Escribe
Riccardo Terzi
[…] ¿Qué
importancia debemos asignar hoy a Marx en nuestra reflexión? ¿En qué medida
podemos llamarnos marxistas todavía? Por extraño que parezca son pocos los
casos que han intentado dar una respuesta a estas interrogantes mediante un
reconocimiento histórico riguroso y sincero. Ha prevalecido la eliminación,
fingiendo que estábamos «más allá», que habíamos sobrepasado las antiguas
categorías ideológicas del siglo XX.
Mi opinión personal es que Marx sigue siendo una
clave indispensable de acceso a la comprensión e interpretación de la sociedad capitalista, de la que desvela
su mecanismo secreto, las relaciones de poder y la distorsión alienante de las
relaciones humanas. El capitalismo actual aparece como una extrema y abnorme
ampliación de los caracteres que Marx intuyó entonces como una forma desplegada
de dominio, de control autoritario sobre el trabajo y la vida de las personas;
como una organización «total», que comprime todo espacio de autonomía y pone fuera de juego cualquier forma de
subjetividad alternativa.
Sin embargo, por otro lado, su mesianismo
revolucionario y el anuncio de un futuro «reino de la libertad» no han superado
las pruebas de la historia. Puede parecer paradójico, pero la idea de la
revolución no está adecuadamente elaborada y pensada por Marx. Este fallo
teórico es lo que ha posibilitado que las degeneraciones hayan hecho descarrilar al movimiento
comunista. Habiendo elaborado el momento de la negación y dejado totalmente en suspenso la futura organización
política y social, se abrió así una brecha donde han podido transitar y
reproducirse las antiguas lógicas de la opresión y el dominio sin encontrar
ninguna resistencia eficaz.
Se trata de una auténtica inversión, y en este
engaño todos nosotros hemos estado atrapados: en la ilusión de que el proceso
revolucionario tenía, sin embargo, in sé la manera de ir más allá de sus
límites. No se trata solamente de las degeneraciones del estalinismo, sino del
modo en que desde el inicio, con Lenin, se impuso el problema del poder y la
organización del Estado. La «revolución cultural» china no es una excepción ya
que fue una movilización manipulada desde arriba para ajustar las cuentas al
conjunto de la oligarquía dominante.
¿Cómo podemos calificar todo este proceso histórico?
Mi respuesta es que se trata de un «fracaso». He discutido recientemente con un
amigo, que prefiere llamarlo «derrota». Son dos cosas muy divergentes: la
derrota significa que hemos sido diezmados
por las relaciones de fuerza; sin embargo, el fracaso indica un vicio de
origen en el proyecto político mismo. Si decimos solamente «derrota» estamos
indicando que íbamos encaminados en la dirección correcta y que sólo unas
razones externas interrumpieron aquel glorioso camino. Por eso yo pienso que
debemos someter a crítica todas las formas políticas que se han realizado
durante ese proceso. Es un extraordinario bagaje cultural que sigue siendo
imprescindible para la comprensión del mundo actual, pero que cuenta con
infinitas gangas de las que debemos liberarnos. No pueden liquidarse como
desviaciones o contratiempos de la historia, sino que indican la existencia de
un vulnus, una fagilidad de fondo. El
vulnus es la ausencia de una teoría
del Estado, sobre este punto comparto el juicio de Norberto Bobbio.
Del Estado sólo se ha cuestionado que debería
extinguirse. Pero esta extinción queda como un evento mítico, imaginario. Y a
la espera de que el mito se cumpla, todo queda justificado. De ese modo se
concreta una brecha total entre el presente y el futuro: hoy, un dominio
despiadado; mañana –quién sabe cuándo--
el final de todo dominio. Es la relación de los medios con los fines lo
que está privado de coherencia. Esta es una tentación que retorna periódicamente;
por ello, cada vez que se reclama la «primacía de la política» me parece
advertir este impulso de extrema irresponsabilidad, que hace coincidir la
política con lo arbitrario.
Es siempre peligroso proyectar a plazo excesivamente
largo la propia meta en un futuro imaginario. Esta es la trampa de la idea de
«progreso»: una idea que nunca está en el presente, siempre en una futura
proyección histórica. Y, en esta óptica, la izquierda siempre está fuera del
tiempo; es la imaginación de un mundo que debería ser, pero que nunca es capaz
de plasmar nuestro presente, nuestra realidad efectual. Por eso, nunca he
compartido los arrebatos líricos de la utopía y me mantengo fiel a Maquiavelo,
a su realismo: un realismo que conecta estrechamente los fines y los medios
como elementos indisolubles de un proceso único, como las articulaciones
concretas de un proyecto político. Por otra parte, bastaría leer volver a leer
las palabras despectivas de Marx hacia
los socialistas utópicos. [ … ]
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Fragmento del libro La discorde amicizia. Lettere sulla sinistra (CRS Ediesse). Se
trata de diez cartas que se dirigen entre sí Fausto Bertinotti y Riccardo
Terzi. Traducción de JLLB. El título de esta entrada es de exclusiva
responsabilidad del capataz de este blog.
Está previsto que el libro sea presentado en la
ciudad de Parapanda en breve a cargo de Joaquín Aparicio y Antonio Baylos.
Moderará el debate Eduardo Saborido.
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