miércoles, 20 de julio de 2016

La traición como obra maestra




Les supongo informados acerca de quién fue Joseph Fouché, uno de los grandes bribones de la historia de la política de todos los tiempos. Lo que no está tan claro es que todos conozcan los pormenores de dicho personaje. No importa, lo pueden subsanar con la lectura de la biografía que le dedicó Stefan Zweig. La tienen publicada en el Acantilado con una primorosa traducción de Carlos Fortea

A mediados de los años cincuenta empezó a funcionar una biblioteca municipal en Santa Fe, capital de la Vega de Granada. Atraído por la fama de Zweig –Momentos estelares de la humanidad  y otros libros— dí con la biografía de este Fouché de quien no sabía absolutamente nada. Lo leí ávidamente. Quedé sobrecogido de lo taimado que era este caballero, de su portentosa inteligencia y, de paso, intuí –sólo intuí—la importancia del poder. Nunca he olvidado ese libro y el tal personaje. Y, mira por dónde: el otro día mi hijo Helios me lo regala.

Esta biografía es una suculenta historia de política. La política del ministro del interior durante la Revolución francesa en sus diversas fases, del imperio de Napoleón y de la Restauración. No es la historia de un «traidor» sino, como hemos dicho, de la amoralidad del poder. De ahí su deslumbrante interés. Es, por tanto, lo más apropiado para que, con estas sofoquinas veraniegas, se lea de pitón a rabo. Se te pasará el tiempo volando. Ahí es nada ver a este hombre que miró impávido y trató de tú a tú a Robespierre, Napoleón y sus lebreles. O sea, el caballero que organizó más traiciones por metro cuadrado de que tengamos noticias.  Así que estoy seguro que una parte de la felicidad de ustedes durante este verano será una consecuencia de este, aparentemente desinteresado, consejo. Un servidor va por la mitad de la relectura del trepidante primer capítulo.


Finalmente, no lo tomen a petulancia, a mis quince años yo era quien sacaba más libros de la biblioteca santaferina. Ni siquiera el viejo maestro de escuela don José Viera. Honor a este maestro, los de mi generación le debemos no tener faltas de ortografía, las reglas de tres (simple y compuesta), los quebrados y que «los montes Pirineos nos separan de Francia». Nunca nos hizo cantar el Cara al Sol.  Y, sobre todo, nos pedía que leyéramos libros: «aunque fuera el Almanaque Zaragozano», nos decía.


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