lunes, 15 de junio de 2015

¿Quién teme a la participación? Propuestas concretas

Una de las novedades que, de un tiempo a esta parte, han aparecido en el panorama político y social es el estímulo y el deseo de que la ciudadanía participe. Iniciaremos este ejercicio de redacción aclarando que el hecho participativo no es una técnica contingente sino algo consubstancial a una democracia de nueva estampa. No estamos hablando de participar como un acto de plebiscito sino como elemento enriquecedor que es capaz de protagonizar iniciativas y proyectos. La participación, en fin, es la materialización de saberes y conocimientos en torno a un proyecto y un trayecto concretos. Debe verse, pues, como una profunda interferencia contra el monopolio del ejercicio del poder en todas sus manifestaciones.

Sé de lo que hablo, y ustedes dispensen tan rotunda expresión: no hubiera sido posible el nacimiento y los primeros andares de Comisiones Obreras si no hubiera habido un potente movimiento participativo en los centros de trabajo y estudio en condiciones mucho más difíciles que las actuales. Quienes en la actualidad preconizan la virtud de la participación no pueden ignorar aquel antecedente. Ahora bien, entiendo que es preciso llamar la atención sobre determinados aspectos para, precisamente, darle mayor eficacia a los hechos participativos que se reclaman.

1) La participación no anula el necesario papel de los grupos dirigentes. Corresponde a estos la propuesta y, tras el debate, la síntesis de las diversas posiciones que se han manifestado. Una síntesis que debe recoger, como mínimo, lo mayoritario y las zonas de razón, no contradictorias con la mayoría, que han expresado los sectores minoritarios. Una síntesis, en definitiva, que fuera capaz de de hacer compatible cada propuesta, porque un proyecto no es un zurcido.

Una de las sorpresas que me he llevado en los últimos tiempos ha sido percibir que algunos entienden la participación como dar la palabra a los demás obviando la responsabilidad de quien dirige o coordina el hecho participativo. Eso es  pura desrresponsabilización y, hablando en plata, quitarse de en medio ya sea por cobardía u otras excusas. 

2) La participación debe tener unas reglas escritas, obligatorias y obligantes. Muy en especial el derecho de los participantes a tener información veraz, y sin truculencias, de aquello que se somete a discusión. Porque la participación no es una oclocracia gelatinosa, deben establecerse quórums y ciertas reglas para el debate, muy especialmente la veracidad de la información que se lleva al hecho participativo. No vale que cuatro y el cabo, reunidos en una fantasmagórica asamblea, decidan en nombre de una multitud. Y tampoco vale que unos cuantos monopolicen el micrófono y a ese acto se le llame asamblea y participación.

3.-- Séame permitida una última consideración. Si convenimos que la participación no es algo contingente –o, peor aún, de quita y pon— estimo de gran interés que se ponga en marcha una amplia discusión para vincular los horarios de trabajo y los tiempos de vida con los hechos participativos. En concreto se trata de una reordenación de los horarios en el territorio en función de las características de éste. Esta es una tarea que debería incumbir no sólo a los sindicatos y organizaciones patronales sino también a la sociedad civil organizada. Enlazando todo ello con la participación.


Que podría abordarse por algunos nuevos consistorios municipales recientemente elegidos. No basta con reclamar la participación, hay que organizar, preparar y desarrollar las condiciones concretas que la hagan posible.

  

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