Parece que preside Salvador López.
En reiteradas ocasiones he hablado del sindicalismo maduro que practican los dirigentes de FITECA, los químicos y textiles de Comisiones Obreras. Esta es una práctica que viene de algunas décadas, y concretamente tiene su origen en el primer convenio general de la industria química. Javier Morata, sindicalista bajollobregatense y una de las mentes más lúcidas de la casa confederal española, nos ha dado un magistral relato en su artículo EL TRABAJO Y LA HERRAMIENTA.
Morata narra el tránsito que protagonizaron los sindicalistas en Solvay (Martorell) desde su convenio de empresa al convenio general de la industria química, toda una apuesta ya que pasaban de la (relativa) certeza de su propio convenio a la hipótesis de la utilidad (para ellos mismos) de un convenio supraempresarial. De ese relato de Morata se pueden sacar dos aproximadas conclusiones. La primera, el carácter solidario de la apuesta por el convenio general; la segunda, la utilidad (global y concreta) de esa inteligente operación. Ambas, entrelazadas, fueron configurando lo que he dado en llamar sindicalismo de regadío.
La solidaridad que partía de la fortaleza del sindicalismo de Solvay (y otras grandes empresas) hacia el conjunto asalariado del sector que, en primera instancia, necesitaban más el convenio general, porque estaban tutelados por primera vez. Morata y sus compañeros eran, consecuente y concretamente, sindicalistas de un regadío solidario.
La utilidad, global y concreta, articulaba el convenio general con la problemática de los centros de trabajo, lo que evidentemente suponía un poder contractual más difuso. En las (sabias) palabras de Morata: “La negociación de Acuerdos de Aplicación, en lugar de Convenios de Empresa permitió concentrar nuestros esfuerzos en los aspectos más específicos de nuestros centros de trabajo y cobraron especial importancia los temas que tradicionalmente quedaban aparcados tras una extenuante negociación del convenio de empresa. Nunca habíamos dedicado tanto tiempo a los temas de clasificación profesional, salud y seguridad y, especialmente al medio ambiente (tema de especial importancia en nuestros centros de trabajo) como en los primeros acuerdos de aplicación. Pronto se disiparon las reticencias iniciales y se empezó a ver el Convenio General como una herramienta útil, tanto para el centro de química básica de 1000 trabajadores como para el de transformación de plástico de 80 o el de preparación de mineral de 7”.
De esta guisa construían un nuevo poder contractual más potente y, por ello, más útil en la mejora de las condiciones de trabajo y de vida del personal, porque fueron capaces de establecer un vínculo dinámico entre la condición asalariada general y la particular de cada centro de trabajo. Por eso –precisamente por eso “pronto se disiparon las reticiencias iniciales”.
Ahora bien, me atrevería a proponer otra consideración al respecto: la auctoritas (se entiende por auctoritas una concreta legitimación socialmente reconocida, que procede de un saber y que se otorga a una serie de personas, este es un término intraducible pues la palabra castellana "autoridad" apenas es una sombra del verdadero significado de la auctoritas) de los grupos dirigentes de las secciones sindicales que se empeñaron en iniciar el tránsito, Javier Morata entre otros muchos, hacia “lo nuevo”. De donde podríamos proponer otra reflexión acerca de la relación entre capacidad de dirigir, orientar el debate y asunción de lo discutido.
Así pues, no es de extrañar que, en palabras de Miquel Falguera, mientras la inmensa mayoría de convenios apenas se han modificado en temas no salariales y de jornada en décadas, el CGIQ ha avanzado sustancialmente en la normativización de aspectos de civilidad, de regulación de la flexibilidad y de los llamados “derechos inespecíficos”. Y tampoco es de extrañar que sea precisamente esa sabiduría de regadío la que haya plantado cara a la sedicente reforma laboral. No con declaraciones retóricas sino con el quehacer concreto de lo negociado en esta nueva edición del convenio general de las industrias químicas.
Ahora bien, diremos con Miquel Falguera, que tal convenio ha avanzado tanto que, prácticamente y salvo otros convenios muy concretos, se ha quedado solo. Solo ante –lo diremos también metafóricamente— un no parco territorio de secano. en una negociación colectiva gregaria. Lo que, en tiempos no tan antiguos, se llamaba el empobrecimiento de la negociación colectiva que era –y sigue siendo en esos terrenos-- una negociación colectiva gregaria. Es un campo abonado para que triunfen los intentos de desarboladura que proponen Federico Durán y Sagardoy.
