miércoles, 2 de marzo de 2016

La inútil fogosidad de Pablo Iglesias el Joven






Voy a partir de esta hipótesis: Pablo Iglesias el Joven quiere sinceramente un gobierno de izquierdas. De entrada no soy quién para dudar de su intención e interés. Aparco, pues, mi natural inclinación a la desconfianza. Ahora bien, es de cajón que si se quiere llegar a un acuerdo debe existir una vinculación entre los medios y el objetivo en cuestión. En este caso hablaremos de uno de los medios, la retórica, y la consecución del pacto que se propone. Lo que vale, por ejemplo, también para llegar a un acuerdo de un convenio colectivo.

Premisa. Ciertamente sabemos que no son pocos los que están conformes con su insulto y en contra de ser insultado. O lo que es lo mismo: siempre se está presto al exceso verbal propio y, por el contrario, se tiene la piel muy fina cuando se es insultado. Mi insulto, así pues, tendría una justificación que yo legitimo; pero si yo –o mis parciales--  recibo la invectiva me pongo en jarras y, desde mi auto referencialidad, monto la escandalera. Diremos que en uno u otro caso hay una desproporción cierta que, además, es la consecuencia de posturas dogmáticas ya sean sobrevenidas o de añeja biografía. No creo que esa logomaquia sea útil ni en caso de, metafóricamente hablando, guerra total. Por lo que, cuando se reclama un acuerdo, la retórica (que, ciertamente, no debe ser tampoco un lenguaje versallesco) debe y tiene que estar vinculada al objetivo que se dice perseguir. Como imperativo de la razón pragmática en tanto que mecanismo útil. ¿Qué le dirían los trabajadores a un sindicalista que, negociando un convenio y exigiendo el acuerdo dijera al empresario que sus manos están manchadas con la sangre de Salvador Seguí, el Noi del Sucre? ¿Facilitaría el acuerdo colectivo esa referencia histórica? El sindicalista de marras tal vez pudiera dormir satisfecho, pero sus representados estarían intranquilos.

Pablo Iglesias el Joven es indudable que se siente vejado y tal vez tenga motivos. Pero lo cierto es que –ya hemos dicho que en principio no dudamos de su sinceridad a la hora de demandar el pacto de gobierno de izquierdas--  ha puesto un mecanismo retórico de alta tensión: su referencia a la "cal viva" de Felipe González. Me permito una impresión: cuando Iglesias se refirió a ello, pude ver la sorpresa de un Errejón que parecía no estar satisfecho de ello. Es como si pensara “más sutileza, Pablo, más sutileza”. Son las cosas del lenguaje corporal.

Dice la física cuántica que las partículas pueden estar simultáneamente en diversos puntos en un mismo instante. Doctores tiene esa disciplina. Pero, en sentido contrario, nos atrevemos a decir que si, mientras persigues un objetivo usas unos medios contrarios a ello, te quedas como aquel gallo de Morón: sin plumas y cacareando. La historia nos aclara aquel sucedido:    allá por el año 1.500 se dividieron en dos bandos los vecinos de Morón; se enardecieron los ánimos y libraron verdaderas batallas. La Cancillería de Granada –una ciudad que está cerca de Santa Fe-- envió un juez con fama de matón para poner orden, que repetía siempre «donde canta este gallo no canta otro». Los moronenses, cansados de sus bravatas, se pusieron de acuerdo y después de dejarlo completamente desnudo lo apalearon.

En suma, Iglesias se habrá quedado descansado, pero algunos hemos visto que se aleja la posibilidad de un gobierno de izquierdas.


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