Votar
con las narices tapadas no resuelve el problema moral de quien lo hace, ni
soluciona el problema político. Esta es mi pobre opinión. Saben ustedes a qué
me refiero exactamente: a las martingalas para la elección de los miembros del
Tribunal Constitucional. Déjenme decir que, a partir de ahora, le tengo en la misma
consideración que tuve, en otros tiempos, a las castañas pilongas. Más todavía,
si la candidatura de nuestra Concha
me produjo profunda inquietud, ahora con la del otro Arnaldo me vienen arcadas. Si los viejos socialistas ingleses fabianos
levantaran la cabeza se mesarían las barbas.
Los
socialistas han dado una de cal y otra de arena: les ha producido indignación y
vergüenza ajena la propuesta del otro Arnaldo,
cosa bastante comprensible; pero han metido el remo hasta el corvejón cuando han
afirmado que ellos no son responsables de la propuesta que haga el Partido Popular y, además,
era una forma de desbloquear el tapón que los de Casado ponían desde hace años. No lo comparto,
aunque –dicho sea de paso— mi octogenaria opinión es del todo irrelevante. El
grupo parlamentario socialista, votando la candidatura de nuestra Concha y sobre todo la del otro Arnaldo, es responsable del conjunto del Tribunal
Constitucional, no sólo de los suyos.
Más todavía, es responsable de la calidad democrática de todo el Tribunal Constitucional.
(Acabo
y me pongo a cantar el famoso tango Cambalache siglo XX, que compuso el maestro
Santos Discépolo. Y alzo la voz cuando dice: «¡Qué falta de
respeto, qué atropello a la razón!»)
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