En reiteradas ocasiones he hablado del sindicalismo maduro que practican los dirigentes de FITECA, los químicos y textiles de Comisiones Obreras. Esta es una práctica que viene de algunas décadas, y concretamente tiene su origen en el primer convenio general de la industria química. Javier Morata, sindicalista bajollobregatense y una de las mentes más lúcidas de la casa confederal española, nos ha dado un magistral relato en su artículo EL TRABAJO Y LA HERRAMIENTA.
Morata narra el tránsito que protagonizaron los sindicalistas en Solvay (Martorell) desde su convenio de empresa al convenio general de la industria química, toda una apuesta ya que pasaban de la (relativa) certeza de su propio convenio a la hipótesis de la utilidad (para ellos mismos) de un convenio supraempresarial. De ese relato de Morata se pueden sacar dos aproximadas conclusiones. La primera, el carácter solidario de la apuesta por el convenio general; la segunda, la utilidad (global y concreta) de esa inteligente operación. Ambas, entrelazadas, fueron configurando lo que he dado en llamar sindicalismo de regadío.
La solidaridad que partía de la fortaleza del sindicalismo de Solvay (y otras grandes empresas) hacia el conjunto asalariado del sector que, en primera instancia, necesitaban más el convenio general, porque estaban tutelados por primera vez. Morata y sus compañeros eran, consecuente y concretamente, sindicalistas de un regadío solidario.
La utilidad, global y concreta, articulaba el convenio general con la problemática de los centros de trabajo, lo que evidentemente suponía un poder contractual más difuso. En las (sabias) palabras de Morata: “La negociación de Acuerdos de Aplicación, en lugar de Convenios de Empresa permitió concentrar nuestros esfuerzos en los aspectos más específicos de nuestros centros de trabajo y cobraron especial importancia los temas que tradicionalmente quedaban aparcados tras una extenuante negociación del convenio de empresa. Nunca habíamos dedicado tanto tiempo a los temas de clasificación profesional, salud y seguridad y, especialmente al medio ambiente (tema de especial importancia en nuestros centros de trabajo) como en los primeros acuerdos de aplicación. Pronto se disiparon las reticencias iniciales y se empezó a ver el Convenio General como una herramienta útil, tanto para el centro de química básica de 1000 trabajadores como para el de transformación de plástico de 80 o el de preparación de mineral de 7”.
De esta guisa construían un nuevo poder contractual más potente y, por ello, más útil en la mejora de las condiciones de trabajo y de vida del personal, porque fueron capaces de establecer un vínculo dinámico entre la condición asalariada general y la particular de cada centro de trabajo. Por eso –precisamente por eso “pronto se disiparon las reticiencias iniciales”.
Ahora bien, me atrevería a proponer otra consideración al respecto: la auctoritas (se entiende por auctoritas una concreta legitimación socialmente reconocida, que procede de un saber y que se otorga a una serie de personas, este es un término intraducible pues la palabra castellana "autoridad" apenas es una sombra del verdadero significado de la auctoritas) de los grupos dirigentes de las secciones sindicales que se empeñaron en iniciar el tránsito, Javier Morata entre otros muchos, hacia “lo nuevo”. De donde podríamos proponer otra reflexión acerca de la relación entre capacidad de dirigir, orientar el debate y asunción de lo discutido.
Así pues, no es de extrañar que, en palabras de Miquel Falguera, mientras la inmensa mayoría de convenios apenas se han modificado en temas no salariales y de jornada en décadas, el CGIQ ha avanzado sustancialmente en la normativización de aspectos de civilidad, de regulación de la flexibilidad y de los llamados “derechos inespecíficos”. Y tampoco es de extrañar que sea precisamente esa sabiduría de regadío la que haya plantado cara a la sedicente reforma laboral. No con declaraciones retóricas sino con el quehacer concreto de lo negociado en esta nueva edición del convenio general de las industrias químicas.
Ahora bien, diremos con Miquel Falguera, que tal convenio ha avanzado tanto que, prácticamente y salvo otros convenios muy concretos, se ha quedado solo. Solo ante –lo diremos también metafóricamente— un no parco territorio de secano. en una negociación colectiva gregaria. Lo que, en tiempos no tan antiguos, se llamaba el empobrecimiento de la negociación colectiva que era –y sigue siendo en esos terrenos-- una negociación colectiva gregaria. Es un campo abonado para que triunfen los intentos de desarboladura que proponen Federico Durán y Sagardoy.
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