Javier Morata
Estos días pasados desde la firma del preacuerdo del XVI Convenio General de la Industria Química han sido de un intenso y preocupado debate sindical en Solvay, que ha traído a mi mente una frase que repetía con frecuencia mi viejo maestro de taller: Cuanto más difícil es el trabajo, más importante es la herramienta.
Él era un hombre a punto de jubilarse que intentaba hacer ver a unos adolescentes de 16 años la importancia de tener buenas herramientas y de conservarlas bien. Recuerdo también lo que nos costó convencer a los trabajadores de Solvay para entrar en el Convenio General de la Industria Química, era el año 1993 y veníamos de la experiencia de buenos convenios de centro de trabajo que obedecían a la combinación infalible de excelentes resultados económicos de la empresa con una gran capacidad de movilización sindical. Las cosas iban bien y a los trabajadores de Solvay nos costó entender porque había que cambiar.
Pero desde las secciones sindicales de CC.OO. y UGT la apuesta por el Convenio General fue clara y decidida, estábamos en un grupo industrial con subsectores muy diversos, química básica, transformación de plásticos, farmacia y con centros de trabajo de tamaño tan diverso que iban desde los 1000 trabajadores de uno de ellos hasta los 7 de otro. Teníamos claro que nuestro futuro estaba estrechamente ligado al sector y que, en nuestros convenios de centro de trabajo, gastábamos demasiada energía en las reivindicaciones salariales y de jornada que, luego veíamos que estaban igual o mejor resueltas en el Convenio General.
La negociación de Acuerdos de Aplicación, en lugar de Convenios de Empresa permitió concentrar nuestros esfuerzos en los aspectos más específicos de nuestros centros de trabajo y cobraron especial importancia los temas que tradicionalmente quedaban aparcados tras una extenuante negociación del convenio de empresa. Nunca habíamos dedicado tanto tiempo a los temas de clasificación profesional, salud y seguridad y, especialmente al medio ambiente (tema de especial importancia en nuestros centros de trabajo) como en los primeros acuerdos de aplicación. Pronto se disiparon las reticencias iniciales y se empezó a ver el Convenio General como una herramienta útil, tanto para el centro de química básica de 1000 trabajadores como para el de transformación de plástico de 80 o el de preparación de mineral de 7.
Cuando llegó la crisis la herramienta cobró protagonismo y la gestión de la flexibilidad horaria evitó un más que probable expediente de regulación de empleo. Pero la crisis no se detuvo y trajo con ella la ofensiva neoliberal (las ofensivas neoliberales son a las crisis lo que los tsunamis a los terremotos, vienen inmediatamente detrás y acaban de arrasar lo poco que el terremoto había dejado en pie). Vino así la reforma laboral y con ella el ataque más duro contra la negociación colectiva entendida como la regulación de las condiciones de trabajo de ámbito sectorial, se trata de primar lo individual sobre lo colectivo, el convenio de empresa sobre el de sector, cuanta más atomización mejor. Así las cosas, no se podía empezar en peores condiciones la negociación del XVI C.G.I.Q.
A los inconvenientes descritos hay que añadir uno propiamente sindical. Los sindicatos estamos acostumbrados a afrontar la negociación colectiva como el mecanismo para disputar los beneficios a las empresas, estamos acostumbrados a gestionar la abundancia y en ese terreno nos movemos bien, pero cuando lo que hay sobre la mesa no es abundancia sino escasez, corremos el riesgo de despistarnos y querer gestionar la escasez con argumentos de abundancia.
Creo que un poco de eso nos ha pasado en este convenio, negociado en medio de la peor crisis económica y del tsunami neoliberal asociado a ella. Porque el problema no era cuanto debía mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores del sector, sino evitar que el propio convenio de desangrara en forma de centenares o miles de pactos de empresa absolutamente desregulados.
Tampoco lo era una mejor o peor cláusula de revisión, sino encontrar fórmulas efectivas para mantener el poder adquisitivo de los salarios en un panorama en el que el 60 % de los convenios no tienen cláusula de revisión.
