Nota
aclaratoria. Esta entradilla tiene como referencia este suelto: Tres
diputados del PSC rompen la disciplina
de voto.
Séame
permitido empezar este ejercicio de redacción con dos anécdotas. La primera:
cuentan los viejos cronicones que August
Bebel, padre fundador del socialismo europeo, estaba
interviniendo en el Parlamento alemán; en un momento de su discurso fue
interrumpido por las bancadas adversarias con una ovación de gala. Estupefacto,
el anciano calló y, a continuación, cambió de tercio: «Viejo, Bebel –se dijo-- cuando la derecha te aplaude, pregúntate qué
tontería has cometido». La segunda: en cierta ocasión, el maestro Manuel
Vázquez Montalbán y un servidor estábamos de plática, ahora no recuerdo dónde,
cuando se nos acercó la diputada socialista Anna Balletbó, que nos interpeló
con tristeza, aludiendo a la crisis terrible del viejo PSUC: «¿Pero, qué os
pasa en el Partido?». MVM, con su mejor sonrisa ambigua, le respondió: «Cuando
seáis un partido os pasará lo mismo».
¿Conocían
los tres diputados socialistas catalanes la anécdota del viejo Bebel cuando, al
romper la llamada disciplina de voto en
el Parlament catalá, fueron aplaudidos por la mayoría de sus adversarios? Sea
como fuere, el problema real va más allá del acontecimiento (no banal, por
supuesto) de la ruptura de lo acordado por los órganos dirigentes del
socialismo catalán, y a la vez plantea toda una serie de elementos de cierta
envergadura. Cierto, como afirmaba Fernando
Santi «las minorías y la disidencia son un bien».
Ahora bien, ¿qué perímetro tienen las minorías y la disidencia en una
organización política y social? No se trata especialmente de un problema estatutario
sino eminentemente político.
Mi
punto de vista es el siguiente: las minorías y la disidencia deben estar
solemnemente reconocidas en el proyecto político de cada cual y en las normas
de funcionamiento, incluida la libertad de expresión y la formación de
corrientes de opinión. Tienen, naturalmente, un perímetro (las mayorías tienen
también, o deberían tener, su propio perímetro que no pueden rebasar, porque
ahí no vale la máxima vieja de «quien puede al más, puede al menos»): el
proyecto general y la consideración de que son las mayorías, a ser posible no
cristalizadas, quienes gobiernan diariamente cuando hay conflicto el
proyecto; un proyecto que se gestiona sobre la base de síntesis
sucesivas que incorporan al acerbo de la mayoría (no cristalizada
sistemáticamente) aquellas zonas de razón de las minorías, tampoco
sistemáticamente cristalizadas, no contradictorias con las primeras. En ese
juego de mayorías y minorías adquiere una especial importancia la
participación. Que debería estar reglada. Porque la participación no es un
estatuto concedido por nadie sino el alma mater de las organizaciones políticas
y sociales. En ese sentido, vale la pena
interpelar a los partidos políticos y a las organizaciones sociales sobre esto:
si la soberanía reside en el pueblo, ¿la soberanía
en cada partido político o sujeto social dónde tiene su residencia?
Los
tres diputados socialistas que vienen votando sistemáticamente contra lo
acordado –primero por el grupo parlamentario y recientemente por el máximo
órgano del partido— tienen derecho a mostrar, en mi opinión, públicamente su
disidencia. Pero, así las cosas, habiendo constatado su incompatibilidad con el
proyecto de su partido, tienen estas opciones: o bien abandonar el grupo
parlamentario, siguiendo o no en el partido, o darse de baja del mismo. Por cierto, una visión laica de la política
se corresponde con esta consideración: hoy abandonar el partido (o ser
expulsado) ya no tiene las características de antaño. Es más, algunos
consideran desparpajadamente que abandonar una organización (o ser expulsado de
la misma) da cierto postín e incluso abre nuevas perspectivas de existencia.
Todo lo contrario de aquellos entonces cuando se vivía la salida del partido
(el que fuera) como una especie de teodicea: «fuera de la iglesia no hay
salvación», que fue la famosa lápida que idearon los padres conciliares para
arrearles un cogotazo (moral y físico) a los pobres albigenses. Hoy, fuera del
partido, hay salvación.
Se
puede (y se debe, naturalmente) hablar del carácter de los partidos –en este
caso del de los socialistas catalanes--, de cómo se conforman sus grupos
dirigentes, de cómo se elaboran las listas electorales a cualquier nivel, de
listas abiertas y cerradas, de la disciplina de voto. Pero, en esta ocasión,
nos estamos refiriendo al comportamiento de tres diputados que son también responsables
de las normas de su partido, elaboradas en sus respectivos congresos. Es
más, son unas normas que ellos no han impugnado antes de su disidencia o del
hecho de estar en minoría. En esa lógica, no me parece coherente que los
disidentes --hay que normalizar esta palabra quitándole todo sentido de
patología política-- quieran mantener el
acta de diputado. Si pareciera exagerado hablar de un problema ético, digamos
que se trata de una cuestión de concordancia entre su corresponsabilización en
la elaboración de las normas y el incumplimiento de ellas a la primera de
cambio. Así las cosas, el problema de conciencia se resuelve como lo ha hecho
el alcalde de Lleida, también diputado disidente, Ángel Ros, que devolvió a su
partido el acta de diputado.
En
todo caso, algo parece de cajón: este episodio es una muestra más de la crisis
del partido de los socialistas catalanes. Y, tengo para mí, que es también el
resultado de la «crisis de poder» de dicha organización que, con el paso del
tiempo, ha ido perdiendo la centralidad política de Cataluña. Un servidor,
desde fuera de dicho partido, considera que es algo rematadamente malo para la
izquierda catalana. Lo es el continuado debilitamiento del (todavía) primer
partido de la izquierda catalana que, a su vez, contribuye en menor cuantía a
la izquierda política española. Y lo es porque, presumiblemente, el fracaso en
la gestión de esta crisis –de un lado, la incapacidad de hacer síntesis y, de
otro lado, la negativa a aceptar los planteamientos de la mayoría por parte de
los disidentes-- llevará a la creación
de otro partido. Otro partido de esa izquierda envejecida en la que han estado
inscritos los tres disidentes. Un partido del que podemos suponer que sus bases
fundacionales parecen anunciadas en el documento Crida
socialista pel referèndum, un material
que exhibe la profunda discordancia con la línea oficial del partido. Léase con detenimiento este llamamiento, que introduce una variable en el léxico político de los firmantes: es el concepto de "patriota" y "si lo es de verdad" tiene que ... Quienes no tengan esa pureza de sangre están excluidos. Toda una cesura con la tradición del socialismo catalán. A la vejez, viruelas. Por otra
parte, sería chocante que, si ese amplio grupo de firmantes se traduce en una
nueva formación política, ésta –incluso antes de salir a la palestra-- tendría representación parlamentaria con los
tres que se niegan a entregar el acta de diputado. O sea, un nasciturus con plenos derechos…
Con todo, quisiera decir –llámenme subjetivo y
entrometido-- que no se ver el sello
socialista de dicho documento. Más todavía, reluce una huella mesocrática en
sus líneas, lo que me hace prever (deseo que me corrijan) que será una nueva
formación progresista que, también ella, considera los temas del trabajo (ausentes
clamorosamente en ese documento) como un perifollo a reseñar de higos a brevas.
Pero no durante los días
laborables.
Radio
Parapanda. http://encampoabierto.wordpress.com/2014/01/19/europa-en-la-encrucijada/ Es decir, Europa
en la encrucijada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario