Creo que no se está prestando la debida atención a
toda una serie de comportamientos de responsables políticos de la filial del
Partido Popular, las Nuevas Generaciones. Posiblemente la timorata idea de que
no hay que extrapolar las cosas impide que se entre a fondo en ciertas
situaciones que me parecen de la mayor importancia.
Por ejemplo, un jefe de las NN.GG. saluda con el
brazo en alto, y para dejar constancia de su no improvisación se hace una foto;
otro, no queriendo ser menos que su cofrade llama «moro de mierda» a un marroquí;
y, para no discriminar a nadie (ni sentirse ninguneada) una mozuela se fotografía
ante una bandera preconstitucional. Llamativa es (por no decir otra cosa) la
reacción de un alto cargo institucional del PP llamando chiquilladas a todo
ello. Ni la más mínima desautorización, tan sólo «chiquilladas». Es decir, todo
se ha reducido a un acné juvenil. Ni tan siquiera llamar a esas camadas al
disimulo. Por cierto, ¿alguien llamó la atención, desde las filas de Alianza
Popular, a los jóvenes José María Aznar y a Francisco Pérez de los Cobos cuando
hicieron trizas un ejemplar de la Constitución
Española cuando les salían pelillos en la barbilla? No, padre.
No salir al paso, desde dentro y fuera del PP, a
tales comportamientos (que expresan una concreta forma de ser) invita a la
generalización de dichas actitudes, a la extensión de esa simbología y su
posterior consolidación. Con las repercusiones que ello podría tener cuando
estas camadas de lobeznos dirijan el Partido popular, una vez desaparecido el
acné juvenil. Porque estas son las levas que después gestionarán esa organización.
Pero no cabe esperar elementos de corrección por
parte de los mayores. El ejemplo de éstos es lo que, mayormente, les incita y
acucia. Se diría, además, que es una guerra de posiciones entre estos sectores
ultras para generar unas concretas relaciones de fuerza en el interior del
Partido popular. Sus repercusiones en la vida política e institucional serán
evidentes.
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