Dicen
las encuestas, y no parece que se equivoquen mucho, que el electorado menos
movilizado es el de izquierdas. Por mi parte, no me atrevería, de momento, a
establecer una conexión entre menos
movilizado y desmotivado. Pero en cualquier caso vale la pena, primero, no
subestimar el dato demoscópico, segundo, reflexionar sobre el particular y,
tercero, sacar conclusiones operativas. Operativas.
Porque desde hace tiempo me ronda
por la cabeza un mengue que no me deja tranquilo. A saber, ¿cómo es posible
que, tras una serie de conquistas sociales, en un contexto hostil (la pandemia
y la actitud fulastre de la oposición), el electorado de izquierdas está
desmovilizado y no sabemos si se encuentra desmotivado? Digamos que la
izquierda, además de cogérsela con papel de fumar, tiene esa forma de ser, que
no es de ahora. Incluso si se asaltaran los cielos no lucirían descorcojo
alguno. Es una posición indolente, cuyas raíces tal vez se encuentren en que
todo lo conseguido bajo el capitalismo es pura filfa, y, en consecuencia, lo
importante es el asalto al Palacio de Invierno. Es el desprecio ideológico contra
las reformas y el reformismo. Solo le vale –acepten esta caricatura— lo que se
consiga a través de las barricadas. La sombra de Blanqui es alargada.
Por lo tanto, mientras se sigue
por el camino de la indolencia, que en la Vega de Granada llamamos galbana, la taberna y la caverna mueven a todo meter la
agitación y propaganda mendaz; a sabiendas y queriendas, mendaz.
Conclusiones operativas en cada
centro de trabajo, calle, plaza, barrio. Dispensen, esto suena a vieja
octavilla de hogaño. Qué quieren que les diga, ochenta años –los míos-- no
pasan en balde. Pero es que me pongo intratable cuando observo que las suelas
de los zapatos de las izquierdas están impolutas.
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