Cuando
el latifundio del Partido
Popular decidió ser el granero de Vox, sus capataces creían que, de esa manera, lanzaban
una opa a los manijeros de Santiago
Abascal. Lo curioso es que, al menos públicamente, ningún notable de las
gentes de Casado alertaron
de lo ruinoso que aquellos chicoleos. El tiro les salió por la culta.
En
todo caso, en alguna rara ocasión algún que otro
barón lanzaba un críptico mensaje reclamando un viaje al centro, ese punto imaginario que es tan
misterioso como la raíz cuadrada de menos 1. De aquellas orientaciones del grupo dirigente
del PP, del silencio del sector moderado y del culto a la personalidad de
Casado vinieron estos lodos.
Claro,
estamos ante un problema del Partido Popular. Pero, ante todo, esa inestabilidad,
esas escaramuzas son una potente interferencia en la política española. Ese ir
de mazo en calabazo solo tiene un beneficiario, Vox. Lo que en estos casos no representa una novedad
histórica: cuando las derechas han jugado con fuego y su combate contra la
izquierda ha tomado esos rasgos broncos, la caverna fue engrosando su
patrimonio. Más todavía, cuando la derecha quiso ser como la rosa de Alejandría
--blanca de noche, rosa de día, que en este caso sería derechita de
noche, facha de día— Vox se convirtió en un considerable almacén.
No
sé cómo acabará esta historia. La política española está llena de fenecidos y
resucitados. Pero sea como sea, lo de
ahora es –o puede ser-- un desastre. Porque aquí todo es chocante desde Indíbil y
Mandonio: lanzas una opa y el opado te la devuelve y encima se come tus
higadillas.
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