Ni el endurecimiento de las condiciones para percibir los complementos de IT, sino conservar y reforzar los mecanismos de control e intervención sindical en el análisis de las causas del absentismo y en las medidas correctoras. El objetivo de este convenio no podía ser el de repartir la escasez sino el de conservar y proteger la herramienta, a la que el bloqueo de la negociación habría causado un daño irreparable.
Ha costado pero hemos avanzado en ese camino, el establecimiento claro de la primacía del Convenio General sobre los de ámbito inferior, así como de las bases mínimas que no pueden incumplirse por ningún otro convenio ni pacto de empresa, la mayor tutela sindical frente a la modificación sustancial de las condiciones de trabajo y expedientes de regulación de empleo, son un buen ejemplo de esos avances.
Pero decía al principio que el debate en Solvay está siendo intenso y preocupado, es preocupado porque el preacuerdo no ha sido firmado por FIA-UGT.
Los convenios son herramientas útiles no sólo por sus contenidos, lo son también por la calidad de sus firmantes. El C.G.I.Q. es respetado por los empresarios y por el conjunto de los trabajadores del sector, porque más allá de sus contenidos, es un acuerdo que expresa la voluntad de la mayoría de los trabajadores de los sectores afectados representados por sus dos grandes sindicatos. Ese es uno de sus grandes valores que deberíamos esforzarnos por mantener así lo haremos en Solvay, intentaremos sumar a los compañeros de FIA-UGT a los contenidos del XVI C.G.I.Q. porque también son suyos.
Corren tiempos difíciles, quizás por eso ha venido a mi memoria de una forma tan nítida la frase pronunciada hace tantos años por mi viejo profesor “Cuanto más difícil es el trabajo, más importante es la herramienta”.
Javier Morata
Sección Sindical FITEQA-CC.OO. Solvay
Él era un hombre a punto de jubilarse que intentaba hacer ver a unos adolescentes de 16 años la importancia de tener buenas herramientas y de conservarlas bien. Recuerdo también lo que nos costó convencer a los trabajadores de Solvay para entrar en el Convenio General de la Industria Química, era el año 1993 y veníamos de la experiencia de buenos convenios de centro de trabajo que obedecían a la combinación infalible de excelentes resultados económicos de la empresa con una gran capacidad de movilización sindical. Las cosas iban bien y a los trabajadores de Solvay nos costó entender porque había que cambiar.
Pero desde las secciones sindicales de CC.OO. y UGT la apuesta por el Convenio General fue clara y decidida, estábamos en un grupo industrial con subsectores muy diversos, química básica, transformación de plásticos, farmacia y con centros de trabajo de tamaño tan diverso que iban desde los 1000 trabajadores de uno de ellos hasta los 7 de otro. Teníamos claro que nuestro futuro estaba estrechamente ligado al sector y que, en nuestros convenios de centro de trabajo, gastábamos demasiada energía en las reivindicaciones salariales y de jornada que, luego veíamos que estaban igual o mejor resueltas en el Convenio General.
La negociación de Acuerdos de Aplicación, en lugar de Convenios de Empresa permitió concentrar nuestros esfuerzos en los aspectos más específicos de nuestros centros de trabajo y cobraron especial importancia los temas que tradicionalmente quedaban aparcados tras una extenuante negociación del convenio de empresa. Nunca habíamos dedicado tanto tiempo a los temas de clasificación profesional, salud y seguridad y, especialmente al medio ambiente (tema de especial importancia en nuestros centros de trabajo) como en los primeros acuerdos de aplicación. Pronto se disiparon las reticencias iniciales y se empezó a ver el Convenio General como una herramienta útil, tanto para el centro de química básica de 1000 trabajadores como para el de transformación de plástico de 80 o el de preparación de mineral de 7.
