Los jefes del independentismo
catalán han metido la declaración unilateral de independencia en el calabozo.
Digámoslo sin requilorios: el independentismo ha sufrido una derrota.
Los jefes del independentismo
han asumido el artículo 155 de la Constitución Española. Así pues, han decidido
participar en las elecciones autonómicas, que ha convocado M punto Rajoy. Y han
manifestado por activa, pasiva y perifrástica que no estaban preparados y, más
todavía, que no tenían la mayoría social suficiente para tan relevante
operación como es la independencia y, encima, declararla unilateralmente.
Ahora, han acordado que dejan de lado la vía unilateral. Confuso camino y
extrañas alforjas para dicho viaje. Se trata de una derrota que se disfraza de
táctica para no infundir sospechas, que convierte una gallina vieja en un
robusto pavo real.
Los jefes políticos del
independentismo –las dos formaciones que pugnan entre sí por el reparto de la
túnica sagrada-- han pactado dejar de lado la vía unilateral. Pero no se pierdan el detalle: los jefes políticos del
independentismo han acordado pactar la cuestión con el Estado español y con la
Unión Europea. Lo primero tiene sentido. Pero lo segundo –pactar con la Unión
Europea-- es un artificio retórico para
disimular lo primero. Porque ¿qué pinta Europa en todo este asunto? Ya
empezamos con que si la abuela fuma.
Volver a insistir en Europa es
una mugrienta tizne que invalida el análisis –o acompaña la falta de
análisis-- de la derrota del
independentismo, que sigue sin reconocerse. Al mismo tiempo pone otra vez en
evidencia la confusión entre deseos y realidades. De una Unión Europea que
tiene un considerable hartazgo de Cataluña. Y que debe estar, también, de
Mariano punto Rajoy hasta la cruz de los leotardos.
Lo dicho: la nueva táctica del
independentismo vuelve a nacer erróneamente; sus dirigentes mantienen una
ficción fruto de su incapacidad de entender la política internacional. Políticos
de campanario. Párvulos alocados que todavía no han salido de la miga de mi tía-abuela Elvira Quevedo, que tenía una miga en Calicasas. Todavía están en el Catón moderno.
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