El independentismo volvió a
exhibir músculo en la manifestación de ayer en Barcelona. Una potente
movilización que volvió a concentrar a centenares de miles de personas. El
conflicto se reinventa adoptando formas postmodernas: miles, miles, miles de
teléfonos móviles encendidos apuntando al cielo. Toda una lección de novísima
estética a quienes mantienen el tradicional ritualismo de las manifestaciones
al uso. Posiblemente hará escuela en la aldea global. Observé las imágenes
televisivas desde el sosiego de mi butaquilla y, a fe mía, tuve envidia de su
estética. Que los objetivos de tan
espectacular movilización sirvan al trampantojo del independentismo es ya
harina de otro costal.
Dicho lo dicho, empezó a
arrugárseme la nariz cuando oí los gritos de una parte –minoritaria, pero
gritona— de la gente gritar con vehemencia «Visca, visca, visca Terra Lliure». Entonces, la
estética empezó a entrar en tinieblas. Terra Lliure o el grupúsculo terrorista
catalán, vicario de ETA
en Cataluña en los años ochenta. Su balance: doscientos atentados y cinco
víctimas mortales, cuatro de ellas de su propia organización. Ahora, a rebujo
de las manifestaciones independentistas levanta la cabeza. ¿Sus miembros eran durmientes o han surgido para darle
ardor guerrero al procés? Sea como
fuere es mala cosa. Lo peligroso es que encontrarán cierta comprensión en
algunos sectores del independentismo paroxístico. «Son de los nuestros», dirá
más de un militante esnob o algún alma de cántaro. En cualquier caso, estos
guerrilleros urbanos se sentirán como la llama vigilante ante cualquier traición o bajada de pantalones de los
líderes, siempre tentados por la componenda política. Cría, queriendo o sin
querer, cuervos que te sacarán los ojos, las higadillas y los riñones.
Mientras tanto, Puigdemont y su
circunstancia sigue en Bruselas. Su circunstancia es el twitter como
trampantojo del gobierno en el exilio.
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