martes, 6 de febrero de 2018

Política de profesionales, política de aficionados



«Hay algo peor que la política profesional: es la política de aficionados». Frase rotundamente certera. Kepa Aulestia es el padre, y lo ha dicho en La Vanguardia de hoy. La cantidad de veces que se ha criticado a los profesionales de la política siempre ha olvidado el carácter snob de los aficionados. Unos y otros nos están poniendo a los pies de sus caballos.

Carles Puigdemont ha puesto pie en pared y no hay quien le haga desistir. La fórmula que propone para salir del atolladero es: a) un gobierno simbólico con él de President en Bruselas y b) un gobierno operativo en Barcelona.  Ahora bien, dicho gobierno simbólico tendría importantes poderes y sería elegido por una auto denominada asamblea de electos, esto es, de alcaldes, concejales y diputados que se hayan inscrito en la mentada  asamblea. Es sabido que soñar es gratis. No obstante, ese soñar de balde tiene un inconveniente: que el Tribunal Supremo, por ejemplo, no se lo va a permitir. Con lo que las cosas permanecerán en el mismo sitio. Naturalmente no han faltado quienes han calificado esta opción como «jugada maestra». Exageraciones de los devotos.

El hombre de Bruselas quiere una cosa y, simultáneamente, su contraria. Desea la presidencia de la Generalitat y espera que el Estado se lo permita. O cabeza de chorlito o pérdida del oremus. O, posiblemente (sin descartar las anteriores) no querer darle solución al problema con la idea de mantener la llama sagrada del legitimismo.  Y, al mismo tiempo, representa el más descarado desinterés por la solución de los problemas reales –los que afectan a las personas de carne y hueso--  que siguen pendientes, no pocos de ellos agravados, en Cataluña. Muy propio de la política de aficionados. Mientras tanto sigue el chicoleo y la situación se degrada. 

En el colmo del paroxismo el hombre de Bruselas plantea la constitución de un Gobierno en Bruselas, el gobierno de la República catalana. Con todo el ringorrango y su correspondientes sellos y tampones. Los aficionados aplauden a rabiar con la fe del carbonero. El gobierno de la Generalitat, en Barcelona, sería su terminal burocrática.  Barcino ancilla Bruxellis est: Barcelona, sirvienta de Bruselas. Muy propio de aficionados.

Porque fue de aficionados pensar que todo el fenomenal lío no iba a tener consecuencias. Creían que el Estado iba a responder rezando padrenuestros o cruzándose de brazos. O que tan descomunal barullo no iba a tener consecuencias en los terrenos económicos. Muy propio también de diletantes.  En conclusión, Carles Puigdemont, hijo y nieto de confiteros, ha olvidado que si un bizcocho no se saca a tiempo del horno acaba achicharrado.


Apostilla.-- Cuentan que, cuando Josep Pla llegó a Nueva York quedó encandilado por el potente alumbrado de la ciudad. Pero, intrigado, preguntó a su acompañante: «Escolta, ¿qui paga això?» Pues bien, nos es lícito preguntar quién o quiénes pagarán los fastos de dicha república.   


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