jueves, 8 de febrero de 2018

Legitimismo versus legalidad





Aunque mañana puede cambiar la situación, las cosas están ahora de esta manera: Carles Puigdemont plantea a sus amigos, conocidos y saludados la creación de un Consejo de la República (en Bruselas), elegido por una asamblea de cargos electos, con poderes a todos los efectos, que le nombraría presidente; que el Parlament de Catalunya le nombre, igualmente, presidente de la Generalitat, al tiempo que dicho organismo debe aplicar las políticas que decida el mentado consejo de la república. Unos propósitos descabellados, que provocan, según se mire,  estupefacción o hilaridad. O ambas cosas a la vez.

Puigdemont parte de una lectura truculenta  de los recientes acontecimientos catalanes: parece creer o finge creer que Cataluña es ya una república; que los resultados electorales así lo avalan; y, finalmente, que su presidencia queda legitimada por los votos. Es una construcción mental que se da de bruces con la realidad. O, si se quiere, la distorsión de la realidad en su mente. Naturalmente el problema no es sólo, ni principalmente, Puigdemont; el problema es el círculo de allegados que, de manera granítica, le creen y le siguen. Con la misma fe de los milenaristas medievales. En otras palabras, su Reino no es de este mundo. Más todavía, siguen pensando que “su” fe mueve las montañas del Estado y de la geo- estrategia global, de la misma manera que afirmaba aquel garrulo que increpaba al tren: «Chifla, chifla que como no te apartes…». O de aquel otro: «A mí, Sabino, que los arrollo».

La vieja política profesionalizada ha hecho estragos. En todo caso era una política previsible. Los artificios del hombre de Bruselas no es previsible. Actúa de manera ciclotímica, ignorando –o fingiendo ignorar--  la fuerza del Estado.  Ahora bien, una cosa es clara en todo este grotesco zafarrancho: el hombre de Bruselas se aleja cada vez más de las convenciones de la democracia. Un botón de muestra: la supeditación del Parlament a una fantasmagórica asamblea de cargos electos. El Parlament como si fuera una hijuela o una franquicia de los de Bruselas. Una violación en toda la regla de la representación del Parlament.

En ese sentido, vale la pena señalar esta novedad: derrotado y auto derrotado el procés se está construyendo un nuevo itinerario, a saber: el legitimismo. Que podría tener el siguiente lema: aut Puigdemont aut nihil (O Puigdemont o nada).  El legitimismo como corpus usurpador de la legalidad. Como acción confrontada con la legalidad.

En esas estamos; mañana ya veremos. Ya veremos cómo sigue «la feria del disparate», que dice Joan Manuel Serrat.

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