jueves, 9 de enero de 2014

SOBRE LAS ESPALDAS DE MARX




Escribe Riccardo Terzi


[…]  ¿Qué importancia debemos asignar hoy a Marx en nuestra reflexión? ¿En qué medida podemos llamarnos marxistas todavía? Por extraño que parezca son pocos los casos que han intentado dar una respuesta a estas interrogantes mediante un reconocimiento histórico riguroso y sincero. Ha prevalecido la eliminación, fingiendo que estábamos «más allá», que habíamos sobrepasado las antiguas categorías ideológicas del siglo XX.

Mi opinión personal es que Marx sigue siendo una clave indispensable de acceso a la comprensión e interpretación  de la sociedad capitalista, de la que desvela su mecanismo secreto, las relaciones de poder y la distorsión alienante de las relaciones humanas. El capitalismo actual aparece como una extrema y abnorme ampliación de los caracteres que Marx intuyó entonces como una forma desplegada de dominio, de control autoritario sobre el trabajo y la vida de las personas; como una organización «total», que comprime todo espacio de autonomía  y pone fuera de juego cualquier forma de subjetividad alternativa.

Sin embargo, por otro lado, su mesianismo revolucionario y el anuncio de un futuro «reino de la libertad» no han superado las pruebas de la historia. Puede parecer paradójico, pero la idea de la revolución no está adecuadamente elaborada y pensada por Marx. Este fallo teórico es lo que ha posibilitado que las degeneraciones  hayan hecho descarrilar al movimiento comunista. Habiendo elaborado el momento de la negación y dejado totalmente en suspenso la futura organización política y social, se abrió así una brecha donde han podido transitar y reproducirse las antiguas lógicas de la opresión y el dominio sin encontrar ninguna resistencia eficaz.

Se trata de una auténtica inversión, y en este engaño todos nosotros hemos estado atrapados: en la ilusión de que el proceso revolucionario tenía, sin embargo,  in sé la manera de ir más allá de sus límites. No se trata solamente de las degeneraciones del estalinismo, sino del modo en que desde el inicio, con Lenin, se impuso el problema del poder y la organización del Estado. La «revolución cultural» china no es una excepción ya que fue una movilización manipulada desde arriba para ajustar las cuentas al conjunto de la oligarquía dominante.

¿Cómo podemos calificar todo este proceso histórico? Mi respuesta es que se trata de un «fracaso». He discutido recientemente con un amigo, que prefiere llamarlo «derrota». Son dos cosas muy divergentes: la derrota significa que hemos sido diezmados  por las relaciones de fuerza; sin embargo, el fracaso indica un vicio de origen en el proyecto político mismo. Si decimos solamente «derrota» estamos indicando que íbamos encaminados en la dirección correcta y que sólo unas razones externas interrumpieron aquel glorioso camino. Por eso yo pienso que debemos someter a crítica todas las formas políticas que se han realizado durante ese proceso. Es un extraordinario bagaje cultural que sigue siendo imprescindible para la comprensión del mundo actual, pero que cuenta con infinitas gangas de las que debemos liberarnos. No pueden liquidarse como desviaciones o contratiempos de la historia, sino que indican la existencia de un vulnus, una fagilidad de fondo. El vulnus es la ausencia de una teoría del Estado, sobre este punto comparto el juicio de Norberto Bobbio.

Del Estado sólo se ha cuestionado que debería extinguirse. Pero esta extinción queda como un evento mítico, imaginario. Y a la espera de que el mito se cumpla, todo queda justificado. De ese modo se concreta una brecha total entre el presente y el futuro: hoy, un dominio despiadado; mañana –quién sabe cuándo--  el final de todo dominio. Es la relación de los medios con los fines lo que está privado de coherencia. Esta es una tentación que retorna periódicamente; por ello, cada vez que se reclama la «primacía de la política» me parece advertir este impulso de extrema irresponsabilidad, que hace coincidir la política con lo arbitrario.

Es siempre peligroso proyectar a plazo excesivamente largo la propia meta en un futuro imaginario. Esta es la trampa de la idea de «progreso»: una idea que nunca está en el presente, siempre en una futura proyección histórica. Y, en esta óptica, la izquierda siempre está fuera del tiempo; es la imaginación de un mundo que debería ser, pero que nunca es capaz de plasmar nuestro presente, nuestra realidad efectual. Por eso, nunca he compartido los arrebatos líricos de la utopía y me mantengo fiel a Maquiavelo, a su realismo: un realismo que conecta estrechamente los fines y los medios como elementos indisolubles de un proceso único, como las articulaciones concretas de un proyecto político. Por otra parte, bastaría leer volver a leer las palabras despectivas de  Marx hacia los socialistas utópicos. [ … ]      

---------


Fragmento del libro La discorde amicizia. Lettere sulla sinistra (CRS Ediesse). Se trata de diez cartas que se dirigen entre sí Fausto Bertinotti y Riccardo Terzi. Traducción de JLLB. El título de esta entrada es de exclusiva responsabilidad del capataz de este blog.

Está previsto que el libro sea presentado en la ciudad de Parapanda en breve a cargo de Joaquín Aparicio y Antonio Baylos. Moderará el debate Eduardo Saborido



Radio Parapanda.  UN DICCIONARIO INTERNACIONAL DE DERECHO DEL TRABAJO

No hay comentarios: