Los
estatutos de la Iglesia
católica, apostólica y, todavía, romana favorecen la multirreincidencia. Por
ejemplo, una persona puede practicar el fornicio que la santa madre considera
pecado, pero si se confiesa y arrepiente
puede seguir tan campante en tales ejercicios. El precio es módico: con
unas cuantas avemarías tienes la bendición. Cuestión bien diferente es que se
privaticen los confesionarios, lo que daría un giro bien radical a este
sacramento. Pero, de momento, el rigorismo católico es sólo mera literatura.
De la misma
manera, la multirreincidendia de algunos partidos políticos en el asunto de la
corrupción tiene su correspondiente absolución –según acreditada teoría de la
fauna y flora de políticos y escribas sentados-- en los resultados electorales. Si el público
en general da mayorías a tales corruptos es claro que estamos ante una
bendición colectiva. En caso contrario la cosa queda en un limbo del que la
politología nada nos ha dicho por el momento.
Es cierto
que determinados partidos no quieren ser pillados en el renuncio de ver
descubiertas las vergüenzas de sus propias inmundicias financieras, pero
parecen asumirlo como un riesgo que puede ser sorteado, especialmente si han
acumulado el suficiente parné para ir funcionando.
Ahora bien,
tras las recientes experiencias del Beato Bárcenas conviene que nos dirijamos a
«el príncipe», esto es, al partido para que tome buena nota de lo siguiente: no
despidan ustedes nunca, y por ningún motivo, al tesorero ni al gerente. Ni
siquiera al contable. Más todavía, a nadie que esté cerca de la fotocopiadora.
Despedir al
gerente o al tesorero fue la perdición del PSOE cuando el «asunto Filesa». Algo
en lo que no cayó el Partido Popular con el Beato Bárcenas. Ambos partidos no
aprendieron nunca de los Médicis que jamás
pusieron en la calle a sus ecónomos.
Y no es que Florencia no fuera corrupta. Lo era, y de ello habló largo y
tendido su famoso secretario en la pieza teatral La
Mandrágora.
El gerente
y el tesorero deben tener manga ancha en todos los asuntos de su negociado.
Mejor dicho, no pueden ni deben ser controlados; de esta manera siempre podrán
apechugar (sólo ellos) con las consecuencias de su gestión. Y, repito, nunca,
bajo ningún pretexto, ser despedidos. Manga ancha, pues. De manera que la
tesorería y la gerencia deben ser una encomienda totalmente independiente de
cualquier estructura, especialmente de la dirección, del partido. Es una manera
de evitar parecerse a la
Zarzamora , la que siempre va “llora que llora por los rincones”. Y para
que quede constancia de esa discrecionalidad, el tesorero y el gerente deben
tener en su tarjeta de visita un escudo de armas con la siguiente leyenda:
«agere licere».
No hay comentarios:
Publicar un comentario