Escribe, Javier Terriente
En la ideología.-
Es constatable que
el hecho de que un partido se reclame socialista, de izquierdas, marxista o “de
la clase obrera”, mediante un ejercicio puramente autoproclamativo, no lo
caracteriza en sí mismo como tal. En cualquier caso, sería discutible semejante
pretensión, y dadas las inacabables controversias doctrinales e históricas
entre diferentes partidos para apropiarse de esos términos, habría que subrayar la extrema dificultad
de validar a quienes se reclamen de la
izquierda “auténtica”. Naturalmente que existen clases y lucha de clases, y por
supuesto que el marxismo ha encontrado en la crisis una nueva y creciente
credibilidad cada día que pasa, pero, otra cosa es pretender elevarlo en las
condiciones de hoy, a la categoría de doctrina e ideología oficial de partido.
La historia reciente muestra que esta es una tarea estéril y expuesta a mil y una
vicisitudes, no siempre pacíficas. De un modo similar, los sindicatos se han
visto afectados por la crisis/desaparición del impacto de la “gran fábrica” en
las formas de producir, la influencia de las nuevas tecnologías en las
relaciones del trabajo y su incidencia sobre la multiplicación de nuevas
categorías de asalariados y profesionales… Eso los compromete a incorporar a su
radio de acción a los jóvenes, a las clases medias empobrecidas, a las grandes
masas de desempleados, al mundo de la ciencia y la cultura…y los emplaza a revisar a fondo las formas de
organizarse, las estrategias tradicionales de lucha y de negociación, los
contenidos programáticos, las alianzas sociales y políticas, o las formas de
establecer relaciones con los poderes públicos y las empresas. En consecuencia,
parece algo inapelable que en la izquierda se ha producido una ruptura entre la
ideología declarada y sus correlatos organizativos, lo que ha afectado de un
modo muy particular a los partidos tradicionales, al no haber sabido extraer
consecuencias prácticas que los resituaran ante las grandes mutaciones
sociológicas y culturales contemporáneas. Una de ellas sería la exigencia de
una completa transformación política y organizativa a la que se resistieron de
forma suicida. De ahí su declive y hasta su desaparición en ciertos casos. Esta
nueva situación, dicho de forma esquemática, ha
llevado a la irrelevancia a viejos partidos basados en el marxismo
dogmático y en el credo de la defensa de la clase obrera como único sujeto
social de referencia. Llegados a este punto, podría ser útil reflexionar sobre
las varias maneras de entender el comportamiento de los partidos: una, cómo se ven a sí mismos, otra, cómo los
perciben los ciudadanos, y otra, cómo son en realidad. Lamentablemente,
suele prevalecer la primera interpretación, cuando la segunda y tercera son las
decisivas, lo que acrecienta su incapacidad para discernir errores y
disfunciones graves entre la acción política-organizativa real y los postulados teóricos, y a soslayar las
semejanzas, a veces sorprendentes y nunca reconocidas, con los “adversarios de
clase” en el día a día de la política municipal.
En la política municipal.-
Si desde la perspectiva del discurso teórico
abstracto no supone mayor dificultad situar a una organización en las
coordenadas de la izquierda, no lo es en cambio valorar del mismo modo sus
actuaciones en el marco municipal. Se sabe que el espacio local es una
dimensión concentrada a pequeña escala de la política general, un excelente
laboratorio de análisis y experimentación acerca del desenvolvimiento de las
amistades peligrosas de alto riesgo. En este ámbito, los grupos de poder han
fabricado sus propias reglas basadas en pautas comunes a la globalidad de la
política: la opacidad, la impunidad, la indiferenciación política y la
degradación de la democracia local. Por supuesto que no puede hablarse en
general, pero tampoco es excepcional que hayan contaminado en mayor o menor
grado a fuerzas y gobiernos de signo opuesto. Veamos: Problemas como la corrupción,
el nepotismo y las redes clientelares, afectan, también, a la denominada
izquierda “realmente existente”. Las políticas urbanísticas y de ordenación del
territorio, basadas en el negocio del ladrillo y el desprecio medioambiental,
han sido el eje del crecimiento de la mayoría de los municipios, con efectos
devastadores sobre el territorio y sus poblaciones. El color no importa. Las
ventas de patrimonio público de suelo a precio de saldo a empresas del entorno
de los gobiernos locales, las modificaciones a la carta de planes urbanísticos
y las privatizaciones de servicios esenciales como el agua o los residuos,
sujetas a pliegos de condiciones inadmisibles, no admiten distinciones
políticas. La creación de empresas mercantiles con capital público municipal,
con el fin de gestionar las obras y servicios al margen de los controles
públicos, que fue la gran contribución del modelo Gil marbellí, se ha
convertido en moneda corriente. La concepción mercantil de la cultura y la
construcción de costosísimas edificaciones infrautilizadas, a mayor gloria de
los alcaldes de turno, no admite diferencias; tampoco los sueldos y
asignaciones de alcaldes y concejales y las contrataciones de asesores fútiles,
así como el reparto de cuotas de representación en los consejos de
administración de las empresas públicas y Cajas. No sería extraño encontrar,
bajo el disfraz del pragmatismo y del social-populismo, tan habituales en el
ámbito local, similitudes indeseables entre la derecha y sectores de la
izquierda de dimensiones sorprendentes.
