con un expresidente de gobierno que, sentado en el duro banco ante el Tribunal, jura y perjura que nada sabe de aquello que todo el mundo conoce.

Tenemos a un personaje, digno del famoso Monipodio, que airea el hedor de las cloacas que él mismo organizó.

Tenemos un caterva de chusqueros de la inteligencia que, en vez de observar «con qué trabajo deja la luz a Granada», se imaginan figuras satánicos, íncubos, súcubos y sátiros bajando por la Cuesta del Chapiz, de puntillas por el Paseo de los Tristes camino de la casa del Arzobispo a recibir órdenes.

Nos falta, empero, un torero y una folclórica para errar esta España cañí.

Pero todo ello, con ser notorio, es sólo un rasguño: mayormente tenemos a la España que madruga para ir al trabajo, a los trabajos; la España de nuestros jubilados que llevan a sus nietos a la escuela o al parque.

El chozno de aquella Isabelica debe estar vigilante.  

 

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