Puedo
entender, no sin gran esfuerzo por mi parte, la existencia de partidos
nacionalistas; puedo comprender con más fatiga todavía que en este mundo de la
globalización y la interdependencia haya organizaciones políticas
nacionalistas. Pero lo que no se me alcanza, ni haciendo una obra de caridad,
es entender que haya sindicatos nacionalistas. Que por lo general son
sindicatos de campanario y de caserío.
La
cosa viene a cuento, en esta ocasión, por
las complicaciones que puede tener la reforma laboral—2021 en el trámite
parlamentario. De un lado, la caverna y la taberna podrían coincidir en el voto
con los mentores nacionalistas del sindicalismo de campanario.
La
derecha extrema y la extrema derecha, desde hace tiempo, están en contra de
todo, en contra –por así decir-- del
teorema de Pitágoras. Los del campanario y el
caserío tienen sus propios matices: el caserío de ELA lleva en su gen fundacional la supremacía de
la boina, la indiferencia sobre lo que ocurre fuera de sus ´fronteras´ y la negativa de que en sus mismos patios entren
incluso las victorias sociales que han conseguido otros. El campanario de ERC es otra cosa: hará la puta i la Ramoneta, todo dependerá de
la cuantía de la factura para justificar su voto. Es decir, palurdamente
insolidarios los primeros y mercaderes fenicios los segundos.
A
ver quién se atreve a explicar ese ten con ten de la caverna y el campanario.
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