domingo, 13 de febrero de 2022

Elogio fundamentado del sindicalismo


 

Bien ganado tiene el sindicalismo su actual prestigio. Hasta donde yo recuerdo –estoy rondando los ochenta años— no encuentro en mi memoria una fase sindical tan eficaz como esta que estamos viviendo. El sindicalismo confederal ha tejido una red contractual que mitigó los terribles efectos de la pandemia, ha negociado importantes acuerdos en pensiones, salario mínimo y la arquitectura de la reforma laboral. Durante este último periodo ha sido un sujeto que ha demostrado la bondad del acuerdo y la eficacia de ese estilo.

Es cierto que el  sindicalismo ha escrito páginas en los últimos cincuenta años que podrían figurar en los cantares de gesta de la lucha por la humanización del trabajo y la conquista de la democracia en España. A esos momentos, en todo caso, habrá que equiparar el estado en que se encuentra ahora el sindicalismo. Sin embargo, estoy convencido (salvo que se me corrija juiciosamente) de que en estos dos últimos años el verbo se ha hecho carne con mayor eficacia que nunca. Más incluso que la de aquellos cantares de gesta.

Es más, después de constatar que no tenía los aliados suficientes para la derogación de la reforma laboral, tuvo la valentía de entrar en el proceso de negociación que ha dado un buen resultado. Y todo indica que se dispone ahora a –sacando de las novedades de la reforma— avanzar en la construcción de nuevos derechos de ciudadanía social, dentro y fuera del ecocentro de trabajo, acordes con el proceso de reestructuración e innovación de los aparatos productivos y de servicios en esta fase de globalización de la economía y de sus vertiginosos cambios tecnológicos.

Francamente, mi quito el sombrero. Y me uno a la alegría de esos veteranos que están en la foto: la Muchacha del 78, Javier Sánchez del Campo y el ochentón que les acompaña.  

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