lunes, 1 de septiembre de 2014

MÁS SOBRE LOS EXÁMENES DE LOS SINDICALISTAS



Mi querido amigo Paco Rodríguez de Lecea ha comentado en OLOR A OVEJA mi planteamiento sobre ¿Deben los sindicalistas examinarse antes de ser elegidos para un puesto de responsabilidad?. Dice Paco: «Quizás me equivoco, pero interpreto que de la propuesta conscientemente provocativa de López Bulla trasciende de alguna forma la urgencia de contar con más “olor de oveja”, y menos tufo a pasillos, en los puentes de mando de las instituciones; menos trincheras y más batallas en campo abierto. Los pastores verán lo que hacen, pero en mi opinión ese anhelo de José Luis coincide en buena medida con lo que precisamente está reclamando un “rebaño” civil cada vez menos dócil y más indignado».

 

No, no van por ahí los motivos. Las únicas razones son las que dije en el artículo citado más arriba. Se trata de incrementar los saberes y conocimientos, científicos, técnicos y humanistas, de los sindicalistas. No se trata de formar eruditos o letraheridos, sino dirigentes capacitados para el ejercicio de una tarea cada vez más compleja. En concreto, se insiste en la idea de que «el conflicto social es –también y sobre todo--  un conflicto de saberes».

 

Quede claro: no me refería a los riesgos de burocratización, ni aludía a evitar el «tufo a pasillos, menos trincheras y más batallas a campo abierto». A los que siempre está expuesta toda gran organización. Para «oler a oveja» --es decir, la cercanía a la que alude metafóricamente el papa Francisco--  están las condiciones, estilos y normas del sindicato, que en otras ocasiones hemos referido, concretamente al sindicato-de-los-trabajadores, no el sindicato-para-los-trabajadores.  

 

Es más, unos grupos dirigentes con más saberes y conocimientos, contrastados diariamente con la realidad efectiva, establece la hipótesis –una hipótesis no equivale a certeza--  de que la organización no vaya de prestado a la hora de formular su proyecto y las características de su trayecto. Cuya relación con la independencia y autonomía del sindicato parece evidente. Y ya hemos visto, también, el vínculo que se ha ido estableciendo, a lo largo de la historia, entre «independencia» y «democracia».

 

Por cierto, será conveniente recordar que cuando antiguamente se ponía el énfasis en el «olfato de clase» era sólo (y solamente) una pícara metáfora. Nada más que una metáfora que, en no pocas ocasiones, tenía gato encerrado: los trabajadores deben tener olfato de clase; mientras tanto, desde el exterior a la clase tendremos las cosas más fáciles para que nos sigan clientelarmente. Como conclusión: el sindicato debe ser la fiel infantería de un estado mayor externo que lo utiliza para sus contingencias diarias. Lo que no queremos, naturalmente.  

 


     

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