La obsesión por reformar la negociación colectiva con el objeto de hacer el país competitivo es una solemne estupidez. Que debe ser reformada no impugna lo dicho anteriormente. ¿Con qué objetivo? Ya lo expresó adecuadamente Miquel Falguera, entre otros trabajos, en LO QUE HAY QUE CAMBIAR EN LOS CONVENIOS. Así pues, me remito a tan autorizada opinión, y voy a lo mío.
Sostengo empecinadamente que el problema central que tiene la economía española, desde los tiempos de Isabel y Fernando, es la innovación tecnológica. Este es el principal mecanismo de freno del desarrollo de todas las empresas de nuestro país. Ahora, la estridencia de ese tapón se manifiesta Varios datos machacones lo avalan: 1) la inversión media por habitante en el sector de la innovación media por habitante en España son 318 euros, mientras que en el patio de vecinos europeo son 473 euros; 2) España ocupa la decimoséptima posición en el ránking europeo de gasto en I + D, por debajo de países como Estonia (capital, Tallin), Chequía (capital, Praga) y Portugal (capital, Lisboa antigua y señorial, según Gloria Lasso). A pesar de esa cartografía española, el Ministerio de Ciencia ha dejado de de gastar un tercio del presupuesto para I + D. Así las cosas, se sigue la consigna de Unamuno: “que inventen ellos”. De manera que no es abusivo decir que nuestro sistema productivo es pura farfolla, especialmente debida a la garrulería de la gran mayoría de los empresarios y mánagers.
Siempre consideré que la prioridad es el pacto social por la innovación tecnológica. Sin embargo, el acento siempre se puso, en el marco de las relaciones laborales, en la reforma de la negociación colectiva. O lo que es lo mismo: salga lo que salga de esta reedición –por decreto, lo que sería peor, o por pacto— se continuará en el limbo. Dispensen la exhibición de petulancia: quien avisa no es traidor.
Ya he dicho que los principales responsables de este sistema productivo (que, caricaturizando, podríamos llamar de pura hojalatería) son los empresarios y los mánagers, que ven la innovación como un gasto y no como una inversión. Pero hay otra razón no menos significativa: son ellos los que tienen el poder discrecional de lo que se hace (y deshace) en el centro de trabajo. Son ellos los que gobiernan el uso, reservando la negociación colectiva a corregir (desigualmente) el abuso. Con lo que llueve a cántaros sobre lo mojado.
Conclusión (todo lo provisional que se quiera, pero conclusión): o se entra en un pacto por la innovación tecnológica, compatiblemente articulado, o el proceso de degeneración se agravará más, si cabe. Aclaro que se trata de un itinerario de largo recorrido, no de un momento puntual. Todo un recorrido con la voluntad de ensamblar una potente negociación colectiva con los acuerdos que, en jerga, se llaman de concertación. O sea, lo radicalmente contrario de esta envejecida praxis, la de ahora, que recuerda la ley de la monotonía en Matemáticas; esto es, metafóricamente explicado: añadir remiendos a cada miembro de lo actual deja las cosas igual (o peor) que antes.
Apostilla. En el caso que nos ocupa, todo indica que el señor de la Montaña no iba muy acertado cuando dijo “no estamos nunca en nuestra época, siempre estamos más allá”.
Sostengo empecinadamente que el problema central que tiene la economía española, desde los tiempos de Isabel y Fernando, es la innovación tecnológica. Este es el principal mecanismo de freno del desarrollo de todas las empresas de nuestro país. Ahora, la estridencia de ese tapón se manifiesta Varios datos machacones lo avalan: 1) la inversión media por habitante en el sector de la innovación media por habitante en España son 318 euros, mientras que en el patio de vecinos europeo son 473 euros; 2) España ocupa la decimoséptima posición en el ránking europeo de gasto en I + D, por debajo de países como Estonia (capital, Tallin), Chequía (capital, Praga) y Portugal (capital, Lisboa antigua y señorial, según Gloria Lasso). A pesar de esa cartografía española, el Ministerio de Ciencia ha dejado de de gastar un tercio del presupuesto para I + D. Así las cosas, se sigue la consigna de Unamuno: “que inventen ellos”. De manera que no es abusivo decir que nuestro sistema productivo es pura farfolla, especialmente debida a la garrulería de la gran mayoría de los empresarios y mánagers.
Siempre consideré que la prioridad es el pacto social por la innovación tecnológica. Sin embargo, el acento siempre se puso, en el marco de las relaciones laborales, en la reforma de la negociación colectiva. O lo que es lo mismo: salga lo que salga de esta reedición –por decreto, lo que sería peor, o por pacto— se continuará en el limbo. Dispensen la exhibición de petulancia: quien avisa no es traidor.
Ya he dicho que los principales responsables de este sistema productivo (que, caricaturizando, podríamos llamar de pura hojalatería) son los empresarios y los mánagers, que ven la innovación como un gasto y no como una inversión. Pero hay otra razón no menos significativa: son ellos los que tienen el poder discrecional de lo que se hace (y deshace) en el centro de trabajo. Son ellos los que gobiernan el uso, reservando la negociación colectiva a corregir (desigualmente) el abuso. Con lo que llueve a cántaros sobre lo mojado.
Conclusión (todo lo provisional que se quiera, pero conclusión): o se entra en un pacto por la innovación tecnológica, compatiblemente articulado, o el proceso de degeneración se agravará más, si cabe. Aclaro que se trata de un itinerario de largo recorrido, no de un momento puntual. Todo un recorrido con la voluntad de ensamblar una potente negociación colectiva con los acuerdos que, en jerga, se llaman de concertación. O sea, lo radicalmente contrario de esta envejecida praxis, la de ahora, que recuerda la ley de la monotonía en Matemáticas; esto es, metafóricamente explicado: añadir remiendos a cada miembro de lo actual deja las cosas igual (o peor) que antes.
Apostilla. En el caso que nos ocupa, todo indica que el señor de la Montaña no iba muy acertado cuando dijo “no estamos nunca en nuestra época, siempre estamos más allá”.
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