En la posibilidad: En el pasado, la
propuesta de “unidad de la izquierda” significaba construir una gran alianza
estratégica entre el socialismo y el comunismo, que zanjara definitivamente la
división histórica entre ambas corrientes, de comienzos de los años 20. Esa
propuesta incluía también tender a la constitución de una nueva formación de
izquierdas común. Hoy, dicha
eventualidad queda descartada por razones obvias. Al margen del PSOE, lo que
hay es un universo heterogéneo de partidos, con diferentes grados de
implantación y orientaciones muchas veces enfrentadas. De ahí que sería
arriesgado prever las posibilidades de un Frente/Confluencia de izquierdas, más
aún si Podemos descarta participar en operaciones frentistas, según declaraciones
de sus portavoces reconocibles. Por añadidura, es muy probable que algún
partido pretenda capitalizar iniciativas surgidas al calor de Guanyem
Barcelona, aunque no tengan nada que ver salvo el nombre, como marca blanca por
motivos espurios. Las contundentes declaraciones de Ada Colau (16/9/ 2014)
denunciando esa estrategia despejan cualquier duda. Si, además, lo que les
uniera fuese una consecuencia directa de un horizonte electoral inmediato,
podría ser que lo que nació como un proceso para sumar y multiplicar el
protagonismo de los ciudadanos, facilite el retorno de los viejos parámetros de
la política y acabe en un pandemonio. Al hilo de experiencias similares en el
pasado, un veterano militante de izquierda se lamentaba: “Queríamos lo mejor y
pasó lo de siempre”
En la conveniencia: Lo que se juega
en las próximas elecciones municipales no es solo desalojar a la derecha de los
centros de poder local sino avanzar en la socialización de las distintas
realidades del poder, inaugurando una nueva época que ponga las bases de una
democracia económica y social avanzada y participativa, de abajo arriba, desde
los ayuntamientos al gobierno del Estado. Una dialéctica izquierda/ derecha
limitaría extraordinariamente ese horizonte, pues deja fuera de juego a demasiada
gente que, si bien no se siente identificada con ese esquema, es decir, que no
se define de izquierdas, sí forma parte del victimario de la crisis y aspira a
cambiar las cosas valiéndose de instrumentos diferentes. Por otro lado, un
Frente/confluencia de izquierdas, cualquiera que sea la marca electoral que le
dé soporte, transmitiría una
propuesta municipal extremadamente equívoca y vulnerable: Estaría obligada a
responder permanentemente a todo género de descalificaciones guerracivilistas y
reforzaría la cohesión de las fuerzas bipartidistas, desplazando hacia ellas a
sectores ciudadanos víctimas de la crisis y críticos con el bipartidismo, que
hoy mantienen una inclinación electoral incierta.
Y en la estrategia
El futuro inmediato es clave. Lo que anda en juego
no es la confrontación izquierda/derecha sino otra que se libra en un tablero
diferente: poder autoritario y corrupto de las élites económicas y políticas
locales (castas locales) o poder democrático y decente de los ciudadanos. La
cuestión central, ahora, es recuperar la democracia municipal y el sentido de
lo público, amenazados por grupos corporativos que se han adueñado de una buena
parte de los ayuntamientos e imponen sus propias normas de juego. En numerosos
casos, el poder no reside en los Plenos sino en los despachos de las empresas,
lo que convertiría la democracia local
en un cascarón sin contenido. Por eso, cuando se dice democracia se quiere
decir derechos, que en los municipios adquieren una vertiente muy visible y
concreta: lucha contra los desahucios, viviendas sociales suficientes, batalla
contra la corrupción y el clientelismo, control de la gestión y presupuestos
participativos, políticas efectivas de igualdad defensa de los servicios
públicos y recuperación de los privatizados, protección del patrimonio urbano y
natural, combate contra las desigualdades sociales y territoriales, guarderías
municipales, cuentas transparentes, dignificación de los cargos públicos
mediante la renuncia a los abusos salariales y privilegios varios, bolsas de
trabajo y políticas activas de empleo, creación de empresas, seguridad, defensa
del comercio y de los productos locales, adecuación social del IBI, atención a
los mayores y a los jóvenes, cultura para todos, deporte de base…. Existen,
pues, incontables razones individuales y colectivas que muestran la exigencia
de construir un amplísimo consenso social dirigido a reconstruir la ciudad democrática e inclusiva, que
abarque por igual a territorios y afinidades ideológicas y políticas
diferentes, y hasta contrapuestas. Hay una inmensa tarea por delante,
comenzando por poner nombres a las personas anónimas, hacer hablar a los que
callan y convertir la resignación en voluntad de combate. Se trataría de sumar
a gentes y fuerzas ciertamente comprometidas con los problemas de las ciudades y pueblos y reflejarlo en una
opción electoral que se someta al escrutinio y a la voluntad de procesos
democráticos: Nuevos modelos de confección de listas y de elaboración de
programas basados en la transparencia y en la participación directa, individual
y concreta de los ciudadanos, sistemas de control y seguimiento permanentes… Una
apuesta de alto riesgo, que casaría poco con dinámicas que permitan
revitalizar, por activa o por pasiva,
antiguos contextos de acuerdos cupulares, que acabarían por expulsar a
las mayorías sociales de las grandes decisiones.
Probablemente, si se confirmara la ausencia de
candidaturas de Podemos en las municipales, se abrirían hipótesis enfrentadas;
una, reforzar el polo innovador de plataformas ciudadanas ya en marcha en las
formas y contenidos de la política, pero otra, no descartable, someterse a la
paradoja, en el caso de que formara parte de marcas blancas mediatizadas por la
izquierda tradicional, de contribuir a su pesar a un frente de izquierdas bajo
los parámetros de la vieja política. Esta es otra historia. Radio
Parapanda. RÉQUIEM POR GALLARDÓN
Parapanda. RÉQUIEM POR GALLARDÓN
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