domingo, 19 de enero de 2014

LA BRONCA DE LOS SOCIALISTAS CATALANES



Nota aclaratoria. Esta entradilla tiene como referencia este suelto: Tres diputados del PSC rompen la disciplina de voto.



Séame permitido empezar este ejercicio de redacción con dos anécdotas. La primera: cuentan los viejos cronicones que August Bebel, padre fundador del socialismo europeo, estaba interviniendo en el Parlamento alemán; en un momento de su discurso fue interrumpido por las bancadas adversarias con una ovación de gala. Estupefacto, el anciano calló y, a continuación, cambió de tercio: «Viejo, Bebel –se dijo--  cuando la derecha te aplaude, pregúntate qué tontería has cometido». La segunda: en cierta ocasión, el maestro Manuel Vázquez Montalbán y un servidor estábamos de plática, ahora no recuerdo dónde, cuando se nos acercó la diputada socialista Anna Balletbó, que nos interpeló con tristeza, aludiendo a la crisis terrible del viejo PSUC: «¿Pero, qué os pasa en el Partido?». MVM, con su mejor sonrisa ambigua, le respondió: «Cuando seáis un partido os pasará lo mismo».

¿Conocían los tres diputados socialistas catalanes la anécdota del viejo Bebel cuando, al romper la llamada disciplina de voto en el Parlament catalá, fueron aplaudidos por la mayoría de sus adversarios? Sea como fuere, el problema real va más allá del acontecimiento (no banal, por supuesto) de la ruptura de lo acordado por los órganos dirigentes del socialismo catalán, y a la vez plantea toda una serie de elementos de cierta envergadura. Cierto, como afirmaba  Fernando Santi «las minorías y la disidencia son un bien». Ahora bien, ¿qué perímetro tienen las minorías y la disidencia en una organización política y social? No se trata especialmente de un problema estatutario sino eminentemente político.

Mi punto de vista es el siguiente: las minorías y la disidencia deben estar solemnemente reconocidas en el proyecto político de cada cual y en las normas de funcionamiento, incluida la libertad de expresión y la formación de corrientes de opinión. Tienen, naturalmente, un perímetro (las mayorías tienen también, o deberían tener, su propio perímetro que no pueden rebasar, porque ahí no vale la máxima vieja de «quien puede al más, puede al menos»): el proyecto general y la consideración de que son las mayorías, a ser posible no cristalizadas, quienes gobiernan diariamente cuando hay conflicto el  proyecto; un proyecto que se gestiona sobre la base de síntesis sucesivas que incorporan al acerbo de la mayoría (no cristalizada sistemáticamente) aquellas zonas de razón de las minorías, tampoco sistemáticamente cristalizadas, no contradictorias con las primeras. En ese juego de mayorías y minorías adquiere una especial importancia la participación. Que debería estar reglada. Porque la participación no es un estatuto concedido por nadie sino el alma mater de las organizaciones políticas y sociales.  En ese sentido, vale la pena interpelar a los partidos políticos y a las organizaciones sociales sobre esto: si la soberanía reside en el pueblo, ¿la soberanía en cada partido político o sujeto social dónde tiene su residencia?  

Los tres diputados socialistas que vienen votando sistemáticamente contra lo acordado –primero por el grupo parlamentario y recientemente por el máximo órgano del partido— tienen derecho a mostrar, en mi opinión, públicamente su disidencia. Pero, así las cosas, habiendo constatado su incompatibilidad con el proyecto de su partido, tienen estas opciones: o bien abandonar el grupo parlamentario, siguiendo o no en el partido, o darse de baja del mismo.  Por cierto, una visión laica de la política se corresponde con esta consideración: hoy abandonar el partido (o ser expulsado) ya no tiene las características de antaño. Es más, algunos consideran desparpajadamente que abandonar una organización (o ser expulsado de la misma) da cierto postín e incluso abre nuevas perspectivas de existencia. Todo lo contrario de aquellos entonces cuando se vivía la salida del partido (el que fuera) como una especie de teodicea: «fuera de la iglesia no hay salvación», que fue la famosa lápida que idearon los padres conciliares para arrearles un cogotazo (moral y físico) a los pobres albigenses. Hoy, fuera del partido, hay salvación.

Se puede (y se debe, naturalmente) hablar del carácter de los partidos –en este caso del de los socialistas catalanes--, de cómo se conforman sus grupos dirigentes, de cómo se elaboran las listas electorales a cualquier nivel, de listas abiertas y cerradas, de la disciplina de voto. Pero, en esta ocasión, nos estamos refiriendo al comportamiento de tres diputados que son también responsables de las normas de su partido, elaboradas en sus respectivos congresos. Es más, son unas normas que ellos no han impugnado antes de su disidencia o del hecho de estar en minoría. En esa lógica, no me parece coherente que los disidentes --hay que normalizar esta palabra quitándole todo sentido de patología política--  quieran mantener el acta de diputado. Si pareciera exagerado hablar de un problema ético, digamos que se trata de una cuestión de concordancia entre su corresponsabilización en la elaboración de las normas y el incumplimiento de ellas a la primera de cambio. Así las cosas, el problema de conciencia se resuelve como lo ha hecho el alcalde de Lleida, también diputado disidente, Ángel Ros, que devolvió a su partido el acta de diputado.

En todo caso, algo parece de cajón: este episodio es una muestra más de la crisis del partido de los socialistas catalanes. Y, tengo para mí, que es también el resultado de la «crisis de poder» de dicha organización que, con el paso del tiempo, ha ido perdiendo la centralidad política de Cataluña. Un servidor, desde fuera de dicho partido, considera que es algo rematadamente malo para la izquierda catalana. Lo es el continuado debilitamiento del (todavía) primer partido de la izquierda catalana que, a su vez, contribuye en menor cuantía a la izquierda política española. Y lo es porque, presumiblemente, el fracaso en la gestión de esta crisis –de un lado, la incapacidad de hacer síntesis y, de otro lado, la negativa a aceptar los planteamientos de la mayoría por parte de los disidentes--  llevará a la creación de otro partido. Otro partido de esa izquierda envejecida en la que han estado inscritos los tres disidentes. Un partido del que podemos suponer que sus bases fundacionales parecen anunciadas en el documento Crida socialista pel referèndum, un material que exhibe la profunda discordancia con la línea oficial del partido. Léase con detenimiento este llamamiento, que introduce una variable en el léxico político de los firmantes: es el concepto de "patriota" y "si lo es de verdad" tiene que ... Quienes no tengan esa pureza de sangre están excluidos. Toda una cesura con la tradición del socialismo catalán. A la vejez, viruelas. Por otra parte, sería chocante que, si ese amplio grupo de firmantes se traduce en una nueva formación política, ésta –incluso antes de salir a la palestra--  tendría representación parlamentaria con los tres que se niegan a entregar el acta de diputado. O sea, un nasciturus con plenos derechos…   

Con todo, quisiera decir –llámenme subjetivo y entrometido--  que no se ver el sello socialista de dicho documento. Más todavía, reluce una huella mesocrática en sus líneas, lo que me hace prever (deseo que me corrijan) que será una nueva formación progresista que, también ella, considera los temas del trabajo (ausentes clamorosamente en ese documento) como un perifollo a reseñar de higos a brevas.  Pero no durante los días laborables. 


Radio Parapanda. http://encampoabierto.wordpress.com/2014/01/19/europa-en-la-encrucijada/  Es decir, Europa en la encrucijada.


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