miércoles, 10 de junio de 2015

Observaciones de una joven sobre el sindicato



Homenaje a la familia Puig - Ortega.



Nota. Gemma Puig nos escribe desde Macao un enjundioso discurso sobre el sindicato. Con este artículo abrimos una serie para que los jóvenes opinen sobre el particular partiendo de su propia experiencia.


Escribe Gemma Puig i Ortega

Cada vez que explico que mis padres eran sindicalistas y que, en concreto mi padre trabajaba en CC.OO (era uno de los dirigentes del sindicato en el Maresme), la gente de mi entorno me mira raro o por lo menos con cierto escepticismo.  

La desafección actual a la política se extiende también al mundo sindical aunque también personalmente creo que el sindicato tiene parte de culpa de esa desafección.

He vivido muy de cerca el movimiento sindical desde niña y recuerdo que mis padres me llevaban a manifestaciones verdaderamente multitudinarias. Existía el sentimiento de unidad y orgullo de pertenecer o simpatizar con el sindicato y se percibía como un servicio de ayuda al trabajador.

Ahora, durante mi experiencia laboral he visto el cambio radical de la percepción que se tiene de los sindicatos, también hay que tener en cuenta que me he dedicado al mundo de la hotelería, principalmente en hoteles de lujo donde existe cierto esnobismo. Durante estos años he visto como entre los mismos compañeros se decía: mira, este se ha presentado al sindicato para no dar palo al agua. O por ejemplo: Claro, este con el rollo de las horas sindicales no da ni golpe y nosotros aquí haciendo mil horas.

Desde la liberación del mercado laboral y posteriormente con la crisis económica los sindicatos lo han tenido bastante más difícil para defender los derechos laborales de los trabajadores, además algunas actitudes de los integrantes de los sindicatos acompañado de los de sobra conocidos escándalos de corrupción no han ayudado a acercar a más trabajadores a sus organizaciones, pero se está estableciendo en la sociedad un sentimiento de resignación que me parece peligroso: tener un trabajo que te obligue a trabajar 12 horas al día, para el que estás sobre-cualificado, cobrando el sueldo mínimo y por supuesto ni sonar en cobrar una sola hora extra nos parece un regalo y nos callamos y tenemos que estar contentos.

Recuerdo cuando mi abuelo, ferroviario de profesión, de izquierdas y muy luchador, veía que yo trabajaba en un hotel de Barcelona y hacia jornadas interminables en el departamento de convenciones cobrando un sueldo algo más de mileurista y me decía: «Niña. y a ti todas esas horas extras te las pagan, no?». Y yo le decía: «No, yayo, eso es parte de mi trabajo, estoy llevando un evento muy grande y tengo que estar allí». Y él me replicaba: «Pero, a ver, niña, tú contrato de cuantas horas es?» Y yo nunca me queje, nunca fui al sindicato a preguntar si tenía derecho a una compensación por el trabajo extra; ni yo, ni la mayoría de mis compañeros. Ese peligroso sentimiento de resignación también me llegó a mí y no me siento especialmente orgullosa de ello.

Mi madre trabajaba de administrativa en una empresa textil y en los 80, durante la crisis del textil luchó junto a sus compañeras para no quedarse en la calle sin nada, llegaron a encerrarse en la fábrica y a vender lo que había dentro para poder cobrar lo que la empresa les debía, recuerdo pasar las tardes dentro de la fábrica jugando con los ovillos  y las telas mientras mi madre luchaba por sus derechos.

Mi padre trabajaba en CC.OO y en aquellos años llegaban los primeros subsaharianos a Mataró, trabajaban en la agricultura y muchos de ellos en condiciones verdaderamente pésimas. Un día mi padre llegó a casa con Aji, un chico gambiano que el agricultor tenía casi desnutrido y durmiendo en el cobertizo donde guardaba las herramientas. Mi padre lo trajo a casa mientras encontraba una solución para él negociando con el agricultor.

Aji llegó a casa y mi padre lo sentó en la mesa a comer con nosotros y mientras le enseñaba que aquí todos somos iguales, todos tenemos los mismos derechos y que todos debemos reclamarlos, también se lo estaba enseñando a su propia hija, yo, una niña sentada en la mesa a la que aún no le tocaban los pies al suelo.

Estas circunstancias se siguen dando quizás de otro modo pero los derechos de los trabajadores se siguen pisando. Si seguimos con ese peligroso sentimiento de resignación acompañado por la desafección a la política y por extensión a los sindicatos (insisto, sin falta de culpa por parte de esas organizaciones) llegaremos a un punto de difícil retorno en el que no nos queremos ver como sociedad cada vez más desigualitaria e insolidaria.

Radio Parapanda.-- De la misma autora véase http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/01/la-pornografia-del-capitalismo.html, La pornografía del capitalismo

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