Nota del
blog. En torno a ¿IDEOLOGÍA O PRAXIS SINDICAL?
Como segunda
vuelta al debate en torno a “Sindicato y política”.
Paco Rodríguez
de Lecea
Me apresuro a responder a una nueva
invitación o “provocación” de José Luis para penetrar en el “jardín” (sembrado
de minas) de la relación entre lo sindical y lo político. Pero antes de entrar
en el turrón de la cuestión (o en el polvorón, el mantecado o el alfajor, como
sugiere el propio José Luis en su “carta de batalla”) quiero enviar un gran,
sincero y conmovido abrazo fraternal a Carlos Mejía (1). No sólo por el hecho
de que tiene tonelada y media de razón, por lo menos, en todo lo que dice, sino
porque me ha hecho recordar los tiempos en que acá luchábamos por construir una
confederación sindical. El sindicato es una cosa, y el sindicato confederal una
especie particular de esa cosa, la más compleja y sofisticada de todas las
especies que integran su orden conceptual.
Nacidas y crecidas en la
clandestinidad de la dictadura franquista, las Comisiones Obreras se esforzaban
a finales de los años setenta del siglo pasado por amalgamar en un todo
orgánico una miríada de experiencias sindicales en centros de trabajo y en
localidades, que poco tenían en común entre ellas a excepción de la etiqueta y
de una disposición genérica a la lucha y la reivindicación desde abajo.
Entonces topábamos con asambleas
soberanas dispuestas a decidir por voto a mano alzada si la suma del cuadrado
de los catetos de un triángulo rectángulo era o no era igual al cuadrado de la
hipotenusa (disculpe el lector la no muy acentuada exageración). Y tratábamos
de llevar a nuestro terreno con argumentos, compitiendo en campo ajeno, a esas
mismas asambleas mediatizadas por el ego finchadísimo de unos dirigentes que
recibían de uñas cualquier propuesta distinta de la “vulgata” servida por
ellos. Entonces fuimos acusados de burócratas y seguro que suspiramos por la
instalación futura de un funcionariado weberiano eficiente que ayudara a
difundir y elaborar todo el flujo de información y de decisión en los dos
sentidos, de abajo arriba y de arriba abajo. El inolvidable Gabriel “Tito”
Márquez lo expresó una vez diciendo que nuestra pirámide sindical tenía una
base amplísima y de todos los colores, y una cúpula muy chica y sostenida un
poco en el aire; faltaba el cuerpo en sí de la construcción, la estructura que
garantizara cohesión y unidad de propósito.
Diría que volvemos a estar en la
misma situación, hoy. No como sindicato en sentido restringido, pero sí si
atendemos al movimiento, al “campo” sin puertas de un trabajo asalariado
sobreexplotado y maltratado de mil formas que es urgente organizar a partir de
sí mismo imbuyéndole un propósito sindical, o una praxis, o una ideología. De
alguna forma, toda la florida estructura del sindicalismo confederal ha pasado
a ser la mera cúpula de un edificio de proporciones inmensas aún por construir.
Para levantar ese edificio se
requiere como primera premisa la puesta a punto de una ideología, o una praxis, propia. Conviene repasar lo que dice sobre
ella Isidor, porque su planteamiento no se anda con vaguedades y es bastante
minucioso:
1) Esa ideología puede venir importada de la política, o
(preferiblemente) elaborarse a partir de la independencia del sindicato. José
Luis se apunta sin ambages a la segunda opción. Debo acotar que en las épocas
heroicas a las que he hecho referencia antes, nuestra ideología sindical era
importada, sin duda ninguna; eso comportó determinadas servidumbres a las que
me referiré luego. Y lo mismo cabe decir de la situación italiana, como queda
bien expresado en el artículo de Riccardo Terzi que fue origen de todas estas
intervenciones.
2) La ideología comporta tanto elementos tácticos, imprescindibles según Isidor, como estratégicos (no tan imprescindibles, nos dice). A
veces Isidor juega un poco a la
Sibila de Delfos, y calla una parte de lo que piensa. Yo intuyo
que con los tales elementos estratégicos se está refiriendo sin mencionarlos a
determinados objetivos generales a medio y largo plazo que son propios e
inalienables de la política. El sindicato no debe invadir ese campo, ni
competir en él con otras formaciones. Por poner un ejemplo bastante banal, un
sindicato serio podría reclamar de forma genérica un “derecho a decidir” sobre
lo que fuere, pero no, en cambio, reivindicar “un Estado propio”. El reino del
Estado no es de este mundo sindical. Nunca.
La ideología sindical debe ser viva, y del sindicato entendido como un todo. Así expresadas con sencillez, he aquí
unas exigencias de mil pares de cataplines. Casi imposibles. Porque se requiere
una elaboración continua (“en permanente renovación” insiste Isidor) de
elementos tácticos surgidos de situaciones cambiantes, y se exige un consenso
sindical global que sólo puede nacer de una práctica democrática muy afinada y
de una gran capacidad para generar y elaborar síntesis sucesivas que asciendan
desde las propuestas de las asambleas de base hasta una síntesis final
sancionada por los organismos de dirección. Ojo en cuanto a estos últimos. Dice
Isidor de forma explícita que la ideología/praxis del sindicato debe ir “más
allá de las formulaciones de los órganos de dirección”; aunque añade que “sería
buena la correspondencia”. Estamos, por consiguiente, ante un escenario posible
ciertamente asombroso: el de una falta de correspondencia entre la praxis del
sindicato “como un todo” y la que lleve a cabo su dirección.
Todo esto son elucubraciones (tomo la palabra del mismo Isidor),
ideas que, semejantes a las de Platón, reflejan la realidad como sombras en la
pared de una caverna. En la “realidad real” como la vida misma las cosas son
más crudas, los perfiles están más aguzados. Las interferencias entre política
y sindicalismo son constantes, y por lo general burdas. Esas interferencias
mediatizan las posibles síntesis, y lo que emerge de todo ese ejercicio viene a
ser una ideología bastante vicaria. Hay formas legítimas y usuales de incidir
desde la política en la vida del sindicato, por ejemplo a través de la
concurrencia de listas distintas en los congresos, que luego tienen su reflejo
en la composición proporcional de los órganos de dirección. Lo absolutamente normal
y cotidiano, entonces, es que la síntesis como tal no llegue nunca a
formularse, y sea sustituida por una “composición” de elementos procedentes de
las distintas áreas de influencia de las ideologías políticas en el sindicato,
con concesiones escrupulosamente “tarifadas” de las mayorías a las minorías.
Sólo en momentos puntuales de máxima movilización y confrontación social parece
posible superar estas servidumbres de origen y fundir, como en un crisol a
altísimas temperaturas, todas las experiencias y sensibilidades en un producto
refinado, una “quintaesencia”, que lo abarque todo.
Última idea en torno a este difícil mecanismo, sugerida por
Terzi, y recogida ahora por José Luis: la actividad de cuadros sindicales como
“experimentadores sociales” capaces de detectar, estimular y canalizar las
energías potenciales de una fuerza de trabajo precarizada a la que cuesta mucho
romper el aislamiento a que la somete el capital.
(1) Carlos Mejía: PREGUNTAS Y NOTAS A UNA DISCUSIÓN PERMANENTE
Y dicho lo
cual recordamos que Carlos Mejía tiene su blog en estas señas: http://www.sindicalistas.net/
Radio Parapanda. PICC - Vietnam - OIT
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