El lema de este blog es: "Nada curo llorando y nada empeoraré si gozo de la alegría" (Arquíloco).
lunes, 29 de septiembre de 2014
MÁS SINDICATO EN LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA
1.-- «Lejos
de nosotros la funesta manía de pensar» fue escrita en una carta a cierto rey
español, de borbónico trapío, por los claustrales de
Una de las consecuencias de tan calamitosas ideas ha
sido su traslación a «lejos de nosotros la funesta manía de innovar». Que ha
recorrido, de igual modo, la historia de nuestro país, según nos explica
puntillosamente el libro del profesor Jordi Maluquer de Motes, La economía española en perspectiva histórica.
2.-- Este libro nos ha recordado
cosas que, de manera dispersa, habíamos almacenado en nuestra ya frágil memoria.
A saber, la tradicional marginalidad de la innovación tecnológica en España y
su relación con la economía y el desarrollo. La munición que almacena el libro
desde el siglo XVIII hasta nuestros días lo evidencia. Empezando por la
agricultura, que desde hace trescientos años ha tenido una productividad 25
puntos por debajo de la europea hasta la industria. De hecho, la disparatada frase de Unamuno es
la expresión de una concepción ancestral en nuestros lares y explica nuestro
retraso de todo tipo con relación a Europa. Hemos sido el campo de cultivo de
lo que manifestó el Filósofo rancio: Vade retro, innovación.
Es cierto que las cosas han cambiado un tanto. Pero el diferencial con los países de nuestro
entorno se mantiene; es más, no se puede decir que la innovación sea una de las
preocupaciones de las políticas presupuestarias tanto del gobierno central como
de las autonomías, hecha tal vez la excepción del gobierno vasco. Más todavía, los sedicentes planteamientos
estratégicos de los diversos gobiernos (ley de sostenibilidad, cambio de modelo
productivo y reforma laboral) han supuesto unos auténticos bodrios sin conexión
entre sí y ayunos de vinculación a un proyecto general de innovación. Seguimos,
pues, sin un proyecto de innovación. El Filósofo rancio estaría satisfecho.
3.— Es cierto que un proyecto de innovación va más allá del hecho
tecnológico. Ahora bien, consciente de
ello, y esperando otra ocasión para volver a la carga, nos situaremos sólo en
este limitado (aunque importante) aspecto.
Entiendo que el principal mecanismo de freno del desarrollo de las
empresas españolas es el déficit tecnológico. Decíamos en Nuestro sistema productivo de hojalata (2011) que ese tapón se manifiesta en varios
datos: 1) la inversión media por habitante en el sector de
la innovación media por habitante en España son 318 euros, mientras que en el
patio de vecinos europeo son 473 euros; y 2) España ocupa la decimoséptima
posición en el ranking europeo de gasto en I + D, por debajo de países como
Estonia, Chequía y Portugal. A pesar de
esa cartografía española, el Ministerio de Ciencia ha dejado de de gastar un
tercio del presupuesto para I + D, y sin dar explicación alguna de ello. Me
quito el sombrero ante estos alumnos del Filósofo rancio. Es de cajón que
necesitamos cambiar radicalmente este estado de cosas. La pregunta es: ¿por dónde empezar? No
encuentro otra respuesta que allá por donde la debilidad del hecho tecnológico
es más visible y por donde –todo lo indica— es más necesario y, a la vez,
urgente, a saber, desde el centro de trabajo y la empresa mediante el
instrumento de la negociación colectiva. Ello implicaría una nueva relación de
los sujetos negociadores con el hecho tecnológico.
En ese sentido, conviene un giro estratégico de la
tradicional cultura del sindicalismo confederal. Porque la tradicional
distancia que ha habido en España con relación a la innovación tecnológica –la
que explica el profesor Maluquer en su libro-- también ha afectado lo suyo a
los sindicatos. Hasta tal punto las cosas han sido de ese modo que tan sólo en
los momentos crisis de las empresas, los planes de viabilidad de los sindicatos
han planteado la innovación tecnológica: una posición justa, pero a la
defensiva, y casi in articulo mortis.
Tiene razón Joaquim González, una persona que conoce
el paño, cuando plantea «… que que debemos
impulsar la innovación en todas y cada una de las plataformas de diálogo:
patronales, sindicales y administraciones; crear instrumentos que
impulsen y faciliten la alianza de las pequeñas y medianas empresas a fin
de mejorar su tamaño, y tener como objetivo la cooperación
innovadora, porque son condiciones hoy todavía posibles» en No hay política industrial sin innovación útil.
Ciertamente, no considero que el adjetivo «útil» sea en este caso un perifollo.
En concreto de lo que se trata, a mi juicio, es articular una potente
trama de negociaciones en empresas y sectores donde la innovación tecnológica
sea el eje central. Quede claro que no nos estamos refiriendo solamente a los
sectores industriales sino al conjunto del universo del trabajo, también –por
lo tanto y por supuesto— a los servicios y a las administraciones
públicas. Este sería un proceso
itinerante sin fecha de caducidad, porque el hecho tecnológico ya no se produce
como lo hacía antaño, de higos a brevas. Ya no es un acontecimiento espaciado
en el tiempo sino diario. A esa trama contractual, a esos contenidos y a ese
itinerario de muy largo recorrido lo llamo Pacto social por la innovación
tecnológica. «Útil», naturalmente. De ello he hablado, largo y tendido, en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/09/la-parabola-del-sindicato.html
No abundaremos hoy en la necesidad de simultanear la innovación
tecnológica con una profunda reforma de las relaciones laborales en sentido
progresista. De ello se ha hablado insistentemente en este blog. Pero sí
recalcaremos hasta la saciedad que un proceso de innovación tecnológica sin los
correspondientes derechos individuales y colectivos sería una reedición del
pensamiento del Filósofo rancio, algo que no encaja convenientemente.
Radio Parapanda.-- Lo social y lo político por Javier Aristu. Y
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