El desparpajo de algunos políticos es
directamente proporcional a sus limitaciones. Es un desparpajo compulsivamente
patológico. Pongamos que, en este caso, hablo de Joan Tardá, el pintoresco diputado
de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso de los Diputados. Todo un
veterano de la política, cuya fogosidad le lleva, en ciertas ocasiones, a
dictar sentencias lapidarias, cuya esperanza de vida es de corto recorrido. Este
desparpajo con forma de travestismo intelectual –hoy se pontifica una cosa y
mañana su contraria sin explicar los motivos de la primera y de la segunda— se
ve favorecido, en mi opinión, por una especie de «servidumbre voluntaria» de
sus parciales que se tragan lo uno y lo
otro con aquella fe del carbonero de raíces antiguas. Especialmente si esa fe
se basa en el «fermento escatológico de secano», como me indica Helios López Roig en un correo electrónico.
Joan Tardà, ha admitido que “no
ha habido ni la capacidad ni la voluntad de implementar la república proclamada
porque es evidente que no había todavía la suficiente acumulación de fuerzas”
en una entrevista en la emisora Rac1 (1). Sorprendente que, después de haber
calentado al personal ad nauseam este
Tardá nos diga que todavía no les era
favorable la relación de fuerzas. Chocante que tan alocado personaje no se haya
ido dando cuenta de que todavía no había las suficientes condiciones.
Desparpajo al por mayor. O sea, yendo por lo derecho: de lo que se trataba era
de calentar al personal –a la servidumbre voluntaria-- y, después, esperar qué pasaría. Engañifa en
movimiento y, después, echarle la culpa al maestro armero: «no ha habido ni la
capacidad ni la voluntad de implementar la república proclamada».
A ver, ¿puede alguien aclarar este
galimatías? Diga, diga...
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