Cuando llegó la crisis la herramienta cobró protagonismo y la gestión de la flexibilidad horaria evitó un más que probable expediente de regulación de empleo. Pero la crisis no se detuvo y trajo con ella la ofensiva neoliberal (las ofensivas neoliberales son a las crisis lo que los tsunamis a los terremotos, vienen inmediatamente detrás y acaban de arrasar lo poco que el terremoto había dejado en pie). Vino así la reforma laboral y con ella el ataque más duro contra la negociación colectiva entendida como la regulación de las condiciones de trabajo de ámbito sectorial, se trata de primar lo individual sobre lo colectivo, el convenio de empresa sobre el de sector, cuanta más atomización mejor. Así las cosas, no se podía empezar en peores condiciones la negociación del XVI C.G.I.Q.
A los inconvenientes descritos hay que añadir uno propiamente sindical. Los sindicatos estamos acostumbrados a afrontar la negociación colectiva como el mecanismo para disputar los beneficios a las empresas, estamos acostumbrados a gestionar la abundancia y en ese terreno nos movemos bien, pero cuando lo que hay sobre la mesa no es abundancia sino escasez, corremos el riesgo de despistarnos y querer gestionar la escasez con argumentos de abundancia.
Creo que un poco de eso nos ha pasado en este convenio, negociado en medio de la peor crisis económica y del tsunami neoliberal asociado a ella. Porque el problema no era cuanto debía mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores del sector, sino evitar que el propio convenio de desangrara en forma de centenares o miles de pactos de empresa absolutamente desregulados.
Tampoco lo era una mejor o peor cláusula de revisión, sino encontrar fórmulas efectivas para mantener el poder adquisitivo de los salarios en un panorama en el que el 60 % de los convenios no tienen cláusula de revisión.
Ni el endurecimiento de las condiciones para percibir los complementos de IT, sino conservar y reforzar los mecanismos de control e intervención sindical en el análisis de las causas del absentismo y en las medidas correctoras. El objetivo de este convenio no podía ser el de repartir la escasez sino el de conservar y proteger la herramienta, a la que el bloqueo de la negociación habría causado un daño irreparable.
Ha costado pero hemos avanzado en ese camino, el establecimiento claro de la primacía del Convenio General sobre los de ámbito inferior, así como de las bases mínimas que no pueden incumplirse por ningún otro convenio ni pacto de empresa, la mayor tutela sindical frente a la modificación sustancial de las condiciones de trabajo y expedientes de regulación de empleo, son un buen ejemplo de esos avances.
Pero decía al principio que el debate en Solvay está siendo intenso y preocupado, es preocupado porque el preacuerdo no ha sido firmado por FIA-UGT.
Los convenios son herramientas útiles no sólo por sus contenidos, lo son también por la calidad de sus firmantes. El C.G.I.Q. es respetado por los empresarios y por el conjunto de los trabajadores del sector, porque más allá de sus contenidos, es un acuerdo que expresa la voluntad de la mayoría de los trabajadores de los sectores afectados representados por sus dos grandes sindicatos. Ese es uno de sus grandes valores que deberíamos esforzarnos por mantener así lo haremos en Solvay, intentaremos sumar a los compañeros de FIA-UGT a los contenidos del XVI C.G.I.Q. porque también son suyos.
Corren tiempos difíciles, quizás por eso ha venido a mi memoria de una forma tan nítida la frase pronunciada hace tantos años por mi viejo profesor “Cuanto más difícil es el trabajo, más importante es la herramienta”.
Javier Morata
Sección Sindical FITEQA-CC.OO. Solvay
2 comentarios:
Muy bien por Javi,sigue en la linia sindical que mamo en el Baix desde que empezo a hacer sindicalismo con solo16 años,Animo y adelante que la herramienta es buena tambien en tiempos dificiles como estos.
Paco español
Muy bien por Javi,la herramienta es buena tambien para tiempos de crisis como estos,el articulo refleja el sindicalismo que mamo en el Baix desde que empezo con solo 16 años.animo y adelante.
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